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El ruido y la furia: Entre la berza y el sándalo

El ruido y la furia: Entre la berza y el sándalo

Santos Sanz Villanueva es autor de los mayores y mejores estudios de la novela española de la segunda mitad del siglo XX. Obras como La novela española durante el franquismo, Historia social de la novela española o la inencontrable Diez novelistas españoles de la posguerra —aparecidas entre 1980 y 2010— son —y seguirán siendo durante décadas— el punto de partida de cualquier investigación sobre la novela y la literatura española de ese tiempo de sombras y rebeldías. Acoso y derribo. Pensamiento literario y disidencia política en la posguerra española se ofrece como la culminación de su labor investigadora. Sanz Villanueva construye su indiscutible autoridad en la reunión de una documentación exhaustiva, un discurso directo y sin concesiones y una independencia de criterio ejemplar. El presente estudio tiene por objeto ofrecer el recorrido del movimiento conocido como realismo social —también llamado social realismo o realismo socialista— que tuvo su vigencia en la novela y en la poesía españolas del franquismo y que se caracterizó por una rebeldía entre juvenil y doctrinaria. No se trata esta vez de un estudio literario, entendiendo por tal el estudio de las obras del movimiento, sino del estudio del ruido —adverso— que la furia rebelde desató. En la producción de ese ruido colaboraron fuerzas institucionales del franquismo, voces independientes y corrientes académicas que, en ese tiempo, gozaron de una indiscutible hegemonía.

"Sin embargo, ni las obras están concebidas desde la perspectiva de las directrices del zdanovismo ni la ideología de sus autores estuvo firmemente asentada en la doctrina comunista"

La historia literaria es una disciplina todavía joven. Apenas cuenta dos siglos de existencia. Las disciplinas más asentadas —las científicas— cuentan más de dos milenios. La historia de la literatura española, además de joven y a pesar de su nacionalismo, ha mirado con cierto complejo de inferioridad a otras historias literaria nacionales europeas. Lo mismo ha ocurrido con la crítica literaria de los medios de comunicación. Estas limitaciones se dan además en un tiempo especial, el tiempo de la guerra fría. La vinculación de muchos de los autores socialrealistas al PCE o, simplemente, sus simpatías por la izquierda sirvieron de excusa para poner en marcha un programa de acoso y derribo que se amparaba en sus defectos. Ese programa o coalición de distintos actores es el objeto de estudio y denuncia de este monumental libro.

La crítica de los medios del régimen vinculó el realismo social con la política soviética. Sin embargo, ni las obras están concebidas desde la perspectiva de las directrices del zdanovismo ni la ideología de sus autores estuvo firmemente asentada en la doctrina comunista. El zdanovismo no pasó de ser una doctrina coyuntural y específicamente eslava. Su fórmula —ideynost/partiynost/norodnost, esto es, ideología/partidismo/populismo— no propone otra cosa que la renuncia al pensamiento libre, sumisión al partido y al espíritu nacional-populista eslavo. Es la alianza entre el burocratismo soviético y ultranacionalismo que hemos visto con la caída del régimen soviético. El populismo nacionalista ruso es un fenómeno anterior y posterior al comunismo. Dostoievski fue rehabilitado por el régimen soviético —pese a su antiizquierdismo y su religiosidad popular— precisamente porque es un defensor del populismo ruso. Por otra parte, Zdánov careció de cultura literaria. No estaba en su horizonte teorizar sino exigir sumisión. Fue solo un despiadado ejecutor —si no sicario— de las decisiones del dictador. Las consecuencias de esa directriz no pasaron de exigir propaganda. Y esa propaganda se centró en la obligación de crear un “héroe positivo” y en renunciar a la influencia de la “decadente” literatura libre. El autor o artista ruso debía ser un “ingeniero de almas”, capaz de adoctrinar a las masas en el culto al régimen soviético y de silenciar su brutal represión. Los novelistas españoles pronto rompieron su vinculación al comunismo. Solo López Salinas antepuso su militancia comunista a la actividad literaria. Los demás, tras un más bien breve ciclo, abandonaron la disciplina partidaria para ejercer su libertad de crítica y, sobre todo, su libertad creativa. Eran jóvenes rebeldes. Esto hizo posible que aceptaran, sin mayores reservas, la parte razonable de las críticas que había recibido su generación. Por otra parte la crítica franquista aprovechó los escándalos de la represión a autores y artistas rusos para arrojar basura sobre la izquierda y presumir cínicamente de la libertad de que gozaban los autores españoles. La censura no era sino una práctica benevolente. Hubo contadas excepciones. Es el caso del crítico conservador Antonio Iglesias Laguna, que publicó la monografía Treinta años de novela española 1938-1968 y que publicó en el diario franco-fascista El Español una documentada serie de entregas, cuyas ideas recupera generosamente este volumen.

"También en este bando, el liberal, hubo criterios valiosos y juicios sensatos. Entre los sensatos el libro recoge los de Fernando Morán, para la novela, y Caballero Bonald, para la poesía"

Acoso y derribo recoge puntualmente la crítica liberal, fundada en el “valor estético”. En la última página, a “valor estético” Sanz Villanueva añade “cualquier cosa que signifique ese término” y es que, en efecto, no está nada clara su significación ni mucho menos lo que entienden los críticos del socialrealismo por tal cosa. Fruto de la ambigüedad de su punto de partida, esta crítica ofrece aportes de muy diversa valía. El concepto más simplista del valor se remite al estilo. El estilo es la superficie de la literatura, su redacción. Todavía hoy son amplia mayoría los que solo saben valorar esa superficialidad, con la excusa de que la literatura se construye con palabras. Ese punto de partida les impide distinguir entre la palabrería —el retoricismo— y la obra de arte. Y les deja indefensos frente a las modas. Muchos críticos del realismo social pusieron el acento en las técnicas. Los realsocialistas practicaron el objetivismo. No interesaban los monólogos interiores y otros recursos del subjetivismo. Interesaba el colectivo, no el individuo. Eso no los hace menos valiosos que quienes adoptaron técnicas más complejas o, mejor dicho, de mayor éxito en el panorama literario de la época. La débil conceptualización de la crítica estética llevo a muchos a ampararse en la autoridad del estructuralismo y del formalismo. La sagaz burla de este academicismo que hizo Jesús López Pacheco —“estructuralistos y formalistos”— debe mantenerse viva (páginas 351 y 470). Unas cuantas décadas después el estructuralismo está bien muerto, aunque el despropósito que produjo en los estudios literarios —y lingüísticos— sigue todavía vivo. No recuerda Acoso y derribo el ridículo que hizo Juan Goytisolo al pretender fundar su giro estético en las ideas del sabio lingüista Émile Benveniste, del que no había entendido nada, quizá porque muchos críticos creyeron que era una reivindicación acertada. El estructuralismo gozó durante un tiempo de la consideración de ciencia del lenguaje. Pero no era sino un formalismo rígido y, sobre todo, ahistórico, al pretender establecer una teoría que prescindía de la dimensión histórica. Prescindir de la historia es prescindir de la vida social.

También en este bando, el liberal, hubo criterios valiosos y juicios sensatos. Entre los sensatos el libro recoge los de Fernando Morán, para la novela, y Caballero Bonald, para la poesía. Entre los criterios que se elevaron sobre la moda formal-estructuralista el libro destaca las intervenciones de la revista Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura, que recogió el dosier publicado en las revistas Preuves y Encounter. Las tres revistas, junto a la alemana Das Forum, fueron financiadas por la CIA. La versión española —Cuadernos…— se editó en París. En este dosier el punto de vista fue más alto que el que podía proporcionar el formalismo. Se reivindicó la libertad frente al dirigismo político-partidista e, incluso, la concepción del realismo como utilitarismo social.

"El estudio de la forma interior de obras socialrealistas evidenciaría que unas cuantas tienen valores suficientes para sobrevivir al olvido"

El momento de mayor empatía mostrado por Sanz Villanueva quizá aparezca con la reflexión de Isaac Montero. Montero había sufrido las impertinencias de Juan Benet, a propósito del compromiso. Y su réplica en Cuadernos para el diálogo denuncia la coalición de “la burocracia de la censura, los más caducos representantes de la literatura academizante e inocua y, ahora, […] los defensores de esta vaga ideología formalista”. Convenientemente actualizada y documentada, esta es la tesis sobre la que descansa este monumental estudio. Y su conclusión viene a reafirmar el valor de la literatura rebelde. El episodio de la rebeldía socialrealista concluyó. El ruido de su entorno derrotó a su furia. Pero otros rebeldes —más o menos realistas— han tomado su relevo.

Cabe añadir que el valor estético no puede residir ni en la superficie verbal —el formalismo— ni en la ideología. Reside en la forma interior, la forma estética. Esa forma interior necesita un estudio. No se percibe por los sentidos, como la forma externa. El estudio de la forma interior de obras socialrealistas evidenciaría que unas cuantas tienen valores suficientes para sobrevivir al olvido. De la misma manera que obras del esteticismo formalista —por muchos recursos técnicos que acumulen— carecen de ellos, porque su forma interior es convencional —y, a menudo, porque esos recursos experimentales son mera imitación—. Tan ideológico —en el sentido de dirigista— es el realismo socialista soviético como el formalismo vacuo, que, con la excusa de la independencia, carece de reflexión.

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Autor: Santos Sanz Villanueva. Título: Acoso y derribo. Pensamiento literario y disidencia política en la posguerra española. Editorial: Punto de vista. Venta: Todos tus libros.

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