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El poder de la literatura

El poder de la literatura

El 8 de febrero de 2021 se anunció que Juanma Gil había ganado el Premio Biblioteca Breve con la novela Trigo limpio. Lo supo por una llamada telefónica cuando se disponía a tomar una especie de degradación de té con limón. Publicado el libro, habló con periodistas, participó en variadas presentaciones y, cumpliendo con su obligación, durmió en aviones y bebió en hoteles. Hizo muchas cosas, menos una: escribir. Se sumió en una negrura creativa, le acompañó una inacción paralizante y se moría de miedo al sentirse incapaz de volver a escribir. A toda costa tuvo el empeño de encontrar un motivo para emprender una nueva novela.

Lo que acabo de decir no es una nota informativa que ponga como delantal al comentario de la nueva obra de Juan Manuel Gil. Se trata de un resumen de lo que él mismo cuenta al comienzo de La flor del rayo, el libro que ha salido de su lucha íntima por superar tal estado de estancamiento y depresión. Es decir, estamos ante un caso más de esa moda fatigosa, aburrida y que a mí me tiene ya bastante harto de la autoficción; de la ficción que toma como sujeto novelesco al propio autor y, en este caso, sus cuitas. Autoficción que no deja de plantear alguna curiosa incertidumbre. El nombre del narrador, Juanma, su edad declarada en la novela, 43 años, y el escenario en el que se emplaza el relato, Almería, ciudad natal de Juan Manuel Gil, remiten al ciudadano-escritor Juan Manuel Gil, pero ninguna certeza tenemos de que lo que ocurre en la trama anecdótica pertenezca a la biografía real de dicho señor.

"Esa trama, urdida con requisitos de un buen contador de historias, de alguien, el autor real del libro, que participa del gusto por el viejo arte de narrar, se desarrolla con variedad de recursos"

Dejando al margen este dato relevante para aquilatar lo que la autoficción tiene de impostura imaginativa o de tributo a la señalada moda, Juan Manuel Gil aborda con interés anecdótico y con no poca destreza formal ese asunto vila-matiano de la impotencia creativa. La trama de la novela gira en torno a cómo el autor-narrador-protagonista se las apaña para encontrar un asunto —o, con más propiedad, un argumento—, para su nueva obra. A tal fin escruta la casa de una vecina, y a la misma vecina, pues aprecia en ambas sugestivos síntomas inquietantes, promisorios de estar ante un posible asunto novelesco. A la vez, su relación de pareja se resiente por culpa de sus obsesiones y la mujer le abandona. Al tiempo, hace averiguaciones sobre la vecina con un paisano chismoso. Todo ello pertenece a un imaginario de ficción, y de la autoficción no parece quedar, solo un poco avanzado el relato, otra cosa que el dicho emplazamiento geográfico.

"Se consigue que experiencia y ficción se anuden en un bucle sólidamente trenzado. Así el juego literario deja de ser juego y se trasforma en interrogante existencial"

Esa trama, urdida con requisitos de un buen contador de historias, de alguien, el autor real del libro, que participa del gusto por el viejo arte de narrar, se desarrolla con variedad de recursos. Los dilemas mentales del protagonista tienen aire de relato realista, de crónica testimonial de la cotidianeidad. Lo avalan la historia conyugal o las tensas relaciones con la madre y aún más los incidentes menudos con su perro, Boludo, que se sustancian en la ocurrente constatación de la cifra exacta que con frecuencia abona al veterinario. Por el contrario, los sucesos que afectan a la vecina están aureolados de misterio, se tratan con el suspense propio de lo incógnito y conectan con la atmósfera de las narraciones góticas. La seria problemática del escritor estéril conoce un tratamiento distendido y ocurrente, y está elaborada con el concurso de un buen humorismo tanto verbal como de situaciones. Ambas dimensiones se conjugan con extraordinario acierto en las divertidas, amén de serias, sesiones de psicoterapia a las que se somete el escritor en bloqueo creativo. En fin, el propio Juanma (personaje) alcanza, más allá de cuál sea la causa de sus aflicciones, densidad psicológica y muestra un atractivo retrato de un hipocondríaco.

Dado el motivo argumental del que arranca La flor del rayo, el elemento metaliterario abunda en ella. No deja de tener algo del ensimismamiento culturalista de cierta clase de literatura. Pero Juan Manuel Gil lo hila bien con su gran motivo temático, los límites entre vida y literatura, el viaje de la realidad a la imaginación. Y este asunto calderoniano, y unamuniano, se aborda con gran verdad narrativa, con eficacia novelesca que lo rescata de la especulación intelectual. Se consigue que experiencia y ficción se anuden en un bucle sólidamente trenzado. Así el juego literario deja de ser juego y se trasforma en interrogante existencial. Aunque, por otra parte, no sea algo separado de la literatura, pues esta se concibe como una experiencia reveladora del mundo. De ahí el título de la novela, cuyo sentido se esclarece en el propio libro. La clave la ofrece una conversación entre el protagonista y la vecina. La flor del rayo —se explica— “es la marca que imprime un rayo sobre la piel cuando impacta en una persona”. Algo así ocurre con la literatura, que “tiene la voluntad de dejar su huella en el lector”. Por eso la novela La flor del rayo es, además del relato de una aventura personal entre la farsa y el drama bastante amena, un canto al poder de la literatura.

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Autor: Juan Manuel Gil. Título: La flor del rayo. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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