A principios del siglo XIII, un estudiante alemán se desplaza a Palencia para estudiar en la primera universidad castellana. Su vida transcurre —entre amores accidentados y angustias existenciales— en un ambiente intelectual inmerso en los acontecimientos y personajes de la época: jóvenes de diversos orígenes, templarios, cátaros e inquisiciones. Carmen García Guadilla recurrió a la historia para escribir la novela El silencio de los abedules, entre el saber, el amor y la brevedad de la vida, que acaba de publicar Kalathos ediciones.
La escritora hispanovenezolana, nacida en Palencia y formada académicamente en Caracas, debuta en la narrativa con una novela histórica medieval. En el libro se combinan personajes de ficción con algunos personajes históricos y acerca al lector a un período relevante de la Edad Media, en el que las universidades rivalizaban con la hegemonía que habían tenido los monasterios como principales depositarios del saber.
Zenda adelanta el prólogo de El silencio de los abedules.
Año 1236
Prólogo de Josef Hispaniense
La impresión que me causó Jünger la primera vez que lo vi fue de curiosidad. Nunca había conocido a un alemán que, además, había estudiado en el famoso studium de París. Era alto, con melena rubia hasta los hombros y llevaba una capa larga de color verde oscuro, con un porte desgarbado como desdeñando su elegancia natural. Al principio me resultó un enigma, pues era silencioso, de mirada atenta, como escuchando por los ojos. El saludo era una medio sonrisa. Salía rápido de las clases y desaparecía. Tampoco le veía conversar con los demás en la plaza de los Estudios. Hasta que un día en clase no le quedó más remedio que contestar una pregunta de uno de los magistri. Su voz sonó extraña, insegura. Por un lado, frenaba en la primera sílaba de cada frase, como una carreta atascada por el barro y, además, pronunciaba la erre de manera excesiva.
Pude acercarme a él cuando coincidimos en la misma casa donde se alquilaban habitaciones a estudiantes. Pero no fue fácil, pues Jünger pasaba mucho tiempo recluido en su cuarto, era huraño, contestaba a cuentagotas. Tanta era mi curiosidad por saber más de él, que un día me atreví a entrar en su habitación cuando no estaba. Todo me pareció ordenado, excepto unos pergaminos que estaban encima de la mesa. La tinta de uno de ellos con el título El día que Abelardo lloró parecía fresca, lo cual me hizo pensar que lo estaba escribiendo. En la pared, arriba del camastro, se encontraba colgado un dibujo con árboles arriba de las alturas de una montaña y, del lado opuesto, otro con flores en medio de la nieve. También había un libro, con el título Parzival. De esa visita a hurtadillas pude apreciar que Jünger debía provenir de una familia con abolengo, pues para mí era inimaginable tener libros ya que costaban una fortuna. Además se decía que había viajado de París a Palencia en su propio caballo, uno con mucho brío y, con toda seguridad, costoso. Todo eso, junto con otros detalles, aumentó mi curiosidad por conocerle mejor.
Con el tiempo se instaló familiaridad entre los estudiantes que vivíamos en esa casa. Tuvimos veladas con discusiones francas sobre los estudios y vivimos momentos inolvidables, en los cuales el vino agitó alegremente nuestros afectos. También hubo hechos extraños que ocurrieron en esa casa y de los cuales no supe la causa hasta que traduje el manuscrito de Jünger. Pero mi amistad con él se fortaleció con la convivencia y logramos ser los mejores amigos. Por ello, su solicitud de que fuera yo quien tradujera el manuscrito la acogí con dedicación, como muestra de la amistad y admiración que siempre le tuve.
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Autora: Carmen García Guadilla. Título: El silencio de los abedules. Editorial: Kalathos. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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