El rinoceronte del rey nos lleva de viaje por la Europa del Renacimiento para descubrir la verdadera historia que inspiró a Durero y su célebre rinoceronte.
Casi recién estrenado el siglo XVI, en una Europa todavía recelosa y cerrada en sus fronteras, la llegada del rinoceronte Ganda a Lisboa provocó una enorme curiosidad. Tanto, que las distintas cortes europeas hicieron todo lo posible por conseguir noticias de aquel increíble animal al que, sin verlo y basándose solo en descripciones, dibujó Alberto Durero. El rinoceronte del rey, ilustrado con linóleos de Antonio Santos, muestra cómo en ocasiones las historias reales pueden llegar a ser tan apasionantes y llenas de sorpresas, o más, que las mejores aventuras de ficción.
Zenda reproduce el prólogo de Luis Landero y un fragmento de la obra.
Jesús Marchamalo y Antonio Santos hacen unos libros preciosos y pequeños sobre cosas también pequeñas y preciosas. No escriben y dibujan sobre Pessoa, sino sobre su pajarita, de Kafka sobre su bombín, de Blixen van a fijarse en su bolso, y algo similar pasa con Baroja, con Delibes, con Zweig. Si uno sabe mirar, en lo pequeño está lo universal, en el detalle bien elegido late el todo, en la descripción de la aldea está descrito el mundo. Por eso estos libros pequeños, que se leen en un rato, dan sin embargo la impresión de decir mucho, porque se fundamentan en las artes mágicas de la sugerencia. Son leves como el humo, pero en ellos está el resplandor y el calor de la hoguera. Y como la memoria atesora lo significativo, por mínimo que sea, estos libritos quedan impresos fuertemente en la memoria del lector. Pensar en Charlot es traer al pensamiento su bombín, su bastón, sus zapatos, como el sombrero y el látigo son los atributos rotundos de Indiana Jones o el puro y el bigote de Groucho Marx, y quizá no haya nada que no permita ser reducido enérgicamente a lo esencial. La búsqueda de lo esencial:
no otra es en definitiva la tarea del artista.
Los libros de Marchamalo y Santos son además libros alegres, luminosos, acogedores. Da la sensación de que los autores se lo han pasado muy bien escribiendo y dibujando, como dos niños que jugaran a escribir y a dibujar, y ya sabemos, como decía Nietzsche, que la verdadera seriedad es la del niño cuando juega. ¡Y qué bien juegan estos dos compadres! Es un gusto leer la prosa ingeniosa, pulcra y llena de claridad de uno, y cotejarla con los dibujos inquietantes y llenos de penumbras del otro. Forman entre los dos un claroscuro tan armonioso y enigmático como el clown y el augusto, o como Jekyll y Hyde, o como un buen contrapunto en la música. Estos pequeños libros, estos marchamalines, como a mí me gusta llamarlos, son una invención impagable, joyitas que uno atesora tanto en su estantería como en su corazón.
Y siendo tan pequeños, tan breves, en este que aquí presentamos caben dos reyes, un papa, un pintor ilustre y hasta un
rinoceronte. Y media Europa, y mares, y muchedumbres, y siglos de historia… y no sigo porque corremos el riesgo de que
este prólogo exceda en extensión al libro, y porque ya va siendo hora de que el lector pase y vea, y asista a los prodigios que
con tanto arte aquí se cuentan y se pintan, y al mismo prodigio
de tener entre las manos un libro tan pequeño, universal y hermoso como este.
EL REY
Hubo una vez un rey que no había visto nunca un rinoceronte. Ya sé que puede parecer extraño porque hoy todos hemos visto alguno, pero en el siglo xvi ver un rinoceronte no era fácil, ni mucho menos.
Es lo que explica que el 20 de mayo de 1515, una enorme multitud, vocinglera y dispuesta a la sorpresa, se congregara en el puerto de Lisboa para recibir a Ganda, un rinoceronte indio de una tonelada y media de peso que el sultán de Ahmedabad, Muzaffar Shah, había regalado al rey de Portugal, Manuel I.
Conocido como «el Venturoso», el rey Manuel, ojos claros, barbudo, flequillo recortado, había dado un notable impulso a las exploraciones marítimas y durante su reinado, Vasco da Gamma había abierto una ruta hasta las Indias por el cabo de Buena Esperanza, lo que facilitó un floreciente tráfico comercial con aquella lejana y hasta entonces inaccesible parte del mundo.
El rey, amante de la botánica, la zoología y los gabinetes de curiosidades, creó una Casa de Fieras en los jardines del Palacio da Ribeira que acogía todo tipo de animales exóticos llegados de los más remotos lugares que los marinos portugueses visitaban.
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Autor: Jesús Marchamalo y Antonio Santos. Título: El rinoceronte del rey. Editorial: Nórdica. Venta: Todostuslibros y Amazon
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