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El primo inglés del prisionero de Zenda

El primo inglés del prisionero de Zenda

Pastiche dedicado a la Web literaria «Zenda Libros».

A principios de abril de 1891, Holmes, Watson y el sabueso Toby tomaron en la estación Victoria el Continental Boat Express con dirección a Viena.

En los días anteriores se habían producido una serie de reuniones secretas en las que se vieron involucrados Holmes, Watson, Stamford, Mycroft y hasta el mismo Moriarty. El suave traqueteo del vagón de primera clase invitaba a echar una cabezada y dejarse mecer por la melodía rítmicamente metálica que producían las ruedas de acero de los coches al deslizarse por las juntas de los raíles.

Holmes hacía este viaje totalmente engañado, ya que su amigo y compañero Watson le había convencido diciéndole que Moriarty se había desplazado al Continente para ampliar sus poderosas redes de extorsión, y era el momento oportuno para demostrar ante las autoridades europeas todos los negocios sucios que se traía entre manos.

"Holmes tenía la mirada perdida. Había algo en su prodigioso cerebro que no encajaba, y esa era la manera de exteriorizarlo"

Watson iba bastante preocupado por la posible reacción de Holmes cuando conociera los verdaderos motivos del precipitado viaje. Lo cierto es que Moriarty se había puesto en contacto inesperadamente con Watson para ponerlo al corriente del acoso que estaba sufriendo por parte del detective, y aportaba en su favor una serie de telegramas suscritos por Holmes que denunciaban una serie de acusaciones hacia su persona que no se sostenían, por la absoluta falta de pruebas. Es más, Moriarty se reservaba el derecho de iniciar una serie de acciones legales de forma inmediata.

Lo cierto es que Watson, cuando estuvo al corriente de todos los hechos, se fue a ver a su viejo colega Stamford, Jefe de laboratorio del Bart’s (Hospital de San Bartolomé), y le confesó que a su juicio la culpa de todo la tenía el hábito malsano de Holmes de consumir cocaína. Stamford, como toda respuesta y consejo, le entregó un ejemplar de la revista médica Lancet, en la que se hablaba de un médico que residía en Viena, que había tratado con éxito a muchos pacientes aquejados de la misma adicción con resultados altamente satisfactorios. Como prueba de buena voluntad se ofreció a ponerse en contacto con el doctor Freud, que era el médico en cuestión, para que les diera, cuando llegaran a su casa, en la calle Berggasse nº 19 de Viena, un trato preferencial. Y es digno de señalar aquí que Stamford gozaba de gran prestigio en la comunidad médica europea, prestigio que en su mayor parte se lo debía a los escritos de Watson.

El tercer ocupante del vagón, también con un asiento de primera clase, era el sabueso Toby, que el viejo Sherman, amigo íntimo de Holmes y la única persona en Londres que se permitía llamarlo por su nombre de pila, si exceptuamos a su hermano Mycroft, había tenido a bien prestar al detective para que siguiera la pista de Moriarty, pero con la recomendación de que en vez de utilizar la creosota como rastro de seguimiento olfativo le diera a oler al sabueso extracto de vainilla, a cuyo efecto el felpudo situado en la salida de la casa del feroz enemigo de Holmes había sido impregnado de esa sustancia, y Toby estaba muy atento tras el rastro.

Holmes tenía la mirada perdida. Había algo en su prodigioso cerebro que no encajaba, y esa era la manera de exteriorizarlo. En un momento determinado cogió su valija y se ausentó del vagón, y Watson presumió que iba a administrarse su dosis de cocaína.

Cuando Holmes regresó, muy pálido, un inglés, muy bien parecido, alto y extremadamente pelirrojo (muy digno de pertenecer a la famosa Liga) abrió la puerta del compartimiento y preguntó, farfullando, si podía compartirlo con el grupo hasta Linz. Añadió que había subido en Salzburgo, pero el tren se había llenado mientras estaba en el comedor. Holmes le invitó a que se sentara con un lánguido ademán, y luego pareció perder todo interés por el hombre. Watson tuvo que intentar una conversación inconexa, que el recién llegado aceptó con vagos monosílabos.

"Él nunca supo que este viajero pelirrojo era Rudolf Rassendyll, el primo inglés del rey de Ruritania, a quien había sustituido con notable éxito, dado su gran parecido con el Monarca"

—He estado paseando por el Tirol —dijo, en respuesta a una de las palabras de Watson, y entonces, Holmes, abrió los ojos.

—¿En el Tirol? Imposible —dijo el detective—. ¿No dicen las etiquetas de su equipaje que acaba de regresar de Ruritania?

El apuesto inglés, al sentirse descubierto, se puso casi tan pálido como Holmes. Se levantó, tomó su equipaje y, balbuciendo disculpas, dijo que iba a tomar un trago.

—Qué lástima  —dijo Watson después de que se hubo ido—. Me hubiera gustado preguntarle acerca de la coronación de Rudolph V.

«Este es uno de los encuentros accidentales de la historia inglesa reciente, rico en toda clase de ironías y cameos. Al parecer —según cuenta Watson— en el epílogo de uno de sus relatos, él nunca supo que este viajero pelirrojo era Rudolf Rassendyll, el primo inglés del rey de Ruritania a quien había sustituido con notable éxito, dado su gran parecido con el Monarca».

Huelga decir que el excelente sentido de Toby los llevó hasta su destino.

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