En estos tiempos en los que las fake news mueven el mundo con absoluto desparpajo son todavía más importantes si cabe libros de historiadores como este de Eduardo González Calleja que, con rigurosidad y sin dejar margen a la especulación manipuladora, señalan su impostura. González Calleja —que en los últimos años ha publicado dos volúmenes analizando la violencia política en la historia moderna de España (Akal, 2020 y 2024)—, se centra en su nueva obra en los sucesos de octubre de 1934 que amplios sectores conservadores y ultraconservadores han utilizado, y siguen utilizando, para desacreditar al régimen republicano y sostener que explican y justifican el golpe del verano de 1936.
Para lograrlo es necesario retrotraerse hasta finales del siglo XIX y principios del XX y analizar la compleja dialéctica entre republicanismo y socialismo en una sociedad en la que el fracaso sucesivo de las revoluciones liberales había dado lugar a un desencanto obrero (“antipolicismo” p. 13) que llevó a Pablo Iglesias a optar por una estrategia de “paciente espera, donde la educación y la organización aparecían como las armas decisivas para el triunfo” (p.13). Se inicia de esa manera un camino de complicado equilibrio interno dentro del socialismo entre las bases obreras y sus dirigentes con tensiones que serán determinantes y que González Calleja disecciona con claridad para el lector, ya sea lego o experto, pues presenta gran cantidad de datos y documentación sin perder el pulso narrativo.
Con la exposición minuciosa, detallada y fundamentada de los acontecimientos de aquellos días desmonta el autor mitos como el del contrapoder revolucionario, sostenido entre otros por Payne, al dejar claro que no existió “un liderazgo, un proyecto y un instrumento político y de combate capaces de competir con los del Estado”. Y señala dos aspectos esenciales, por un lado, que la dura y cruel represión a la que se sometió a la población, especialmente en Asturias, por parte de los militares africanistas fue un modus operandi “despiadado hacia el adversario que se mantuvo en los años siguientes y que apuntaló el papel decisivo que tuvo el Ejército de África en la conspiración y la rebelión de 1936” (p. 465). Y, por otro, que la relectura de lo sucedido dio lugar, por el lado de la izquierda, a mitificar como hazaña ejemplarizante la resistencia (con las consecuencias de contribuir a generar una atmósfera “cultural de violencia y venganza”, p. 412) y, por el lado de las derechas, a elaborar un contramito en el que los revolucionarios eran bárbaros, los religiosos muertos eran mártires y la revolución obrera era producto de la anti-España: “de ese modo se fueron acopiando los ingredientes de la propaganda antimarxista que se difundiría con profusión en la campaña electoral de febrero de 1936, en la justificación del golpe de Estado de julio y en la legitimación temprana del régimen franquista” (p. 413). No debemos caer en el fallo conceptual, y bastante común, de considerar octubre del 34 como paso previo al 36, realizando de esa manera una lectura e interpretación retrospectiva de los hechos: “es un error cognitivo consistente en sacar una conclusión basándose únicamente en el orden de sucesión de los acontecimientos, que nunca es un indicador fiable de una presunta relación causa-efecto” (p. 464).
Concluye González Calleja que la revolución de octubre estalló por móviles de orden político, ya que la percepción del riesgo de un golpe fascista era muy alta y los sucesos de Alemania, Francia y Austria fortalecían esa visión. Y matiza un aspecto clave para analizar y comprender lo sucedido: que se trató de un acto inconstitucional pero no de un acto antidemocrático porque “los socialistas no concebían la democracia republicana como pluralista, liberal y representativa (términos, el primero y el tercero, inexistentes en la época), sino como una democracia revolucionaria, a la que había que apoyar en tanto tuviera un propósito de amplia reforma social. Conceptos como pluralismo político, consenso o alternancia, claves en la definición de la actual democracia representativa, no existían entonces como virtudes de la democracia” (p. 456).
El fracaso de la revolución se debió en parte a la falta de apoyo del campesinado (agotado por la represión de la huelga general campesina de junio de ese mismo año, como se explica en las páginas 151 y siguientes), pero sobre todo a la ambigüedad y divisiones de los socialistas, ya que no había ni hubo unanimidad sobre la realización de una acción violenta: “predominaba el concepto de movilización como práctica legalista, reformadora y pacífica” (p.458). De forma que, a la hora de la verdad, no hubo ni un liderazgo claro ni factor sorpresa ni adiestramiento apropiado ni recursos humanos y materiales para poder triunfar. El relativo éxito en Asturias se debió sólo a la participación de 30.000 “militantes disciplinados y endurecidos por una lucha sindical y política de veinte años” (p.461).
La permanencia de este debate memorial es en sí mismo, como advierte González Calleja, un ejemplo del problema que seguimos teniendo en nuestro país para lidiar con nuestro pasado traumático. Libros como este son esenciales para que podamos avanzar en la comprensión de lo sucedido.
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Autor: Eduardo González Calleja. Título: 1934. Involución y revolución en la Segunda República. Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros.
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