Dice de él que ama, lee y escribe. Por ese orden. También boxea, peso pesado, por afición. Ismael López Gálvez (La Carolina, Jaén, 1990) es un tipo inaudito que encontró su propósito en las letras a través del amor. En pleno despiste, una pregunta —¿Qué es lo que te gusta y se te da bien?, contar historias: pues adquiere herramientas, como haría un fontanero— le dijo ella, e Ismael se graduó en Filología Hispánica, sacó un máster en investigación literaria, consiguió la acreditación de Cálamo & Cran como corrector profesional y con la constancia del que lanza puños al aire o al saco, con el tesón aceitunero de darle palos a un olivo hasta que las tira todas, y luego otro, y luego otro, empezó a escribir y a publicar(se): Las 88 páginas de mi libreta (Amazon, 2018), Érase una vez poesía (Amazon, 2020), Del mito al Eros (Amazon, 2022). Hasta que Olé libros le publicó en 2023 La piedad del leviatán, primer libro que presentamos en La Inaudita, del que traigo estos versos que me espesaron la sangre:
“El desamparo mata
cuando el escamoso lomo de la autocensura
te aprieta en la boca hasta partirte la mandíbula.”
El que ha publicado —opinión y poesía se parecen— conoce a ese monstruo que te empuja a eludir lo que va del pensamiento a la expresión y sabe que el cepo a la libertad está en la cabeza de cada uno. La escritura de Ismael es libérrima, de ese tipo de libertad que da tomarse las cosas a la ligera, pero haciendo: me cuenta uno de sus profesores que le preguntó cómo iba su publicación en Amazon —voy por delante de Dante ¡y me he comprado la play5! —le espetó, entre risas, por los pasillos.
Hace más de un año que escucho poesía dos veces por semana, la leo algunas noches; hace muchos años que bebo vino a diario —todo el que tengo sed, como mi abuela Amparo— y separo lo bueno de lo malo con un criterio fácil: me gusta o no me gusta. Si me gusta lo bebo o lo leo, si no me gusta, no. Dejando el vino a un lado —cerca, en esta mesa— he comprendido que me gusta la poesía que es auténtica porque el poeta lo es, me da igual el tema, el tono, el ritmo, las figuras, el artificio, el oficio o la trayectoria del sujeto si no hay valor. Detesto a los poetas cobardes, onanistas y endogámicos que escriben para los jurados de los concursos y festivales, que escriben sin exponerse. Detesto a los poetas que no transmiten. Por eso disfruto tanto cuando descubro uno como este, que ama, lee y escribe de verdad y nos regala este inédito:
IGUALES
Siempre creí que éramos iguales.
Al menos lo fuimos de alguna forma.
Yo no viví en un barrio irlandés
ni tuve que ayudar a poner comida
encima de la mesa. Es cierto.
Tampoco vendí periódicos para saciar el hambre
ni me manché las manos en la Octava,
cerca de Mechanics Pavilion.
Pero entonces leí sobre ti
y de algún modo fui tú,
y temprano supimos
que con la palabra no se come,
y ganamos el título de los pluma
y lo defendimos hasta en veintidós ocasiones.
Éramos idénticos. El mismo.
Mas un día escuché de tu boca
que uno puede boxear sin lastimarse.
Así supe que nada tenemos en común:
no se puede escribir
sin resultar dañado.
Ismael López Gálvez, quédense con su nombre, un chaval de la Carolina que vino a Córdoba a por herramientas a la Universidad para hacer lo que le gusta y se le da bien. Su poesía es valiente y viril, trufada de referencias clásicas, y a la vez naíf en su carga de verdad y bondad, en su escaso interés por ser moderna o por travestir la identidad del autor. Una poesía clásica en la que todos los temas son atravesados por el amor, como el hoyo de un poste telefónico atraviesa la estratigrafía de una ciudad antigua; un amor como motor de todo no puede ser profano.
Ismael escribe contracorriente, ajeno a las modas editoriales, extrarradio de los ambientes, escribe lo que tiene que escribir y esa es la clave: lo hace porque lo tiene que hacer. No me imagino al púgil poeta con la mirada fija en la pantalla del computador, buscando las palabras, no creo que lo haga porque quiere mujeres en su cama, por fama o por dinero, sé que le sale espontáneamente de su corazón
y de su mente y de su boca y de sus tripas. No hay otro camino. Y nunca lo hubo. Lo dijo el viejo Hank.
Un poeta que ama, lee, escribe y boxea; un poeta que no bebe, asunto este que me crea una atávica desconfianza —no te fíes del que no bebe vino— decía mi abuelo, —o se lo ha bebido todo, o quiere engañarte— me dejó dicho mi padre—. A veces los ancestros se equivocan.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: