No sé en que año empezó a publicarse en Santander un periodiquito titulado La Abeja Montañesa. Podría mirarlo en Internet, pero no merece la pena afinar tanto. Baste saber que en él solía publicar sus artículos de opinión, entre 1856 y 1867, el escritor José María de Pereda, el autor de Peñas arriba, entre otras muchas novelas de costumbres, un autor al que nadie lee en la actualidad porque es un histórico y, por tanto, un autor pasado de moda aunque siempre leído con entusiasmo por sus paisanos y estudiosos, que los hubo y sigue habiéndolos. A mí, Pereda me sirvió para aprobar un curso y es justo que le guarde respeto y le agradezca el favor.
Lo que hace al caso, al de este artículo, es el mero hecho de vincular el periodiquito montañés con don Marcelino Menéndez y Pelayo. En aquél periódico publicó su primer trabajo don Marcelino, el enorme bibliófilo o bibliófago, devorador de libros. Esta historia que les voy a contar merecería que la conocieran los hijos de nuestros hijos, esos inteligentes seres que tan bien manejan los teléfonos móviles y los ordenadores, pero leen tan poco porque no se les ha creado el hábito y se creen que Google es la biblioteca universal.
Vamos con la anécdota.
La abeja montañesa publicó en la sección de Gacetillas del día 22 de junio de 1868 este problema histórico: “¿Qué acontecimiento notable tuvo lugar en la 2ª hora de la 2ª mitad del 2º día del 2º mes del 2º año de la 2ª mitad del 2º siglo del establecimiento de la dinastía de doña Isabel 2ª?”.
No esperaba el periódico unas respuestas muy rápidas. El caso es que, ya que al día siguiente, recibió una carta firmada con las iniciales M. M. y P. que decía:
“Santander, 23 de junio de 1868.
Sr. Director de La Abeja Montañesa.
Muy Sr. mío: Ha llamado mi atención el problema histórico que insertan ustedes en el n.°143 de su apreciable periódico y después de haber pensado un poco sobre ello, me parece que el hecho más notable ocurrido en España en la 2ª hora de la 2ª mitad del 2º día del 2º mes del 2º año de la 2ª mitad del 2º siglo del establecimiento de la dinastía de Doña Isabel II de Borbón, o sea el 2 de febrero de 1852, a las dos de la tarde, es la tentativa de regicidio del cura Merino contra la persona de nuestra actual soberana.
Suplico a Vd. dispense la libertad que se toma su afectísimo S. S. Q. B. S. M. —M. M. y P.”
Indagaron los redactores de La Abeja Montañesa sobre la identidad del autor del descubierto jeroglífico, y un familiar del susodicho, el doctor don Juan Pelayo, que era colaborador del periódico, dijo que era su sobrino Marcelino, que parecía un chaval despierto.
— ¿Cuántos años tiene el chico?
— Acaba de cumplir once.
Nota aclaratoria: A la reina Isabel II la salvó de la muerte su corsé el día 2 de febrero de 1852, lo cual es muy meritorio (por parte del corsé); pero hemos de hacer algunas aclaraciones. No hay que confundir al cura Merino —regicida, llamado Martín Merino, nacido en Amedo, secularizado en 1822 y ejecutado a garrote en el Campo de los Guardias, a las afueras de Madrid, por agredir con un estilete a la reina Isabel II—; no hay que confundirlo, decía, con Jerónimo Merino: jefe de guerrilla en la Guerra de la Independencia, nacido en el pueblo burgalés de Villoviado, muerto en Francia y enterrado en Lerma.
La moraleja del caso es el demostrado ingenio de un muchacho de once años que ya apuntaba unas maneras que hoy se despachan poco.
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