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El reloj familiar

Llegaba a su final el ajetreado mes de septiembre de 1888 y hacía escasos días que Holmes y Watson habían dado por finalizados los casos de El intérprete griego y El signo de los cuatro, y en ese momento el ayudante del detective se encontraba tranquilamente sentado en la sala de estar de Baker Street leyendo el Daily Telegraph cuando Billy penetró en la estancia y le dijo que una persona con aspecto de norteamericano deseaba hablar un momento con él. Watson le respondió que lo hiciera pasar y empezó a meditar quién podía ser esa persona ya que era un tanto extraño que alguien preguntara por él en aquella dirección donde vivía  de una forma circunstancial. Holmes se encontraba ausente ya que tenía una importante reunión en Scotland Yard con François le Villard, personaje que ocupaba en aquellos momentos  la primera fila de los investigadores franceses en materia de criminología, y Watson estaba pasando una larga temporada en Baker Street haciéndose a la idea de que no vería más el dulce rostro de su esposa Constance.

Ante él apareció un caballero que le tendió la mano con suma cortesía mientras se quitaba un sombrero bastante peculiar, tipo «Stetson», pero con ala bastante corta, modelo que estaba muy de moda en ambientes elegantes de la costa este de su país y llegó a la conclusión de que Billy había deducido por la hechura del mismo que el caballero podía tener la nacionalidad norteamericana. El visitante era de alta estatura, tenía los ojos azules, el rostro atezado y llevaba bigote y barba canosos y muy bien cuidados.

Watson le pidió que tomara asiento y tuviera a bien explicarle el motivo de su visita.

"Ahora que tengo todos los asuntos en orden y prácticamente estoy jubilado ha sido mi deseo venir a conocerlo y entregarle algunas cosas que tienen un carácter demasiado personal para ser enviadas por correo."

—Me llamo Atiliery Ortega y soy oriundo de San Francisco, aunque por mis negocios me he visto obligado a viajar continuamente por todo el mundo. He sido vecino de su hermano en su domicilio de san Francisco, puerta con puerta, durante muchos años y también soy la persona que le puso a usted el telegrama anunciándole su repentina muerte y quien posteriormente se encargó de lo relacionado con darle cristiana sepultura, y vender sus escasas pertenencias, todo ello de acuerdo con sus instrucciones. En su día recibí un giro postal internacional por el importe total de los gastos que usted tuvo a bien enviarme, pero la venta de los bienes de su hermano Henry resultó bastante lucrativa y quiero entregarle un documento de liquidación diligenciado por un notario que arroja a su favor un saldo de 580 dólares con 57 centavos. El motivo de mi visita no es otro que conocerlo y hacerle sabedor de la talla moral que poseía  su hermano un poco empañada por la soledad en la que vivía y el abuso de la bebida.

»Los años que usted estuvo a su lado cuidándolo no pudimos establecer contacto porque yo tenía que atender unos importantes negocios en Argentina, estancia que se alargó más de lo previsto, y cuando por fin regresé usted había vuelto a Inglaterra y su hermano se hallaba en unas condiciones lamentables, llegué justamente para ayudarlo a morir en paz. Ahora que tengo todos los asuntos en orden y prácticamente estoy jubilado  ha sido mi deseo venir a conocerlo y entregarle algunas cosas que tienen un carácter demasiado personal para ser enviadas por correo—. Acto seguido el señor Ortega depositó sobre uno de los sillones que había junto a la chimenea un bonito y pequeño maletín de piel de vaca que abrió y se dispuso a mostrarle su contenido.

»Aquí tiene usted su diario personal y un magnífico reloj de bolsillo que me dijo que heredó de su padre y que estimaba debía pasar a su poder para seguir una lógica línea hereditaria.

"Sherlock Holmes hacía gala de qué examinando con detenimiento un objeto se podía conocer mucho del carácter y forma de ser de quien había sido su propietario."

Vencida la emoción del momento, Watson le invitó a tomar el té y él hizo, mientras lo paladeaba con ademanes de experto, un cálido elogio: Me parece un mezcla exquisita —dijo—, sin duda alguna se trata de la especie Long Jing, la flor verde procedente del lago oeste de Hangzhou, en China.

A continuación se despidió con la misma cortesía con la que había entrado en la sala de estar y Watson se quedó hojeando el diario y después admirando el reloj que primero había pertenecido a su padre, después pasó a su hermano Henry y ahora acababa en sus manos, donde quizá se rompería su devenir dinástico. Toda una joya de familia. Decidió no decirle nada a Holmes de aquella visita porque quería someterlo a la prueba del reloj.

El detective siempre hacía gala de que examinando con detenimiento un objeto se podía conocer mucho del carácter y forma de ser de quien había sido su propietario. El experimento sería interesante y le daría una soberbia oportunidad a Holmes de mostrar sus reconocidas habilidades.

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