Foto: Daniel Mordzinski
Estuve varias veces con Guillermo Cabrera Infante. Una, en su casa de Londres, en el 53 de Gloucester Road. Otra, en el restaurante Viña P, en el número 3 de la plaza de Santa Ana, en Madrid, en donde nos despachamos un buen cocido; y en Alicante, en un homenaje organizado con Niña P para la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM).
En su casa de Londres, con la inolvidable Miriam Gómez, Guillermo se sentó en su sillón, de espaldas a una inmensa biblioteca y nos fumamos más de un puro. “¿Te gustan?”, me preguntó, abriendo una caja de “El Rey del Mundo”. “Son los mejores. Las hojas son de Vuelta Abajo, en la provincia de Pinar del Río, ¿estuviste?”. Aunque la verdadera historia del puro habano Guillermo la contó unos años después, en Puro humo (Alfaguara), y eso fue lo que nos reunió en Viña P.
De nuevo con Miriam Gómez, esta vez en Alicante. Solía recurrir a ella nombrando también su apellido, para que terminara lo que él estaba contando: “Sigue tú el cuento, Miriam Gómez”.
A Londres le llevé la primera edición de La Habana para un infante difunto (Seix Barral, 1979), con la foto de portada en blanco y negro de Jesse Fernández, y él me enseñó la nueva edición, con la misma foto, coloreada por Terenci Moix que entonces vivía entregado al diseño con el ordenador. Mi edición, canónica, me la dedicó así: “Para Miguel, este incunable. Con gracias. Guillermo”.
Muchos años antes, aún en el instituto, yo había leído Tres tristes tigres y la cabeza me dio una vuelta de 360º, es decir, que volví a recuperarla aunque nunca más fue la misma.
Guillermo Cabrera Infante no está desde 2005. ¿En Gloucester Road seguirá viviendo Miriam Gómez?, no lo sé. Viña P cerró en 2019 “para siempre”, según la nota que lanzó la empresa. Y la CAM fue intervenida por el Banco de España en 2010.
Queda la música, que dijo Aute; queda Guillermo Cabrera Infante en su literatura. Y esta foto de Daniel Mordzinski.
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