Esta novela satírica de Stanisław Lem, inédita en castellano hasta ahora, es también una farsa amarga sobre nuestra civilización, que la editorial Impedimenta publica en plena celebración del centenario Lem.
Zenda adelanta el prólogo de Patricio Pron.
***
INTRODUCCIÓN
Georg Christoph Lichtenberg constató en una oportunidad que la gran sed de conocimiento de su época y su erudición solo habían contribuido a la creación de una barbarie erudita, pero el profesor Dońda del que escribe Ijon Tichy en este relato —en una tablilla, como al principio de la historia humana— está convencido de que el exceso de información puede conducir a algo más, a la desaparición del conocimiento: cuando se llegue a una «masa crítica » —inevitable, según él, dada la capacidad de almacenamiento de las computadoras—, la información se convertirá en materia y dejará de estar disponible. «La computarización le retorcerá el cuello a la civilización, pero eso sí, con suavidad», anticipa.
Nos resistimos a creer que no haya un plan maestro. Y esto es así en buena medida porque solo somos capaces de comprender algo articulándolo en una serie narrativa comprensible, en un relato ordenado del que se derive un orden; allí donde no podemos integrar una observación a nuestra narrativa de preferencia —religiosa, filosófica, científica, paranoica—, tendemos a preguntarnos si lo que creemos observar es real, un asunto de especial importancia en Solaris, quizá la obra más conocida de Lem: cuando Kris Kelvin llega al puesto de observación que orbita en torno a Solaris para esclarecer los motivos de la conducta de sus tres tripulantes, descubre que uno de ellos se ha suicidado y que los otros dos miembros de la tripulación no son los únicos ocupantes de la nave; un día ve caminando por el pasillo a una mujer negra desnuda, otro día encuentra a su lado en la cama a su esposa, pero esta se ha suicidado unos años antes. No conviene revelar qué está detrás de esas apariciones y del terror primero, y la ternura después, que Kelvin siente frente a su esposa, sea ella o no; pero sí importa mencionar que lo que Solaris viene a poner en cuestión es el proyecto —totalitario, se podría decir— de comprender la totalidad del universo mediante métodos cognitivos supuestamente científicos. Lem confronta a sus personajes, y con ellos a su lector, con sus miedos y sus anhelos más profundos al tiempo que se pregunta una y otra vez a lo largo de su obra cómo espera nuestra civilización comunicarse con otras formas de vida si sus propios integrantes carecen de las herramientas para comunicarse entre sí; incluso para comprenderse a sí mismos. Para alguien que, como él, escribía bajo un régimen totalitario que se escudaba tras un supuesto socialismo científico, el problema de a qué llamamos «ciencia», y por qué, no podía resultarle indiferente. Pero tampoco a nosotros: según el filósofo alemán Markus Gabriel, no existe una gran diferencia entre la negación de la ciencia de los extremismos religiosos y políticos y su transformación reciente en herramienta de control por parte de gobiernos solo en apariencia menos radicales: ambas son respuestas «moralmente reprochables» a una situación de excepción instrumentalizada para reforzar el control ya sea mediante «pasaportes de inmunidad», geolocalización, «distancia social» o confinamiento forzoso. Vivimos en un presente «construido con exclusiones, negaciones y diversas suposiciones, cada una más opaca que la anterior», observa Lem en Máscara; en realidad no sabemos nada, excepto, tal vez, que la «luz al final del túnel» será otra opacidad, quizá incluso más oscura que la anterior.
Paul Virilio no fue el primero en recordarnos que la invención del coche fue también la del accidente automovilístico: la «svarnética» (cibernética) de Lem y, aquí, del profesor Dońda —cuyos cuatrocientos noventa billones de bits de información pueden haber parecido muchos en algún momento de la historia, pero ahora caben en cualquier disco duro externo de capacidad media— postula en el fondo que una tecnología superlativa solo puede amplificar superlativamente nuestros errores, al tiempo que nos esclaviza a ella: todo el saber que acumulamos no es más que «un puñado de polvo atómico», y «reajustar lo que vemos» nunca será tan útil como «cambiar el punto de vista». Es decir, no aceptar la improbable ficción de que una inteligencia superior podría ser producida por mentes inferiores como las nuestras y que un futuro por completo digitalizado podría resolver las contradicciones y los problemas creados, entre otros, por esa digitalización. Para Lem, como para Thomas Hobbes, «el infierno es la verdad vista demasiado tarde» y, en ese sentido, no debería sorprendernos que el apellido Dońda sea la traducción apresurada de la expresión «Don’t do it!» o «no lo hagas»; lo que sí resulta sorprendente, en cambio, es cómo Lem se las arregla para hacer del «extrañamiento cognitivo» y de su pesimismo en torno a nuestras viejas ideas acerca del conocimiento y del progreso una comedia de enredos excepcional, uno de los textos más libérrimos y graciosos que jamás haya escrito. Un apocalipsis divertido en el que el mundo que conocíamos no termina con una explosión, sino con una carcajada contagiosa.
—————————————
Autor: Stanisław Lem. Traductores: Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz. Título: El profesor A. Dońda. De las memorias de Ijon Tichy. Editorial: Impedimenta. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: