Hay novelas jugosísimas cuya trama, sin embargo, se puede resumir en una línea. El argumento de la última de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) cabe en tres palabras: un hombre espera. Se podría decir eso sin faltar a la verdad y, al mismo tiempo, tal resumen resultaría insuficiente para intentar condensar la grandeza de un título que a partir de una frase inicial tan explícita como enigmática, «Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo», va enhebrando un largo soliloquio en el que un personaje al que no sabremos poner nombre hasta las últimas páginas va haciendo recuento de una vida que permanecerá en suspenso mientras no logre reencontrarse con la mujer a la que ama.
Podrían dividirse las novelas de Antonio Muñoz Molina en dos grandes bloques: el que conforman aquellos títulos que aspiran a una interpretación cosmogónica de una determinada parcela del mundo —así ocurría en El jinete polaco (1991), Sefarad (2001) y La noche de los tiempos (2009), tres obras indispensables en la narrativa española contemporánea— y las que, desde una ambición en teoría menor, terminan constituyendo atinados merodeos por las aristas menos recorridas de las ambiciones y las pasiones humanas. Se incluirían en este grupo la totémica El invierno en Lisboa (1987), la deliberadamente policiaca Plenilunio (1997), la excepcional Carlota Fainberg (1999) o la claustrofóbica En ausencia de Blanca (2001), que tanto tiene que ver con la narración que ahora nos ocupa. Es inevitable hallar en Tus pasos en la escalera (Seix Barral) reminiscencias de aquella nouvelle en la que un hombre se mostraba desconcertado al descubrir que su pareja, aun siendo aparentemente la misma de siempre, tenía muy poco que ver con la persona a la que había tratado desde el inicio de su relación. También resuenan en los primeros capítulos de este nuevo libro —quizá porque el propio autor quiso hacer un guiño a sus lectores habituales, enredándolos en un juego de equívocos— ecos de las autorreferencias que vertebraban sus entregas anteriores, Como la sombra que se va (2014) y Un andar solitario entre la gente (2018). Esas reminiscencias no tardan en diluirse lentamente, a medida que uno comienza a sospechar que aquello que se le cuenta no es todo lo que hay, y en consecuencia intuye que lo que parece un mero registro diarístico mediante el cual el narrador va dando cuenta de sus avatares en la ciudad en la que acaba de instalarse, entre viajes a su propio pasado y comentarios acerca de asuntos colindantes con la actualidad más rabiosa, esconde bajo sus pliegues una verdad incómoda y hasta dolorosa que se resiste a emerger y revelarse en toda su crudeza.
En realidad, son muy pocas cosas las que sabemos del personaje que espera y, mientras espera, nos habla. Sabemos que hasta unos pocos meses atrás trabajó en Nueva York, donde ejercía de responsable de recursos humanos en una gran firma multinacional, y sabemos que su pareja, Cecilia, es una reputada investigadora que anda investigando cuestiones relacionadas con el funcionamiento del cerebro, particularmente aquéllas que se relacionan con la percepción del miedo. Él la espera en Lisboa porque, según nos cuenta, ambos han decidido mudarse allí tras años residiendo en la ciudad norteamericana, donde casi a la vez que iniciaban su relación fueron testigos y partícipes del gran trauma colectivo que fue el 11 de septiembre de 2001. Esa fecha marca una de las grandes grietas por las que la realidad se introduce en la novela. La otra viene dada por los muy cotidianos efectos del cambio climático y la destrucción progresiva del planeta a manos de la codicia, el desinterés o la apatía. Así pues, con el narrador aguardando en Lisboa la llegada de Cecilia, ya que él ha decidido adelantarse para tener la nueva vivienda preparada cuando ella llegue, se inicia un relato que funde lo personal con lo colectivo, lo privado con lo público, la esperanza con la desazón. Hay espejismos, personajes secundarios que entran y salen como fantasmas de un escenario que no está hecho a su medida, pero que ellos contribuyen a cimentar, y está también el atinado esbozo de un paralelismo entre dos ciudades, Nueva York y Lisboa, que podrían no ser ni tan distintas ni tan distantes como se piensa a primera vista. La excusa de la espera —esto es, el argumento— constituye tan sólo una coartada desde la que reflexionar sobre temas universales, algunos frecuentados por la literatura desde sus mismos orígenes (el amor, la traición, las trampas de la memoria) y otros (la ecología, el feminismo) que entroncan directamente con el aquí y el ahora.
Fotografía: ©Victoria R. Ramos.
La novela, así, se eleva desde una premisa mínima para traspasar pronto el territorio de la anécdota y alcanzar altura de crucero cuando la vivencia personal se convierte en símbolo y metáfora de una desazón universal, pero también al poner en evidencia cómo las cosas pueden ser muy distintas de lo que aparentan y hay quien es capaz de hacerse trampas al solitario con tal de fabricar a su alrededor una realidad acorde a la falaz visión que tiene de sí mismo. Como se dijo de partida, no parece que esta novela tuviese en principio la ambición totalizadora de otras novelas de su autor, pero tras finalizarla sólo cabe concluir que Tus pasos en la escalera será recordada como uno de los grandes títulos de Antonio Muñoz Molina.
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