Esta novela tiene una genealogía que se remonta a la no menos genial Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, la novela de Laurence Sterne. Representa, al tiempo, la continuidad y la renovación del shandismo. Han pasado más de dos siglos y medio desde la aparición de esta estética novelística y algo ha cambiado el mundo. Hoy el shandismo es más necesario que cuando lo engendró su precursor. Me explicaré.
El escepticismo es el dominio en el que coinciden autor y personaje, en este género de novela. Aquí el personaje que conocemos por su mote, Beefeater, y que gracias a las notas al pie —evidente parodia del discurso académico— sabemos que se llama X —tal vez Xavier, pero quizás equis, cualquiera— Dubtós —es decir, dudoso en catalán—, profesor de antropología social —quizá la versión más dispersa de las disciplinas humanísticas— aparece como un diletante, a la vez pedante y plasta, contradictorio, pero también sentimental, poético y, sobre todo, hilarante. Su actividad se agota en la observación —es un hombre inútil—. Su pensamiento es el “materialismo lírico”. Le permite lo mismo disertar sobre sociología, psicología y, en último término, teoría —en el sentido que le han dado a esa palabra los epígonos de Foucault— que lanzar observaciones políticamente incorrectas sobre los atributos femeninos, porque se burla del discurso políticamente correcto. También el lenguaje corriente es objeto de burla para el shandismo. En suma, es el paradigma del hombre culto —e inútil— moderno. El autor comparte con él el escepticismo. Pero juega con su personaje como si se tratara de una marioneta. Es una mera función. Y ese juego, el paseo por las disciplinas en su nivel más exigente, va más allá de la burla. El autor busca, lo mismo que el personaje, valores, valores para la vida. No los va a encontrar ni en el discurso académico ni en las costumbres locales. Pero esa búsqueda es lo que da transcendencia a este relato-informe en primera persona —un rasgo genérico del humorismo—. Se trata de contemplar la vida como un observador, al margen de ella —esa es la posición de Beefeater en su relato, la de un outsider—. Y la contemplación ofrece un abismal vacío de valores, pero también permite la reconciliación final con el personaje, su salvación.
Si el escepticismo es el punto de encuentro entre autor y personaje, todo lo demás es distanciamiento. El autor objetiva el discurso del personaje para distanciarse de él. Al distanciarse subraya la superficialidad y la falacia del discurso cultural y de sus representantes. Esa distancia es también el distanciamiento del lector, que no se aleja por su desaprobación sino para reírse. Este género y esta novela, en concreto, son la expresión más actual de la filosofía de la risa. Sterne lo resumió así: fuit propositi semper, a jocis ad seria, a seriis vicissim ad jocos transire (fue mi propósito siempre pasar de lo festivo a lo serio y de lo serio a lo festivo). De Ángel pone en boca de Dubtós la siguiente declaración: “El humor es, según creo, el término medio entre la depresión y el delirio. Si ya te has caído de la higuera, si sabes que no eres bello o amable o el más algo de algo y, sin embargo, no has perdido la estima, no te ves ni a ti ni al mundo como una absoluta mierda innegociable, entre el delirio egótico y la derrota melancólica, la sutura posible es el sentido del humor”. Más allá de esta declaración, toda la novela está llena de aspectos de la filosofía de la risa con sus matices lucianescos, rabelaisianos y cervantinos, un discurso que siempre ha florecido mejor en la literatura que en el tratado académico.
El shandismo ha tenido un papel en la historia de la novela en España, aunque ha pasado casi desapercibido para los filólogos. Su momento estelar llegó con la aparición de Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Pero Galdós (Fortunata y Jacinta) y Baroja (El árbol de la ciencia), entre otros, lo cultivaron, aunque lo subordinaron al drama familiar. Recientemente, Daniel Gascón lo ha retomado con Un hípster en la España vacía. En verdad, el origen del shandismo es español. Está en el prólogo del Quijote de 1605, que se ríe de erudiciones y doctrinas, anotaciones en los márgenes, acotaciones finales y sentencias de hombres eruditos y elocuentes.
Este género novelístico presenta dos caras. Por un lado parece un breviario cultural. El discurso de Beefeater está salpicado de referencias a autores literarios —incluido Sterne— y personalidades culturales —en especial Lacan y los más eximios charlatanes contemporáneos, solo falta Žižek—. Por otro el discurso del personaje da entrada a una estética chabacana, mitad patética —por sus fracasos—, mitad sentimental-idílica —por su destino—. A esa dualidad añade Beefeater otra dimensión muy española: sus dardos al nacionalismo —léase, catalán— y el contraste entre la cultura urbana y la España vacía, aquí “árida y leal”.
La crítica de los discursos culturales hegemónicos es la clave de esta estética. A la burla se suma en esta novela el contraste con la cultura popular (véase la correspondencia entre el profesor Kappur y la tía de Dubtós). De esa crítica no se libra ni siquiera el autor de este prólogo —al fin y al cabo, otro teórico—. Observe el lector las alusiones a la colisión entre lo elevado y lo bajo, lo serio y lo cómico, lo estilizado y lo crudo, hibridaciones entre el Bien y el Mal, las mixtificaciones del mundo de la desigualdad en contraste con lo idílico y la nostalgia del pasado. Claro que tales alusiones son también testimonio de que el autor me ha leído, al parecer con aprovechamiento. Desde luego, las reflexiones del profesor Dubtós no son para despreciarlas. Las hay muy sugerentes y reveladoras —entre ellas, las relativas a la identidad y a la ciencia, que se funden en la teoría de “la metalurgia del desencanto”—. En realidad, y como suele decirse de los cerdos, que por algo son protagonistas de esta fábula, todo es aprovechable en el discurso de este hombre inútil.
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Autor: Luis de Ángel. Título: Beefeater. Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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