A fin de cuentas, ¿qué es un sueño? ¿Por qué soñamos? Y, más interesante aún, ¿para qué soñamos? En este libro amplio y multidisciplinario, el reputado neurocientífico especialista en sueños Sidarta Ribeiro se basa en conocimientos históricos, antropológicos, psicoanalíticos y literarios, además de en las referencias más actualizadas de la biología molecular, la neurofisiología y la medicina, para responder a estas y muchas otras preguntas sobre uno de los grandes enigmas de la humanidad.
Zenda publica un fragmento de El oráculo de la noche: Historia y ciencia de los sueños, de Sidarta Ribeiro, publicado por la editorial Debate.
¿Por qué soñamos?
Cuando tenía cinco años de edad, el niño pasó por un periodo perturbador en el que todas las noches tenía la misma pesadilla. En el sueño vivía sin parientes cerca, solo en una triste ciudad bajo un cielo lluvioso. Gran parte del sueño transcurría en un lodazal de callejones que circundaban lúgubres construcciones. La ciudad, cercada por alambradas de púas e iluminada por insistentes relámpagos, parecía más bien un campo de concentración. El chaval y los otros niños del lugar llegaban invariablemente a una espantosa casa habitada por brujas caníbales. Uno de los pequeños —nunca el niño— entraba en el edificio de tres plantas y todos se quedaban observando sus ventanas oscuras, esperando a que una de ellas se iluminara de repente y revelara el perfil del chico y de las brujas. Se oía un grito horripilante y así terminaba el sueño, que se repetía cada noche con todo lujo de detalles. Después de algunas sesiones más de psicoterapia lúdica y conversaciones sobre el control de los sueños, el niño desarrolló una tercera trama onírica, ya no una pesadilla, sino un sueño de aventuras, lleno de peligros pero acompañado de mucho menos miedo y ansiedad. Se trataba de la caza de un tigre en la selva india; el niño aparecía a todas luces como un héroe, un Mogli con ropa de colonizador británico, observado desde fuera en tercera persona. El mismo amigo adulto de pelo oscuro lo acompañaba al principio del sueño a través de una densa vegetación hasta que veían acantilados y un mar agitado. En el lado derecho del campo visual había una isla elevada, pequeña y rodeada de despeñaderos, y al fondo el sol se ponía en colores fuertes bajo un cielo gris. El final de la tarde se acercaba y era casi imposible ver la cara del amigo. El niño advertía la presencia de un tronco que conectaba el continente con la isla; suponía que el tigre estaba escondido allí y proponía a su amigo acorralarlo. Este se mostraba de acuerdo, pero explicaba que a partir de ese momento el niño tendría que seguir solo. El chaval avanzaba con un rifle en la mano y comenzaba a cruzar el tronco, manteniendo el equilibrio a varios metros de un mar verdoso y enfurecido cubierto de espuma blanca. Las nubes se abrían, el sol poniente aparecía y el horizonte se teñía de naranja, rojo y violeta. El niño pisaba el suelo de la isla y miraba la maleza con el rif le en ristre, imaginando que apuntaba al tigre detrás de las hojas. Y entonces, de repente, se daba cuenta de que el animal se había situado a su espalda, sobre el tronco. El acorralado era él. Incluso antes de la llegada del miedo, el niño decidía lanzarse al mar sin pensarlo más. Caía desde arriba y, cuando golpeaba contra el agua, el sueño adoptaba de repente la primera persona, con una vivacidad aumentada por el brusco encuentro del cuerpo caliente con el agua fría. Advertía que estaba soñando y veía con sus propios ojos el mar oscuro que lo rodeaba. Por un instante todo se volvía gris; luego empezaba a nadar para rodear la isla, pero tenía miedo, y el temor le hacía advertir un enorme tiburón a su lado. El susto y el suspense ralentizaban el tiempo; a continuación todo se calmaba. Entre el mar y el cielo cada vez más oscuros, el niño seguía nadando tranquilamente junto al gigantesco tiburón, y nadaba y nadaba por la noche y no pasaba nada malo hasta el día siguiente… Poco tiempo después de comenzar a soñar con el tigre y el tiburón, estas tramas oníricas abandonaron al niño para nunca más volver. Desaparecieron las pesadillas, pasó el miedo a dormir, y la paz de la noche volvió a su casa. CLARO ENIGMA ¿Cómo dar sentido a tantos símbolos, a tanta riqueza de detalles? ¿Cómo explicar la repetición tan fidedigna de la trama? ¿Y la repentina aparición y desaparición de esta serie onírica? ¿Cómo lidiar con las pesadillas recurrentes que incluso llegan a suscitar miedo a quedarse dormido? Proporcionar respuestas a estas preguntas requiere entender los orígenes y las funciones del sueño. Durante la vigilia —de día o de noche, pero con los ojos bien abiertos—, experimentamos una sucesión de imágenes, sonidos, sabores, olores y toques. Despiertos, vivimos sobre todo fuera de la mente, porque nuestros actos y percepciones están ligados al mundo fuera de nosotros. Entonces, con mayor o menor periodicidad —de noche o de día, pero con los ojos bien cerrados—, entramos en ese estado de inconsciencia en el que se apaga la pantalla de la realidad. Poco recordamos de este sueño tan familiar y reparador, por lo que es común pensar que se trata de una ausencia total de pensamientos. El sueño se presenta como una «no vida», una «pequeña muerte» cotidiana, aunque esto no sea cierto. Hipnos, el dios griego del sueño, es hermano gemelo de Tánatos, el dios de la muerte, ambos hijos de la diosa Nix, la Noche. Transitorio y en general placentero, Hipnos es profundamente necesario para la salud mental y física de cualquier persona. Algo muy diferente sucede durante el curioso estado de vivir para dentro al que llamamos «sueño». Allí reina Morfeo, que da forma a los sueños. Hermano de Hipnos según el poeta griego Hesíodo, o hijo de Hipnos según el poeta romano Ovidio, Morfeo lleva los mensajes de los dioses a los reyes y lidera una multitud de hermanos, los Oniros. Estos espíritus de alas oscuras emergen todas las noches a través de dos puertas, una hecha de cuerno y la otra de marfil, como una bandada de murciélagos. Cuando cruzan la puerta de cuerno —material que, cuando se vuelve muy fino, es transparente como el velo que recubre la verdad—, generan sueños proféticos de origen divino. Cuando pasan por la puerta de marfil —siempre opaco, incluso cuando queda reducido al grosor mínimo—, provocan sueños engañosos o sin sentido. Si los antiguos se dejaban guiar por los sueños, la confianza en ellos de los contemporáneos es mucho menor. Casi todo el mundo sabe qué es el sueño, pero pocos lo recuerdan al despertar por la mañana. El sueño en general se nos presenta como una película de duración variable, de comienzo a menudo indefinido, pero que casi siempre lleva a un desenlace concluyente. En una definición preliminar, el sueño es un simulacro de realidad hecho de fragmentos de recuerdos. Normalmente participamos en él como protagonistas, lo que no significa que tengamos control sobre la sucesión de acontecimientos que constituyen la trama onírica. Al actuar en él sin conocer su guion y dirección, muchas veces experimentamos sorpresa e incluso euforia. De igual modo, es común que el sueño escenifique situaciones de gran frustración o decepción. A pesar de reflejar las preocupaciones de quien sueña (es decir, del «soñante»), el curso del sueño es casi siempre impredecible. La lógica de los acontecimientos es f luida y errática en comparación con la realidad. La sucesión de imágenes se caracteriza por discontinuidades y cortes abruptos que no experimentamos cuando estamos despiertos. En los sueños, un personaje o lugar puede transformarse en otro con increíble naturalidad, revelando el poder de transmutación de las representaciones mentales. La secuencia entrecortada de los símbolos determina un tiempo caracterizado por lapsos, fragmentaciones, condensaciones y dislocaciones, lo que genera múltiples e incluso dispares capas de significado. El arco de posibilidades del sueño es muy amplio y bordea lo insólito, lo inverosímil y lo caótico. La interpretación de un sueño presupone la comprensión profunda del contexto real y emocional del soñante y puede ser extremadamente transformadora. ¿Por qué ese niño soñaba de forma recurrente con brujas, criminales, tigres y tiburones? ¿Sería suficiente señalar que evocaban el tiburón de Steven Spielberg o el macabro encuentro de Blancanieves con la vieja bruja malvada en la película de Walt Disney, ambos frecuentes en las pantallas de la época? ¿Qué denotan los elementos y las tramas de estas pesadillas tan nítidas y llenas de emoción? ¿Significan algo? ¿Hay lógica detrás del sueño? ¿Es el sueño un hecho explicable de la experiencia humana o un arcano insondable? ¿Soñar es un accidente o una necesidad? Meses antes de la aparición de la primera pesadilla, un domingo al atardecer, el padre del niño murió fulminado por un ataque al corazón. La madre reaccionó con serenidad al principio, pero unos meses después, viuda con dos hijos que criar, trabajando todos los días y asistiendo a la universidad a intervalos, cayó en una fuerte depresión. Al hermano menor le llevó meses preguntar dónde estaba el padre. Fue en este contexto de sufrimiento familiar en el que surgió la terrible y recurrente pesadilla de las brujas. Ilustraba con gran riqueza de detalles el sentimiento de orfandad, así como la soledad del miedo a la muerte, descubierta de repente como algo real. Era una situación irreversible y crónica, y el niño no veía la luz al final del túnel. El sueño repetitivo expresaba ese callejón sin salida que parecía concreto e ineludible en aquel momento. La intervención profesional fue positiva. Poco después del comienzo de la psicoterapia, el sueño de las brujas dio lugar al del detective y el criminal. El terror dio paso al suspense, la inexorabilidad del sacrificio a las brujas dio lugar a una misión y el niño comenzó a tener un amigo adulto de pelo oscuro, como su padre y el mismo terapeuta. El escenario del sueño ya no era el campo de concentración de la orfandad, sino un aeropuerto, un lugar desde donde se parte hacia muy lejos. Pronto apareció el tercer sueño, la caza del tigre y el nado con el tiburón; la aventura sustituyó al suspense, la separación de la figura paterna fue aceptada como necesaria y la lucidez al final del sueño dejaba claro que el tiburón no devoraría al niño. En el recuerdo, la comprensión de que el viaje es solitario se quedó grabada en naranja, rojo y violeta. El crepúsculo del sueño tenía los colores del momento en que mi padre cayó desplomado, un domingo tan antiguo como inolvidable. RUIDO, TRAMA Y DESEO Aunque explicada por un hecho relevante de la vigilia, la serie de sueños del niño que fui tiene una dimensión de fantasía y metáfora que la sitúa más allá de la memoria traumática. Si bien la reactivación de los recuerdos está en la raíz de las funciones cognitivas del sueño y de los sueños, no basta para explicar la complejidad simbólica que caracteriza a la narrativa onírica. No es común soñar con la repetición exacta de las experiencias de la vigilia. Por el contrario, la mayoría de los sueños se caracteriza por la intrusión de elementos ilógicos y asociaciones imprevistas. Los sueños son narrativas subjetivas, muchas veces fragmentadas y compuestas de elementos —seres, cosas y lugares— que interactúan con una autorrepresentación de la persona que sueña, que por norma general solo observa el despliegue de una trama. Los sueños varían en intensidad, y van desde impresiones confusas y débiles hasta intrincadas epopeyas de vívidas imágenes y sorprendentes giros inesperados. A veces pueden ser del todo agradables o solo desagradables, pero en general se caracterizan por una mezcla de emociones. También pueden anticipar acontecimientos del futuro inmediato, en particular cuando quien sueña experimenta ansiedad y expectativas extremas, como en los sueños de los estudiantes en vísperas de exámenes difíciles, a menudo repletos de detalles de contexto y contenido. Aunque es imposible mapear todas las tramas oníricas, no hay duda de que los sueños tienen elementos típicos. Entre los guiones clásicos, encontramos los sueños marcados por su carácter incompleto: el sueño moderadamente desagradable en el que nos descubrimos desnudos, no preparados para un examen o atrasados de forma irremediable de cara a un compromiso, en el que perdemos los dientes o nos separamos en mitad de un viaje de una persona importante a la que buscamos sin lograr reencontrar. En cuanto a los personajes, se suele soñar a menudo con familiares, amigos cercanos y personas con las que nos relacionamos en el día a día, aunque soñar con extraños también es posible, e incluso frecuente en ciertos momentos de la vida. Cualquier persona que sueñe y que sea mínimamente introspectiva recuerda sin duda tres tipos básicos de sueños: la pesadilla, el sueño gozoso y el sueño de persecución (por lo general infructuoso) de algún objetivo. La pesadilla corresponde a situaciones desagradables que no tenemos el poder de controlar o evitar. La inminencia de la agresión y el miedo dan la tónica del mal sueño, que se sustenta en el anticipo del temido desenlace. Casi nadie experimenta su propia muerte en sueños, porque en general despertamos antes de que ocurra, quizá debido a nuestra gran dificultad para activar, incluso en sueños, representaciones cerebrales incompatibles con la creencia en la propia vida. El sueño gozoso es lo opuesto a la pesadilla: presenta situaciones placenteras desprovistas de cualquier matiz de conflicto. Este tipo de sueño a menudo alimenta deseos que serían imposibles en la vigilia, de modo que satisface de forma plena e irreal a la persona que se entrega a él. Pero los dos extremos de gozo y terror no describen la mayoría de los sueños que tenemos. Para soñar con emociones tan fuertes hay que vivirlas en la vigilia. La materia del sueño son los recuerdos, nadie sueña sin haber vivido. En palabras de Jonathan Winson (1923-2008), uno de los pioneros en el estudio neurobiológico de los sueños, «los sueños simplemente reflejan lo que le pasa a quien sueña en ese momento». ————————————— Autor: Sidarta Ribeiro. Título: El oráculo de la noche: Historia y ciencia de los sueños. Editorial: Debate. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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