El nido del águila, el refugio erigido por Hitler en la cumbre del pico de Kehlstein, en los Alpes bávaros, ha adquirido, con el paso del tiempo, morbosas resonancias, pero hubo un Nido del Águila anterior en los Alpes. El hombre que encargó su construcción no fue otro que el juez Alfred Wills, el mismo que juzgó a Oscar Wilde por sus relaciones con Alfred «Bosie» Douglas.
La construcción original se alzaba en el valle de Sixt, en las cercanías del Mont Blanc. La historia de este refugio ilustra un episodio que representa la devoción de los británicos no solo al suelo alpino, sino también a los guías que les conducían a través de las montañas durante sus larguísimas vacaciones estivales. Hablar de la Inglaterra del siglo XIX es hablar también de Saboya, de Suiza, de Francia, donde los hombres más influyentes de la época se reunían y compartían exploraciones desde junio a septiembre.
¿Cómo surge la asociación entre el guía y el «alpinista» (que no es otra cosa que el que frecuenta los Alpes, si atendemos a su etimología)?
De los primeros guías nos llegan retratos borrosos y, cuando llegan bien definidos, nos encontramos ante un Jean Jacques Balmat, el hombre que conquistó junto con el médico Paccard la cima del Mont Blanc en 1786, hosco y bravucón, un forajido, en suma, que había aprendido a moverse en los laberintos sin marcas de los senderos de montaña por necesidad, para escapar de la justicia, para esconderse por tratarse de un furtivo cazador de gamuzas y un buscador de cristales. Este Jean Jacques Balmat es el tío abuelo de Auguste Balmat, el hombre de confianza del juez «Justice» Wills, como era conocido por sus contemporáneos.
Era a los servicios de hombres como el primer Balmat a quienes debían recurrir los viajeros que se aventuraban por la montaña en las primeras tentativas, pues ningún honesto y tranquilo ganadero se internaba por los senderos alpinos más allá de la zona de pastos o la cueva en la que ponía a curar sus quesos.
Jean Jacques Balmat, el primer guía célebre del alpinismo, añadió a los ya dudosos méritos de los primeros guías de montaña el de cazarrecompensas.
Balmat no abrió el paso a la cima del Mont Blanc por amor a las cimas, subió para conseguir la recompensa que De Saussure (antepasado del lingüista) ofrecía a quien la coronase, y murió obsesionado por el oro, según se dice, cuando cayó en un lugar inaccesible, donde buscaba infructuosamente una veta de este metal, aunque las circunstancias de su muerte no están claras. No es infrecuente oír entre los guías de la zona que el precursor de la figura del guía murió asesinado.
Es a Dumas y a sus Impressions de voyage, Suisse, a quien debemos el retrato que pinta a Jean Jacques Balmat como el hombre desorientado y embaucador que fue. Dumas se sintió fascinado por la figura de Balmat. Los guías que marcan un hito suelen ser coronados con un apodo, a falta de laureles, y una gratificación extra en el caso de primeros ascensos. A Balmat le llamaban «Mont Blanc». Buena parte de las cimas han recibido el nombre de quienes las conquistaron, siempre que fueran clientes, pero en el caso de Balmat fue la montaña la que lo rebautizó. El duque de Saboya, Víctor Amadeo, celebró su hazaña otorgándole el nombre de la cumbre a modo de inofensiva notoriedad. Dumas quiso explicar a los ignorantes del alpinismo la importancia de Balmat equiparándole a Cristóbal Colón, «el Cristóbal Colón de las montañas», pero no ahorró en su descripción del encuentro ni la afición al vino ni a la bravuconada de este forajido redimido.
El sobrino nieto de Balmat, Auguste, fue un guía afamado al que muchos de los miembros del Alpine Club recurrieron para notables ascensiones. Alfred Wills le dedica a este Balmat, «mi probado y fiel compañero, en muchas dificultades y algunos peligros, con sentimientos de cálido respeto y consideración afectuosa», su libro Andanzas por los Altos Alpes, publicado en 1856. Auguste Balmat era uno de los guías de Chamonix, los guías que gozaban por entonces de mayor reputación entre los viajeros. En cierto modo fue un visionario que se granjeó numerosos honores, como el de recibir a Napoleón III en su visita a la localidad cuando Saboya fue anexionada a Francia, y a él se debe el acceso de los turistas a Montenvert, tallando peldaños en la roca y construyendo una rampa.
Balmat murió en 1862 como guarda de la casa que Wills se había construido sobre Sixt. El final de la vida de Auguste fue tranquilo, aunque salpicado por un escándalo que tuvo que ver con su cometido de supervisar la marcha de la construcción del refugio del juez. El escándalo estaba relacionado con el destino del dinero a pagar a los trabajadores, que llegó muy mermado a sus destinatarios. El juez, célebre por su férrea falta de clemencia con los acusados que comparecían ante él, echó tierra sobre el asunto, salvaguardando el nombre del guía con el que coronó sus mayores logros alpinos y al que no había vacilado en homenajear en sus escritos. En el campo de justas de la montaña no cabía sino el honor, sobre todo si el deshonor podía salpicar la propia reputación.
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