Sigue inalterable el veterano escritor donostiarra Eduardo Iglesias (1952) en su proyecto de hacer una literatura exigente, artística, indiferente al mercado y en el polo opuesto del best seller; una literatura de reflexión moral con aditamentos sociales y hasta políticos, tan interesante y meritoria como desconocida del público mayoritario. Ya hace dos decenios dio a conocer Aventuras de Manga Ranglán y ahora recupera al personaje en un personal relato de no menos llamativo título, Manga Ranglán y el viento de la memoria. No estará de más aclarar de entrada que el humorístico jugueteo con esa parte del vestido que, según la RAE, empieza en el cuello y cubre el hombro, no remite a prenda alguna sino que constituye el caso más claro e inapelable de doble que yo conozca en las letras. No se trata de una clase de personaje que se desdobla para mejor mostrar una personalidad conflictiva sino de un solo individuo (Manga Ranglán) que se divide en dos, en un Manga y en un Ranglán, los cuales mantienen una coexistencia con frecuencia poco pacífica: discrepan, se corrigen. Pero, a la vez siempre siguen siendo uno. Así lo vemos en la historia que protagoniza/protagonizan en la novela.
La historia de Manga Ranglán y el viento de la memoria no es muy intrincada, aunque contenga peripecias variadas. En pocas palabras, su núcleo anecdótico reside en la actividad un tanto ensimismada del protagonista —el mencionado sujeto que porta tan curioso nombre— tras recluirse en una vivienda en una ciudad. Este urbanita un tanto indolente desarrolla escasas acciones: se manifiesta algo voyeur de una vecina, adopta una perra que tiene que devolver y disemina los libros de su biblioteca por la calle en provecho de otro vecino ansioso de lectura. Su única ocupación firme consiste en escribir, a la vez que leer, aunque, la verdad, no veamos con qué provecho. Resumida así la línea argumental, parece que apuntamos a una forma de costumbrismo local, pero nada de ello hay porque puntos de misterio rodean esos hechos comunes; un nimbo de enigma, o una pulsión lírica, rodean la notación realista.
El dato urbano no es inocuo, pues implica un alejamiento del campo y de lo rural. De tal manera, la novela lanza una mirada hostil hacia las ciudades que responde a la propia idiosincrasia literaria del protagonista, en cuyas narraciones “la naturaleza siempre ocupaba un lugar predilecto”: “Le sacaba más partido a un campo de amapolas que a uno de casas. Se inventaba con más facilidad personajes entre las flores que entre las calles”. La novela implica, por tanto, una forma de amor por la naturaleza, escenario de un pasaje entero en el que Manga Ranglán visita a Silván, un amigo de origen neoyorquino y que había “recorrido mucho mundo”, quien vive en un paradisíaco valle olvidado. El reencuentro podría tratarse con los tópicos de la literatura bucólica, pero nada de ello ocurre y otra vez la extrañeza perfuma la novela. Veremos al anciano Silván que, a sus 70 años, lleva el cuerpo completamente tatuado, maneja un antigua Harley Davidson y capitanea una pandilla de moteros.
Esta trama de la novela tiene que ver con las esperanzas y limitaciones de la vida corriente, pero con ella convive otra que adquiere una dimensión intensamente metaliteraria. Iglesias se refiere o menciona otros libros suyos con los cuales establece sutiles relaciones de modo que se forma una especie de continuo literario entre toda su obra, la de ayer y la de hoy, y entre la de Manga Ranglán y la del propio Iglesias. De hecho, una descripción del trabajo del personaje imaginario da una exacta síntesis de la escritura del autor real: Mangan Ranglán escribía relatos “de sus viajes por carretera por campos y montañas; de ciudades inventadas o en las que había vivido o conocido; y sobre cuestiones sociales en las que tomaba partido y llevaba al terreno más caprichoso y novelístico”. La frase que he puesto en cursiva sintetiza la forma de narrar más intrínsecamente caracterizadora de nuestro autor.
Además, en la novela encontramos una auténtica poética narrativa, una teoría de alcance general (“¿Crees que escribir nos aclara o nos confunde?”) y de particular aplicación a Iglesias. Se desliza de forma indirecta en varias ocasiones y se manifiesta en un pasaje donde se explica qué es la literatura para Manga Ranglán, o sea, para Eduardo Iglesias. A tal propósito leemos: “Para escribir libros sobre la actualidad ya están los periodistas. A él [Manga Ranglán] le gustaban los reporteros. Los que estaban en primera línea y mandaban sus visiones sobre lo que escribían de primera mano y con el estilo caliente de lo que sentían. La literatura era otra cosa. Lo primero que él tenía en cuenta era escribir a fondo perdido”.
Entre la realidad y el arte, Manga Ranglán y el viento de la memoria presta atención a diversas dimensiones de la verdad humana global. Sin continuidad, como notas relevantes dispersas, desfilan grandes temas genéricos: el recuerdo subrayado en el título, la escritura, la amistad, la soledad, las mujeres, la nostalgia, la tierra primigenia, la aventura, el inconformismo, el miedo, la violencia o la familia. Todo ello funciona como si tuviéramos a la vista un suficiente damero del mundo presidido por una figura mayor, el tiempo. De ello, de “ese eterno fugitivo, ese perfecto vagabundo”, del peso del tiempo, trata en última instancia la novela. No por casualidad el libro se abre con una declaración bautismal: “Esta historia ocurrió en un tiempo a la deriva, perdido en los tiempos del tiempo…”.
Las inquietudes de Manga Ranglán resultan como un testimonio de ese implacable factor de nuestra existencia, pariente de la memoria, motor de último del personaje. No se rinde, sin embargo, el relato a los efectos destructivos del calendario y curiosamente se cierra con un mensaje positivo. El desenlace argumental barojiano (“—Hay que esforzarse en algo, creo yo. La vida va de empeñarse”) está impregnado de vitalismo. El mundo sigue. Esta vez Manga y Ranglán están de acuerdo. Les espera Betsie, como llaman humanizándolo a su viejo coche, para volver a sus imaginativas empresas de siempre. Pero ese final le deja al lector —a este lector— un sabor contradictorio porque en él late una emotiva impresión de tristeza.
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Autor: Eduardo Iglesias. Título: Manga Ranglán y el viento de la memoria. Editorial: Huerga y Fierro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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