Tardó mucho tiempo en llegar al sosiego de su casa, después de caminar por el mundo sobre nubes de palabras poéticas. Las ciudades y sus asombros sirvieron de cimiento a su escritura, que se hizo de amor, inteligencia y belleza. Así, atrapó instantes como soles y en las noches, camuflado con la luna, estallaba en risas como un destello que llega de más allá del cielo, filtrado por la lluvia. Era tierno y era dulce; incisivo y conciso; atento y generoso. En su casa de Elca resplandecía como un faro mientras conversaba sabia y serenamente sobre la vida y el arte, el tiempo y la literatura, el mundo y las cosas. En su corazón siempre había flores para sus amigos, que entregaba como un brindis feliz. Quería alejarse lentamente del mundo, como un extraño que no quiere saber que la vida se quedaría sin él, vacía sin su sonrisa, sin el brillo de su mirada cómplice. Ahora que se ha ido, el cielo parece apagado. Y hay un enorme silencio en el mundo.
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