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El otro Camus

La pandemia devolvió a la actualidad uno de los libros de Albert Camus: La peste. Parece que el título y la similitud de los hechos que vivíamos por marzo y abril atrajo de nuevo la curiosidad sobre este texto y lo alzó de nuevo entre los más vendidos, al menos en Francia, porque por estos lares ni idea. Nada en contra, pero reconozco que, entonces y, sobre todo ahora, en este verano de rebrotes, al Camus que echo de menos es el que asoma en los Carnets. El autor que, con sus inquietudes intelectuales, por supuesto, desmiga pensamientos, lecturas, citas, frases, apunta reflexiones, recoge esbozos para sus ensayos y escribe estructuras para sus proyectos, pero que, entretanto, va dando una relación humana de los días y las noches, de los «tranvías sonoros e iluminados», las horas en los cafés codo con codo con «otros hombres», la «bahía palpitante de luz» en una Argelia que hoy ha desaparecido, «los rostros sonrientes de las mujeres jóvenes» que deambulan por las aceras a la hora de la siesta o «las brumas dejadas por las últimas lluvias» antes de que los chubascos desaparezcan en un horizonte de barrios pobres.

"Este es un Camus hedonista, al margen de su gran obra, que es capaz de disfrutar con las impresiones menudas que ofrece el discurrir de la existencia cotidiana"

Este es un Camus hedonista, al margen de su gran obra, que es capaz de disfrutar con las impresiones menudas que ofrece el discurrir de la existencia cotidiana, con sus miserias, rutinas, leves mezquindades, aburrimientos e insignificancias y a veces infravaloradas alegrías; un tipo que no se entretiene únicamente en los asuntos que son mayores y sirven para trabajar una grandeza, sino que intenta sujetar lo inmediato, aprehender la vida, asomarse a sus sensaciones vaporosas y huidizas, y que valora lo que muchas veces, por precipitaciones, ignorancia o falta de observación, dejamos de lado y que él comprende y valora, como buen maestro. Escribe: «El sol sobre los muelles, los acróbatas árabes y el puerto estremeciéndose de luz. Se diría que, por ser el último invierno que paso aquí, este país se prodiga y se despeja. Este inverno único, tan resplandeciente de frío y de sol. Frío azul». O lo que refiere más adelante, en otra página: «Largo paseo. Colinas con el mar de fondo. Y el sol delicado. Eglantinas blancas en todos los matorrales. Gruesas flores almibaradas, de pétalos violetas. A la vuelta también, dulzura de la amistad de las mujeres. Rostros graves y sonrientes».

Ahora, entre tanto pesimismo, desconsuelo y desafueros, los cometidos por los pájaros que siempre están dispuestos a dar la nota discordante, no está de más refugiarse en la lectura de unos tipos que han impreso un vuelo de libertad en sus acciones, esos que se manejaron como si no estuvieran sujetos a las distintas gravedades de lo ordinario, y que nos enseñan a desprendernos de artificios y tantos oropeles modernos, y que aprecian saltar al agua desde un malecón o el sabor a sal que el mar deja en la piel. Quizá es un buen consejo ahora que el prepotente Occidente ha redescubierto lo poco que vale nuestro resuello.

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