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El otro único libro de Salvatore Satta

El otro único libro de Salvatore Satta

La raza de los escritores de un solo libro produce una segura sugestión. En puridad, no suelen serlo y, si por un tiempo lo son, casi siempre llega el chasco de otro libro que aparece para desbaratar aquella condición de la obra pura, fascinante en su soledad, en la que se había decantado hasta entonces, como en una gema perfecta, una verdad sin dispersiones. El caso de Salvattore Satta se complica algo más. Jurista prestigioso, autor en realidad de una copiosa contribución al derecho procesal, comparte además con otros colegas académicos, como Piero Calamandrei, el rasgo de haber escrito excelentes páginas literarias. Con Calamandrei (y en general con la línea entonces dominante en esa rama del derecho) discutió Satta en fuertes polémicas disciplinares, hasta que a mediados de los años 40, la suya pasó de ser posición minoritaria a recabar un seguimiento compartido.

"Satta será siempre, en gran medida, ese autor de un solo libro, por serlo de una de las grandes novelas del siglo XX, como es El día del juicio"

Fue precisamente por esos años, guarecido cerca de Trieste tras perder su casa de Génova bajo los bombardeos aliados, cuando escribió De profundis, una vehemente, honda crónica que era una recapitulación moral y política del arcobaleno histórico bajo el que transcurrieron los años que van desde la Marcha sobre Roma a la firma del armisticio y la liberación del 44. Pero a pesar de todo, y a pesar de la publicación póstuma de otra novela, La veranda (Adelphi, 1981), Satta será siempre, en gran medida, ese autor de un solo libro, por serlo de una de las grandes novelas del siglo XX, como es El día del juicio (edición española, 1983), una prodigiosa danza de la muerte de los seres y las cosas en el pequeño y sardo Nuoro de la infancia, a los que la luz del recuerdo entresaca espectralmente de las sombras mientras dura la lectura.

A cuento de Il giorno, Georges Steiner citó en The New Yorker la prosa de Hobbes y la de Tácito (el mismo Satta quisiera la asistencia de este último en De profundis a la hora de tener que describir la atrocidad y la devastación de la guerra). Y en justa correspondencia con la extrañeza contemporánea que puede producir esa, diríamos, majestad deliberada del lenguaje, las historias de aquella novela excepcional, su espacio, sus criaturas, no habitan —solamente— un punto de la geografía o de la historia, sino que parecen, a la vez, enclavados en esa otra dimensión, tan lejana de nuestro tiempo y nuestro espacio culturales, que más bien asociaríamos con el mito. Justamente es este latido mítico, o sea, inactual, antihistórico, de la prosa de Satta, lo que alcanza en este De profundis que ahora se publica por primera vez en español, la vehemencia verbal que responde a su significado.

Porque ocurre, además, que lo relatado y sometido aquí al severo juicio político y moral de esa voz de otro tiempo no se produce sino como vicisitud estrictamente histórica, como lo fue para Satta la negligencia y la codicia liberales y burguesas entregadas al fascismo hasta dejar una tierra, tras la guerra, sumida en “la macabra desnudez de su calavera”. Es precisamente ese juicio que una temporalidad distinta emite sobre la razón histórica, lo que, junto a los hermosísimos plantos y execraciones, da aliento a De profundis. “Un día —dice Satta al tomar aire para el ascenso—, cuando la historia del mundo constituya un ciclo cerrado (como hoy la historia de Grecia o Roma), todo ese tormento secular que precisamente llamamos historia aparecerá como el resultado miserable de la perpetua y constante voluntad de vivir del hombre tradicional. Será esta una visión a posteriori de la que lejanos profetas tuvieron a priori…”.

"Satta habla desde otro lugar, mira y enjuicia desde otra altura, sospechamos algo tristemente abolido"

Y se entiende que a esa temporalidad cuasi mítica correspondan, más que unos agentes sociológicos, unas figuras como la de este “hombre tradicional”, que encaja como un guante al buen burgués laborioso y temeroso que es cualquiera de nuestros vecinos (si no nosotros mismos), cuya libertad, ciudadanía y leyes democráticas no están ahí sino para fortificar sus intereses. Fue este hombre, precisamente, quien entregó in extremis esa libertad al “héroe italiano” —otra figura—, dando la verdadera cara de su sempiterna defensa de la legalidad. Y hasta una nación histórica como Inglaterra comparece sub specie aeternitatis como el Mordor de una libertad entendida exclusivamente como competición por la riqueza.

Como este mundo, claro, no está regido por la razón histórica, el proceso de Satta tampoco puede responder a la contemporánea y ya naturalizada (por los electores y los partidos) oposición entre revolución y reacción, conservadurismo y progresismo, derecha e izquierda, intercambiables en el motor de la historia progresiva; ni los guías de su palabra tonante y clamante tampoco pueden serlo, propiamente, otros historiadores o sociólogos, sino, sobre todo, aquellos “lejanos profetas”: Dante, el Libro de los Jueces, Tácito, Guicciardini, Pascal, los evangelistas, Fóscolo, Manzoni, Leopardi…

“Las páginas de este libro se cierran—concluye Satta—, igual que se abrieron, con la desconsolada visión de una patria que muere.” Pero, ¿qué es —hoy, aquí, para una mente únicamente labrada por la paideia contemporánea— una patria? La extrañeza nos expulsa de la pregunta. La respuesta, todavía más: “Hay en esta guerra un horrible retorno del pecado original, confinado tiempo atrás en el mito por la razón o la indiferencia”. Satta habla desde otro lugar, mira y enjuicia desde otra altura, sospechamos algo tristemente abolido.

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Autor: Salvatore Satta. Título: De profundis. Traducción: Chiara Giordano y Javier Echalecu. Editorial: La Umbría y la Solana, Colección Abierta. Venta: Casa del Libro

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