El problema viene de lejos, de muy lejos, aunque hasta hace poco tiempo el asunto estaba sumido en esa zona gris del desdén y del olvido. La despoblación de una gran parte del interior de España y el éxodo masivo hacia las ciudades y las costas se han convertido ahora en temas recurrentes. Cada cual tendrá sus ideas al respecto, pero vivir en un país en gran parte deshabitado —a la España despoblada se la llama ahora la España vaciada— me parece un gran problema social que habrá que solucionar pronto.
Ya sabemos que todo puede convertirse en literatura, así que para intentar entender lo que ha pasado debemos recurrir a los libros, esos amigos sabios al alcance de cualquiera, incluso de los dirigentes políticos. Algunas obras de referencia sobre esta peliaguda cuestión son El disputado voto del señor Cayo, de Miguel Delibes (Destino, 1978), el primer libro de la literatura española publicado en democracia que estableció la relación entre mundo urbano y rural como si cada uno de ellos se encontrara en un planeta distinto; La lluvia amarilla, de Julio Llamazares (Seix Barral, 1988), una maravillosa novela sobre la despoblación del mundo rural; La España vacía, de Sergio del Molino (Turner, 2016), un ensayo sobre la situación y trayectoria de las regiones más deshabitadas de nuestro país; o Palabras mayores: Un viaje por la memoria rural, de Emilio Gancedo (Pepitas de Calabaza, 2020), una suma de historias, recuerdos, anhelos y enseñanzas de una generación, los nacidos antes o inmediatamente después de la guerra civil, a quienes prácticamente hemos dejado de escuchar.
Siguiendo esta estela de lecturas necesarias sobre la España del interior, el investigador gaditano Antonio Javier González Rueda acaba de publicar El pueblo y yo: Un ensayo personal y visual sobre la España rural de 1981 vista desde la antípoda, en la editorial jienense Madara —otro guiño a la España vaciada—, donde recrea la aventura que ha vivido en este último año y medio de investigación desde que cayó en sus manos la película documental El pueblo. El libro, que cuenta con un prólogo del escritor Ernesto Pérez Zúñiga, aporta ideas al debate público y resulta importante más allá de la actualidad.
¿Y qué película es esta de El pueblo?, se preguntará con curiosidad. La historia es fascinante. En 1981 dos directores australianos (James Wilson y John Tristram) rodaron en una localidad serrana del sur de España un documental de 23 minutos sobre la vida rural de nuestro país, encargada por el Ministerio de Educación de Nueva Zelanda con un propósito didáctico. Pudo ser otro pueblo —hubo muchos candidatos—, pero el elegido fue finalmente Villaluenga del Rosario, en la provincia de Cádiz, el pueblo que sirve de referencia de un modelo de convivencia ancestral que define la naturaleza humana. Aunque quizá lo importante no sea el lugar sino la mirada.
La cinta permaneció durante más de 38 años en un curioso olvido, pero en 2019 se recuperó gracias al tesón de Antonio Javier González Rueda, se digitalizó en la Universidad de Cádiz y se estrenó en España, en el mismo pueblo en el que se rodó. El pueblo y yo relata la historia de este rodaje y del recorrido del documental. Y constituye una peripecia apasionante, narrada por el autor con nervio y un cierto aliento de novela.
Este ensayo es, por tanto, un recorrido lleno de sorpresas, humor, imágenes, documentación, testimonios y cariños por una España rural que comenzaba a cambiar tras décadas de abandono. Es también un minucioso proceso de búsqueda científica en archivos, bibliotecas y hemerotecas. Y un riguroso reportaje periodístico apoyado en interesantes entrevistas, con la sensibilidad en sangre viva. Es, por último, una confesión desgarrada de la intimidad del autor, que demuestra la pasión por hacer lo que más le gusta y hacerlo con esmero. Este trabajo —resulta evidente tras lo expuesto— se asemeja a las muñecas rusas.
A través de El pueblo y yo, editado con gran profusión de fotografías (167) a color, se reflexiona acerca de un modo de vida que aunque no está del todo finiquitado, sí que tiene algunos aspectos que se han ido perdiendo. Es, sin duda, un libro con un fuerte componente nostálgico pero también con elementos de esperanza sobre el futuro.
Si la lectura crea, recrea y transforma, como afirma Ángel Gabilondo, la lectura de El pueblo y yo cumple estas tres premisas con creces, porque ha creado en mí la necesidad de volver a visitar Villaluenga del Rosario, de conocerla mejor y de hacerme amigo de sus habitantes; de recreo, porque es un brillante ejercicio en torno al ámbito rural que combina documentación, memoria personal, ficción y análisis desde una lúcida y antropológica perspectiva; y transformación, al querer profundizar en este tema de la España vaciada, un asunto de Estado sin soluciones a la vista.
El pueblo y yo se lee con enorme interés y curiosidad sostenidos, de un tirón. El lector emerge de la última página quizá un poco más sabio que al adentrarse en sus páginas. Y emocionado, al evocar algo que yace escondido o durmiente en nuestro interior. Porque casi con seguridad, todos venimos del Pueblo.
Insisto: no se pierda esta obra interesantísima.
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Autor: Antonio Javier González Rueda. Título: El pueblo y yo. Editorial: Madara Editoras. Venta: Amazon
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