Encerrar un extrovertido thriller mafioso de Scorsese en un único y teatral escenario, el taller de un modisto —no le digan sastre— en el Chicago de los 50 es uno de los particulares tours de force que mantiene consigo misma la película del debutante en la dirección Graham Moore. El sastre de la mafia es una película entrañable y maléfica, como ambivalente es también la interpretación de Mark Rylance, quizá uno de los mejores actores vivos al margen de otros endiosados mitos del cine de mafias que no vamos a nombrar.
El sastre de la mafia tiene ese aire de profesionalidad absoluta y aseada de las películas inglesas, pero como el citado sastre, esta es una infiltrada en toda regla en los relatos de mafiosos americanos de Chicago. Este thriller con traje de obra de teatro es, en sí misma, un agente doble (o triple) más interesado en escarbar en las nociones de arte y oficio que mueven a su protagonista que en la propia guerra de bandas que sucede fuera de su taller. El exquisito monólogo aparentemente interior que impulsa el relato desde su comienzo desgrana la meticulosa personalidad de Leonard, naturalmente un escudo, o un patrón —diría él— para un thriller reposado y excéntrico, salpicado con un humor negro evidente y alguna sorpresa más digna de una secuela de Scream que de una correcta película inglesa.
Da la impresión de que Moore, guionista de la británica The Imitation Game (Descifrando Enigma) ha creado un traje así de ceñido para que su película sea exactamente igual a los trajes que confecciona Leonard. No sobra nada, todo está apretado, planchado, para mostrar solo lo que necesitamos ver. El sastre de la mafia no sufre por el hecho de que la acción nunca salga del taller del protagonista, que los tiroteos y traiciones sucedan fuera de cámara, por una aparente falta de sentido del espectáculo que aquí se sustituye por un adecuado aroma a misterio clásico de Agatha Christie.
El resultado parece una argucia hitchcockiana a nivel de guión y no de audaces tiros de cámara, y la oportunidad perfecta para que un buen equipo de actores entone su do de pecho comandados, naturalmente, por un Mark Rylance que demuestra que su gran descubrimiento para el cine en El Puente de los Espías de Spielberg no fue en absoluto una casualidad.
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