El autor de este artículo, experto en novela histórica, pasea con Lorenzo Silva por los lugares de Toledo que el escritor menciona en su última obra sobre los Comuneros de Castilla
El 23 de abril de 1521 la rebelión de los Comuneros de Castilla fue aplastada, al ser derrotados por las fuerzas del rey Carlos I en la batalla de Villalar. En el año del quinientos aniversario del fracaso de la rebelión de las ciudades de la Meseta, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) publica Castellano, el libro en el que narra y analiza el hecho histórico del movimiento comunero.
Poco después de las diez y media de la mañana, Lorenzo Silva atraviesa la plaza de Zocodover de Toledo. Viene con ganas, y se le nota, de hablar de un hecho histórico poco conocido. Comienza su charla con una pregunta retórica, ¿qué conocemos de los comuneros?, a la que él mismo responde: “En realidad, poco”. Fue una rebelión contra Carlos I, autoproclamado rey de Castilla, en la que participaron tres alborotadores castellanos llamados Bravo, Padilla y Maldonado, que después de la derrota en Villalar fueron decapitados, y sus cabezas terminaron puestas en unas picas. “A los alumnos del plan de la EGB esto fue todo”, precisa el escritor, “lo que nos enseñaron en la clase de Historia del colegio”.
La elección de realizar un recorrido por Toledo está motivada por el hecho de ser la primera de las ciudades comuneras que decide rebelarse contra el futuro emperador y ser la última en rendirse, meses después de la batalla de Villalar. En este recorrido peripatético, Lorenzo Silva va mostrando los lugares significativos de Toledo relacionados con la historia de Padilla y de la sublevación de los pueblos castellanos.
A los pocos minutos de escuchar a Silva, con qué pasión y sentimiento desgrana los entresijos de la historia, voy sintiendo la misma emoción que plasma en su novela y entiendo por qué resulta tan emocionante. Al autor se le llena el pecho de orgullo contando la multitud de hechos contrastados, fruto del conocimiento adquirido gracias a su labor de diez años de investigación y documentación. Dice:
“En esta plaza (Zocodover) de celebraciones y asambleas voy a hablar de la vida y de las cosas de otros que existieron, obraron y pagaron por ello el más alto precio concebible para un ser humano. No es una novela histórica al uso: prefiero entresacar sus peripecias y lo que más me conmueve”.
En este viaje personal e intimista en el que el autor se embarca, le lleva a recorrer los distintos lugares donde se desarrollaron los acontecimientos, lo cual le permite descubrir su “identidad castellana”, y es a partir de entonces cuando, haciendo gala de la misma, reconoce:
“Recuerdo que decidí no sólo sentirme mesetario, sino llevar a mucha honra la etiqueta, la sonrisa y cualquier otro rasgo”.
El relato es el de la revuelta popular que emprendieron todos los habitantes de Castilla, salvo los grandes señores, contra el abuso de poder que el rey Carlos, y su corte flamenca, ejercían sobre los castellanos, al objeto de esquilmarlos con un aumento de impuestos cuya recaudación sería destinada a financiar las ambiciones reales. Carlos necesita dinero para poder ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (SIRG); por tal motivo convoca a los procuradores de las dieciocho ciudades de Castilla a una solemne reunión de las Cortes en Santiago de Compostela. El objeto de la convocatoria era convencerlos de la necesidad de subir los impuestos, en concreto aprobar un servicio, o impuesto directo, tras haber planteado ya el aumento del indirecto, la alcabala, que afectaba a todas las transacciones, lo que asfixiaba sobre todo a sus súbditos humildes (la nobleza estaba exenta de pagar parte de los impuestos).
Todas estas revelaciones las cuenta el autor, recorriendo desde la iglesia de San Román, que es la parroquia de Juan Padilla, hasta la estatua de Garcilaso de la Vega, hermano de Pero Laso de la Vega, que sirve como botón de muestra de la cruel e injusta represión desatada por el rey Carlos, quien no duda en meter en prisión a uno de los héroes de sus filas, como fue el poeta, por haber asistido a la boda de un sobrino, hijo de su hermano comunero.
Desde el principio, el rey se encuentra con que Toledo decide que no enviará a sus representantes, ya que desea negociar previamente cómo va ser el gobierno. El futuro emperador, como descendiente de los Habsburgo, hace ostentación del boato borgoñón que hereda por estirpe, lo que repele a los castellanos, y más si lo tienen que pagar ellos.
El pueblo de Castilla, al ver los desmanes económicos de los flamencos que acompañan a Carlos, exige que no ocupen cargos y que se les impida sacar capitales de Castilla, no consienten que a su costa el lucro sea para los extranjeros, y no encuentran la razón para que el rey gaste las rentas castellanas en otros reinos en los que tiene otros señoríos.
En principio, los representantes de las comunidades se niegan a facilitar el dinero. Al no haber acuerdo, el rey Carlos decide que las Cortes se suspendan y la corte se traslade a La Coruña para embarcar con destino a Alemania. En los días previos al embarque, a base de dinero, sobornos y prebendas a personas y ciudades, los consejeros del rey son capaces de torcer la voluntad de parte de los representantes de las comunidades. Las Cortes, gracias al cambio del sentido de los votos, deciden finalmente entregarle el dinero y aceptar la subida de impuestos.
El rey, al conseguir los dineros, promete “que del viaje de entronización de emperador del SIRG volverá al cabo de tres años, que no dará oficio en estos reinos a personas que no sean naturales de ellos. Así lo jura”.
Antes de embarcar, el rey incumple su juramento, nombra virrey al cardenal Adriano de Utrecht, que aunque llevaba años viviendo en Castilla y había adoptado la nacionalidad castellana era natural de los Países Bajos y como tal lo consideraban los castellanos, motivo más que suficiente para desconfiar del rey. Cuando el pueblo se entera de que sus representantes han cedido a la voluntad regia, es el momento en el que se prende la mecha de la revuelta popular. A varios procuradores los linchan en sus ciudades y les sale caro dejarse sobornar por el rey para que pueda subir los impuestos. Las ciudades comuneras buscan el apoyo de Juana I, madre de Carlos y reina de Castilla, que se halla recluida en Tordesillas, a causa de sus desequilibrios mentales. En el otoño de 1520 Pero Laso de la Vega visita a la reina con el objeto de que tome las riendas, ya que es su legítima titular. Juana los escucha y les deja claro que no está dispuesta a estampar su firma en documento alguno. Les dice: “Nadie espere revolverme contra mi hijo”. Debido a su situación anímica y mental, la reina no podrá estar nunca a la altura de las responsabilidades de la Corona.
“La Junta se enfrenta al dilema de funcionar bajo la autoridad de una reina incapaz para ejercerla. Para resolver el problema, la Junta acepta las propuestas de los juristas de Salamanca de que puede actuar como asamblea soberana y aprobar por sí las reformas y disposiciones necesarias”.
Todas estas revelaciones las cuenta el autor, recorriendo desde la iglesia de San Román, que es la parroquia de Juan Padilla, hasta la estatua de De la Vega, que sirve como botón de muestra de la cruel e injusta represión desatada por el rey Carlos, quien no duda en meter en prisión a uno de los héroes de sus filas, como fue De la Vega, por haber asistido a la boda de un sobrino, hijo de su hermano comunero.
La siguiente parada del paseo es el lugar donde se encontraba la casa de la familia formada por Padilla y María Pacheco, hija del marqués de Mondéjar y conde de Tendilla (grandes de Castilla). María era una mujer ilustrada y valiente que, en ausencia de su esposo y de los hombres que le acompañan en la lucha, ejerce, por voluntad de sus vecinos, como gobernadora de Toledo. En el lugar donde se encontraba la casa de Padilla y Pacheco, el ayuntamiento dedicó en 2015 una estatua a Padilla en la que se ve al líder comunero con unos grilletes abiertos en una mano y un papel enrollado en la otra. Lorenzo Silva considera que posiblemente el escultor ha querido simbolizar la libertad con los grilletes abiertos, y el espíritu formal y legalista de los actos comuneros con el supuesto documento que tiene Padilla en la otra mano. Es tal la rigurosidad legislativa y la transparencia de la Santa Junta Comunera que deciden hacer llegar a todos los castellanos la realidad de la situación, e imprimen en Salamanca un manifiesto titulado “Capítulos que los procuradores y la Santa Junta del Reino enviaron al emperador”. Con el tiempo este escrito se leerá como primer ensayo de una Constitución moderna, siendo alguna de las peticiones que reclamaban las siguientes:
- Esbozar un Estado en el que la soberanía nacional prevalezca sobre el rey.
- Los procuradores serán elegidos de manera democrática por los tres Estados.
- Las Cortes se reunirán sin el permiso ni convocatoria del rey.
- Reducción del impuesto “alcabala”.
- Los habitantes de Castilla no estarán sujetos al abuso de los grandes señores.
- La voluntad del reino será determinada por los representantes del pueblo.
- El reino estará antes que el rey.
La Santa Junta, en principio, no deseaba anular al rey, y prueba de ello es que a los procuradores y funcionarios se les exige que juren “servir y morir al servicio del rey, y en favor de la comunidad”.
Lorenzo Silva describe a María Pacheco, la esposa del líder comunero, como una mujer valiente que lideró la resistencia del pueblo de Toledo al asedio de las tropas del futuro emperador. María, conociendo las humillaciones a las que el rey somete a las ciudades comuneras, solo pretende conseguir una rendición honrosa que evite una humillación y una represión sin límites. No consigue sus objetivos y debe abandonarlo todo, incluso a su hijo pequeño, para salvar su vida y exiliarse.
A continuación recorremos con Lorenzo Silva el mismo camino que realizó María Pacheco la noche que huyó por la Puerta del Cambrón. En este lugar el escritor narra las peripecias que sufrió en su huida y los diez años que vivió en el exilio, despojada de todos sus bienes, hasta su muerte.
La última parada es el Monasterio de San Juan de los Reyes, en donde empezó todo, gracias a un franciscano que en sus homilías (desde el púlpito de su iglesia), abría los ojos a los feligreses sobre los abusos de los extranjeros que acompañaban al rey, dando a conocer la realidad de lo que estaba pasando en tierras de Castilla.
El sentido que tuvo la revolución comunera, al negarse a reconocer al monarca el derecho a menoscabar su reino y al afirmar el derecho de los castellanos a disputarle en este caso su autoridad y su poder, puso a la nación por encima del rey.
«Se opusieron al despotismo cesarista, al gobierno por favoritos y al predominio de una clase». En su acción “invocaban un derecho, pusieron en pie instituciones y pedían garantías conducentes al gobierno de la nación por la clase media y productora”.
“En su rebelión contra el futuro emperador, a los castellanos no les aguardaba otro destino verosímil que terminar aplastados. Y aun así, se levantaron contra él”.
El mensaje que su ejemplo nos trasmite no puede ser más nítido:
“Que tu espíritu no se someta por miedo. Porque es el de Castilla un pueblo que supo morder el polvo en la más total e irreversible de las derrotas, de tal manera que nunca más pudo o supo levantarse contra el poder establecido, al tiempo que se ganaba el alma de cuantos viven y sueñan en la lengua que le regaló al mundo y que quinientos años después tiene quinientos millones de castellanoparlantes”.
Nos despedimos de Lorenzo Silva dándole la enhorabuena por tan emocionante obra, además de preguntarle por un recurso que considero muy atractivo para el lector:
—¿Cómo llegó a la idea de un retrato intimista, con un narrador en primera persona, y que ese narrador sea el propio autor?
—De las diversas posibilidades que se me ocurrían para narrar la historia, la que me pareció más atractiva fue la que llevé adelante, motivado por disponer de una historia sólida, bien documentada, con personajes potentes y además, para tener más libertad de acción, decidí que fuese el propio autor quien narrase, enriqueciendo el relato con la aportación de multitud de datos y de sus propias emociones, que le permitiesen recorrer los tiempos adelante y atrás, y así conseguir tener una independencia que con cualquier otro narrador no habría conseguido.
Al leer el libro tengo la certeza de que Lorenzo Silva consiguió su objetivo de mostrar el orgullo de los castellanos del siglo XVI, además de narrar un retazo de nuestra historia escrita por hombres y mujeres que se adelantaron en más de cuatrocientos años a su tiempo. Es esta una novela imprescindible para comprender la grandeza de los castellanos que no se doblegaron al todopoderoso futuro emperador, heredero de Carlomagno, y que sumó Castilla a un imperio que fracasó, ya que el propio Carlos no supo conservarlo. Lorenzo Silva termina con una reflexión muy acertada.
—Mejor le hubiese ido a España si todos los recursos que gastó Carlos de Gante en conseguir y mantenerse como cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico se hubiesen usado en la prosperidad del reino, sin ser parte del imperio alemán, y no, como se empeñaron los Habsburgo, en decirle a los españoles, alemanes, flamencos, milaneses, napolitanos, romanos, franceses, etc., cómo debían vivir y a qué iglesia debían pertenecer.
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Autor: Lorenzo Silva. Título: Castellano. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros y Amazon
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