Tengo un amigo sensible que se ha aficionado a las películas apocalípticas para tolerar mejor, en contraposición, la montaña rusa de la realidad argentina. Este verano seguí su consejo y vi Dejar el mundo atrás después de haberme tropezado con un irónico afiche callejero que así la promovía: “En el final, ni los dólares te sirven”. No es una obra maestra, pero tiene una rara escena intimista y notable; sucede en un paréntesis de la gran catástrofe, cuando una mujer y un financista toman el último whisky y el hombre revela algo acerca de su larga experiencia laboral: “Mis clientes más listos han perdido mucho dinero por basarse en sus prejuicios, en vez de basarse en la verdad. Entender la diferencia es muy duro para algunos”. Julia Roberts, que es su interlocutora, quiere saber: “Cuando tú ves la verdad y ellos no, ¿te enfureces?”. El financista contesta: “Depende de la persona. A veces disfruto al ver cómo el mercado les da su merecido. Los que realmente me aterran son los que no aprenden. Incluso después de perder mucho dinero. Nada me aterra más que una persona que no aprende. Incluso a costa de su dinero. Esa es una oscuridad que nunca entenderé”. La reflexión encaja de modo tan directo en una parte de nuestra sociedad politizada que el film rompe de inmediato cualquier función anestésica: hay simpatizantes del estatismo más cerril que prefieren fracasar a no tener razón. Son como los fanáticos del marxismo-leninismo que luego de la implosión de la Unión Soviética y la prolongada debacle cubana, siguen pensando que su proyecto era magnífico contra todo dato o evidencia. La colonización peronista y el adoctrinamiento progre han empollado muchas de estas aves picoteras, ciegas frente a un modelo que paradójicamente quebró al Estado, pulverizó salarios y jubilaciones, multiplicó la miseria, pauperizó a las clases medias bajas y condenó prácticamente a la insignificancia a la inversión y a la industria nacional. Todos perdieron dinero, el mercado les dio su merecido, pero no aprenden, se quedan en esa aterradora oscuridad autoconfirmatoria y posapocalíptica. La caricatura libertaria y los errores gruesos de Javier Milei van a confirmar sus prejuicios y rehabilitarles sus clisés, y a mantenerlos a ellos dentro de su zona de negación, aclimatados en la hecatombe y representados por un grupo de millonarios que se han aprovechado de las arcas públicas, han sido un activo sostén de los empobrecedores seriales y acaban de consumar la huelga general más rápida y ridícula de la historia. La reaparición precoz de varios mafiosos y hambreadores en la plaza del Congreso le hizo, a su vez, un extraordinario favor al nuevo presidente, que mantiene el rumbo correcto, pero maneja el timón con temeridad, chambonadas de bisoño y raptos de insensatez alarmantes. Una vez más: son los enemigos de Milei los que mantienen cohesionados y en silencio a sus primeros críticos. Es que se ha vuelto difícil escribir sobre su gobierno, que abrió un ciclo inédito e imprevisible. Esa clase de metamorfosis provoca siempre dudas, reacomodamientos, perplejidades, conversiones, enojos y no pocos chispazos, sobre todo entre personas que creían pensar lo mismo hasta hace dos días. El ejemplo canónico y más espectacular que brinda la historia es la feroz polémica que sostuvieron Alberdi y Sarmiento, juntos quince años contra el luctuoso régimen rosista y después enemigos irreconciliables a pesar de ser los dos más trascendentes escritores de la Argentina liberal. El autor de “Bases” defendía a Urquiza y le recriminaba al legendario narrador de “Facundo” que mantuviera en aquella nueva etapa sus duras objeciones: los que han peleado tanto tiempo —sostenía— “han acabado por no saber más que pelear” y para eso se han inventado un nuevo tirano, un “Rosas aparente”; hay “caudillos y gauchos malos de la prensa” y “no comprenden que la libertad siempre es imperfecta”. Y agregaba Alberdi, dirigiéndose directamente a su nuevo e inesperado rival: “En sus manos la pluma fue una espada y no una antorcha”. Sarmiento, fiel a su estilo, respondió con prosa pasional y furibunda, sugirió que Alberdi era un conservador frívolo y demagogo, refutó sus acusaciones, reveló asuntos privados y se abocó a cuestionar no los objetivos sino la pericia de Urquiza poniendo bajo la lupa su modo de gestionar: “Venía empeñado en hacer correr el agua hacia arriba, y el agua tiene la torpeza de correr hacia abajo siempre”. No importa quién tenía razón y quién se equivocaba: releer hoy Cartas quillotanas y Las ciento y una puede ilustrar acabadamente acerca de las bifurcaciones vehementes que períodos políticos inesperados e inciertos —con sus ambigüedades y cambios bruscos— producen dentro de pensamientos similares. A siete semanas de haber asumido con el 56% de los votos —muchos de ellos prestados con la nariz tapada—, están surgiendo discusiones por suerte menos sanguíneas y rencorosas en algunos cenáculos intelectuales. El profesor Loris Zanatta, por caso, ha señalado desde su posición liberal los peligros e inconsistencias del ampuloso discurso mileísta. Otros pensadores del palo sugieren que el republicanismo no debería ser tan quisquilloso, puesto que la manipulación populista ha logrado que en la práctica determinadas normas institucionales contradigan el espíritu con que fueron concebidas. Ciertos observadores advierten acerca de cómo se han convertido de pronto en “republicanos flexibles” muchos de quienes eran intransigentes ante la violación de las reglas constitucionales. En la siempre interesante revista Seúl, el brillante filósofo Julio Montero nos recuerda que “los liberales originarios sólo se volvieron dialoguistas cuando ganaron, cuando convirtieron al liberalismo en una doctrina oficial”. Y concluye: “La gran pregunta que los liberales debemos responder es si este populismo liberal de Milei es la cuadratura del círculo o la única alternativa que queda en pie” para modificar algo en un país tomado por las mafias más agresivas y los sectores más destituyentes.
A unos y a otros, recomiendo leer Utopía y mercado, un libro monumental donde otro filósofo —Luis Diego Fernández— compila textos fundamentales de la larga y contradictoria historia del libertarismo. En su estudio preliminar, Fernández dice: “Ésta no es una filosofía para débiles. No es light, es una doctrina radical y extrema”, y añade: “El problema se encuentra en el origen: nunca dos libertarios piensan lo mismo y siempre uno termina acusando al otro de socialista”. Este especialista ha aseverado, no obstante, que Javier Milei es esencialmente un paleolibertario; es decir: ha aceptado el giro reaccionario operado en la última década del siglo pasado, y en consecuencia se vuelve imprescindible leer el texto estratégico y fundacional de su ideario, que escribió el inefable Murray Rothbard. Ese panfleto se encuentra en la página 330 y se titula significativamente “Populismo de derecha”. Allí Murray —Milei le puso ese nombre a uno de sus perros adorados— reclama una política agonal: amigos y enemigos irreductibles. Una nueva grieta que Fernández describe así: “El pueblo (integrado por trabajadores, clase media, emprendedores, el «individuo promedio») contra «la corporación política» (casta) formada por la élite gobernante (establishment progresista), el empresariado subsidiado, los medios de comunicación, la academia y las minorías raciales y sexuales”. En ese manifiesto Rothbard se permite hacer una reivindicación melancólica de Joseph McCarthy, quien no fue libertario, pero resultó defenestrado igualmente por “liberales, centristas, periodistas, el Pentágono y los republicanos de Rockefeller”. El ideólogo del paleolbertarismo considera que el cazador de brujas de Hollywood practicó un populismo de derecha. “La política populista —apunta— es conmovedora, excitante, ideológica y éste es el motivo por el que no les gusta a las élites: no te metas en problemas”.
Sin ser yo mismo apocalíptico, me pregunto: ¿Milei se ceñirá a esta teoría radicalizada, o lo que pasó en Davos quedará en Davos? ¿Es un dogmático o cederá al pragmatismo lúcido? ¿Sus marchas y contramarchas de estas semanas deben adjudicarse a su amateurismo o a la atormentada personalidad de quien posee una ideología de confrontación, pero debe desplegar una táctica de negociación tradicional con sus “enemigos”? Es difícil escribir sobre Javier Milei por todas y cada una de estas características de su disco rígido. Y mucho más para quienes necesitamos que apague el infierno inflacionario y recesivo, y nos salve de la extinción.
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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires
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