Una visita turística guiada al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando dura alrededor de dos horas. Esa fue mi experiencia y mi tiempo caminando entre los restos gloriosos de la Historia Naval española.
En el suntuoso edificio de estilo neoclásico que alberga el panteón descansan los restos, entre otros marinos ilustres, de don Jorge Juan y Santacilia, don Cayetano Valdés, don Federico Gravina o don Cecilio Pujazón.
Fue idea de Carlos III erigir este monumento, cuya fachada principal se encuentra en el patio de armas de la Escuela de Suboficiales de la ciudad que, a su vez, está construida sobre la antigua Escuela Naval Militar. Será porque conozco muy bien al personaje histórico, pero me reconforta saber que un gran marino ilustre, aunque no esté aquí enterrado, como es don Isaac Peral y Caballero, seguramente visitó el panteón. Peral fue un alumno que ingresó en esta última escuela en 1865. Seguramente se sintió inspirado por lo que representa este edificio, inaugurado tras muchos retrasos en su construcción por la reina Isabel II diez años antes.
La fachada principal del panteón está escoltada por sendos antiguos cañones, acostados sobre su cureña, pertenecientes a las baterías del navío de línea Santísima Trinidad, nave almiranta de la Real Armada en el siglo XVIII. Lo único que lamento de mi visita a este excelso monumento es no haberlos visto, ya que el acceso para los turistas tiene lugar por la fachada posterior. La principal forma parte del recinto militar mencionado arriba y restringido a los civiles excepto en las ceremonias de entrega de los Reales Despachos de Empleo de la Escuela de Suboficiales, juras de bandera y similares, a los que los familiares de los alumnos están invitados.
Resultan profundamente conmovedoras las obras escultóricas que adornan los mausoleos. Mi máximo interés estaba concentrado en visitar la tumba de don Cayetano Valdés, marino ilustre al que he dedicado muchas horas durante mi actividad literaria. Mi impaciencia por contemplarla se calmó pronto, al ser una de las primeras paradas en el recorrido por aquel impresionante cementerio. Por cierto, están recogidas en el año 2018, y en el diario La Voz de Cádiz, unas palabras que dijo el escritor y académico don Arturo Pérez-Reverte sobre el panteón. Se trata de un comentario que dirigió el autor a Sergio, el guía, en una visita que realizó durante una de sus estancias en Cádiz: “Es el único cementerio del mundo dedicado a marinos de la Armada”.
Ya ven ustedes. ¡El único!
Al parecer, en su día hubo intentos para que los restos de Cristóbal Colón reposasen junto a la pléyade de ilustres que descansan en este camposanto tan peculiar. Hubiese sido un enorme reclamo turístico para San Fernando.
Pero volvamos al recorrido. El mármol blanco y otros materiales nobles predominan en la confección de las delicadas esculturas, donde ángeles dolientes velan al difunto en pétreos mausoleos decorados con profusión y buen gusto, incluso el que está dedicado a las clases de Marinería y Tropa. Sí. También hay una exquisita escultura dedicada a todos aquellos hombres de mar de los que ningún libro de historia habla. Conmueve el detalle de la pieza escultórica que representa a un marinero yacente y descalzo.
En las paredes pueden verse placas conmemorativas con los nombres de don Dionisio Alcalá Galiano, marino, cartógrafo y científico de la Real Armada, héroe muerto en la batalla de Trafalgar cuando mandaba el navío de línea Bahama, y también fue segundo de a bordo de la corbeta Atrevida, de la expedición Malaspina; o de don Pedro de Novo y Colson, teniente de navío y contralmirante que rescató para la Historia toda la ingente documentación que ese extraordinario viaje científico-político mencionado trajo hasta la metrópoli tras cinco años de vuelta al mundo y que fue confiscada y relegada al ostracismo a su regreso. Novo y Colson fue, a su vez, un dramaturgo de éxito. Llegó a ocupar el asiento G de la Real Academia Española. Ingresó en ella el 30 de mayo de 1915 con el discurso titulado “Los cantores del mar”. Se sorprenderían de la cantidad de marinos que han formado parte de la Real Academia.
Sigo caminando mientras escucho a Sergio y descubro la bellísima tumba de don Cecilio Pujazón, insigne astrónomo de la Armada del siglo XIX que fue miembro de un equipo internacional de astrónomos empeñados en dibujar el mapa del cielo por primera vez. Dirigió el Observatorio de San Fernando en la época en que Isaac Peral y Caballero construía su submarino en el arsenal de La Carraca. De hecho, Pujazón era su superior directo. Peral siempre contó con su apoyo cuando fue víctima de una perniciosa conjura, nacional e internacional, para arrebatarle la patente del prodigioso invento del que fue autor y constructor: el primer submarino de guerra.
El panteón es un monumento digno de visitar. El paseo a lo largo de los tramos laterales supone descubrir, uno tras otro, los soberbios mausoleos de don Antonio Escaño, don Santiago de Liniers, don Pascual Cervera o don Álvaro de Bazán, además de los ya mencionados, así como placas conmemorativas, y emotivas, como la dedicada a don Blas de Lezo. Caminar entre estas tumbas supone una lección de Historia Naval impregnada del romanticismo de sus ángeles y querubines dolientes, del misticismo de vírgenes y cruces o de la candidez de los motivos personalizados que se esculpen en ellas, como el telescopio que sujeta una bellísima estatua que vela el mausoleo del insigne astrónomo de la Armada, Pujazón.
Estos extraordinarios personajes históricos aquí enterrados me interesan porque no sólo se atrevieron a hacer de la Armada su profesión. En aquellos tiempos convulsos, sabían que entrarían en combate con toda seguridad. No sólo son Ilustres porque sus vidas están llenas de aventuras y desventuras bélicas de gran calado naval y político: además son autores de logros científicos, artísticos y literarios que marcaron la Historia de España. Un marino es un hombre culto. Siempre ha sido así. Tiene conocimientos de astronomía, navegación, cartografía, matemáticas, física, meteorología y otras disciplinas. Para mandar un navío esto resulta imprescindible. Y, agregado a lo anterior, los que descansan en el panteón, o aquellos a los que se recuerda, poseían inquietudes que enriquecían el patrimonio cultural de sus épocas, así como también de la nuestra.
Por si fuera poco, aquellos hombres estaban moldeados en el rigor y la resistencia que ahora se le exige a un astronauta en misiones espaciales. Aquellos marinos ilustres tenían el mismo temperamento audaz de un cosmonauta. Estaban dotados de la misma serenidad, entereza y conocimientos para enfrentar adversidades. Pero en el mar y en el combate. Esta es otra de las razones por las que son dignos de admiración.
Llegamos al término del recorrido tras el deslumbrante periplo repleto de arte, romanticismo y melancolía. Me sabe a poco. No he tenido tiempo de leer todas las placas conmemorativas. No voy a relatar cómo es el emotivo colofón de la visita. Porque, como en las novelas, destripar un final debería estar penado por la ley. Así que, chitón.
El pasado de la Armada española merece un monumento como éste. Un panteón que nos recuerde la envergadura de nuestra influencia en el mundo durante siglos. El lugar es menos conocido que el Museo Naval de Madrid, pero brilla tanto como las estrellas que usaron los marinos para orientarse en mitad de los océanos. Los vientos de la Historia son pertinaces cuando se empeñan en borrar la memoria y los recuerdos. La erosión del olvido y la indiferencia es implacable, aunque sabemos que aquellos que vivieron vidas extraordinarias siempre resultan una inspiración. Por eso merece muchísimo la pena ese paseo por el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.
Recuerden. ¡Es único en el mundo!
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