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El «Stand by me» de Mark Twain

El «Stand by me» de Mark Twain

¿Recuerdan la mítica canción de Ben E. King, «Stand by me»?

When the night has come
And the land is dark
And the moon is the only light we’ll see

“Cuando la noche ha caído, y la tierra está oscura, y la luna es la única luz que veremos…”.

No, I won’t be afraid
No, I won’t be afraid

“No tendré miedo, no tendré miedo”, nos dice Ben. Lo mismo que le dice Tom Sawyer —el de la teoría y los libros— a  su mejor amigo Huckleberry Finn —el de la práctica y la calle— cuando, en las aventuras de éste, le propone en plena noche, en mitad de un sendero y rodeados de oscuridad, ir a la cocina para coger unas velas mientras Jim, el “corpulento negro de la señorita Watson”, dormita y ronca a pocos metros de ellos. Huck le advierte a Tom de que es peligroso y como hagan el mínimo ruido y Jim se despierte, ya puede darse por muerto porque entonces la aventura que tenían prevista se iría al traste. Pero entonces Tom pronuncia las palabras mágicas: “No tengas miedo”. Justo lo que necesitamos oír de vez en cuando en boca de nuestro amigo, o bien decírselo nosotros a ese mejor amigo, familiar y, sobre todo, al hijo que tanto teme el mundo por lo desconocido y grande que le parece. Y en estos casos, no nos queda más remedio que  recurrir al espíritu de Tom y de Huck. De los amigos inseparables, de los niños con ansias de trepar árboles y subir las laderas de las colinas con el objetivo de alcanzar su cima y, desde ahí, sentirse superiores, y recorrer el Mississippi de arriba a abajo subidos a una barcaza sobre la que contemplar las estrellas bien entrada la noche, con la brisa fresca rozándoles las mejillas y sintiéndose libres. Dueños de su destino. Un poco adultos, un poco mayores. Aunque la hazaña y la sensación de grandeza, el control y el dominio respecto a lo que se tiene a los pies derive después a una aspiración mucho mayor y mejor: convertirse en unos verdaderos “salteadores de caminos”. En saqueadores, piratas o ladrones.

"Éramos como éramos. Imperfectos, atrevidos, tímidos, inocentes, pícaros, buenos, traviesos, rebeldes… A estas alturas, he de reconocer que yo era más Finn que Sawyer"

Es posible que en nuestro caso y en el de nuestro familiar, o amigo, no lleguemos a tanto —me refiero a lo de robar y asaltar caminos—, pero sí les hacemos nuestros cómplices y tratamos de infundirles ciertos ánimos, cierta valentía, cierto coraje. Para eso estamos nosotros, nos decimos. Para ser guía y también compañía. Para ser los padres que los hijos admiran. Para ser el amigo que el mejor amigo admira. No por soberbia, menos aún por ego sino porque, de algún modo, nos han hecho ejemplo o, directamente, nos hemos convertido nosotros en ejemplo sin darnos cuenta. Ha salido así. Como cuando éramos pequeños y teníamos nuestra pandilla y uno era el cabecilla no hacía falta elegirlo, pues la elección o el nombramiento se daba por sí solo. Y ahí estábamos nosotros, formando parte de una comunidad, de una pequeña hermandad, de nuestro grupo inseparable. Parecíamos siameses. Prolongaciones, proyecciones, complementarios, unos de otros. Todas las virtudes y defectos estaban comprimidos en nosotros. Claro que a esa edad no éramos conscientes de ello porque nos daba igual.

No había máscaras ni imposturas. Éramos como éramos. Imperfectos, atrevidos, tímidos, inocentes, pícaros, buenos, traviesos, rebeldes… A estas alturas, he de reconocer que yo era más Finn que Sawyer. Y si había que mentir, antes que mentirle a un amigo, lo hacíamos ante nuestros padres con tal de proteger al amigo. Con tal de ser su escudo. Su ángel guardián. A veces este papel, el de escudero, lo ejercía el cabecilla y otras, a falta  del «capitán», el amigo con quien más complicidad se tenía. Pero los adultos, que eran más sabios que nosotros, empezaban a poner caras y advertir: ‘ojito con este, o con esta; ten cuidado con aquel, o con aquella, que no es buena influencia’. Demasiado avispado, demasiado despierto, debían de pensar. Y aunque fuese un pensamiento, un juicio acertado (concepto adulto), caían en el error de encorsetar. De limitar. O de cambiar lo que está demasiado arraigado: nuestra personalidad. Como cuando la hermana de la viuda Douglas, la ya citada señorita Watson, intenta convertir a Huck en un buen niño y él sabe que, por mucho empeño que la señorita ponga, es un impío más, un condenado al infierno en el que ni siquiera cree. Y Tom, además, le quiere tal cual es. Aunque Huck no tenga familia, aunque su padre sea “el desaparecido” y, cuando regresa al pueblo, “el borracho” que sólo sabe hacer dos cosas: beber whisky hasta alcanzar un delirium tremens y pegar palizas hasta dejar el cuerpo de su hijo cubierto de heridas y moratones. También para eso están los amigos, y estaban los de la infancia. Para no juzgar. Para ignorar, u obviar, lo que pasaba dentro de tu casa porque al amigo no le importaba tu historial familiar ni a ti el suyo. Sólo os importabais el uno al otro y la amistad que os unía.

"Como hacía Tom con Huck y Huck con Tom. Cómplices hasta la muerte. Cómplices como hermanos, como familia elegida"

Decía Hemingway que Mark Twain, Samuel Langhorne Clemens en realidad —nacido hoy, 30 de noviembre, pero de 1835— era “el mejor escritor que ha dado los Estados Unidos”. Y Faulkner, también sobre Twain, que era “el padre de la literatura norteamericana”. No difieren mucho ambas opiniones respecto al mismo sujeto, pero lo cierto es que Twain, además de haber llegado y haberse marchado de este mundo acompañado por el cometa Halley, y de haberse inventado su pseudónimo “Mark Twain”, que viene a ser el método que empleaban los barcos fluviales para determinar la profundidad del agua y así evitar los obstáculos que pudieran dañar el barco, fue uno de los autores del siglo XIX que asentó las bases de la literatura protagonizada por niños: léase Las aventuras de Tom Sawyer (1876) o Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) con las que ayudó a los lectores a recordar ese período vital que comprende la infancia.

La edad en la que teníamos el mundo a nuestros pies y, ante nosotros, un paisaje por descubrir. Sin máquinas, ni móviles, ni ningún algoritmo que determinase los pasos a seguir. Entonces todo podía pasar al otro lado de la calle, o en la esquina más próxima a nuestra casa. Sin ir más lejos, en la casa abandonada, cochambrosa, sobre la que existían todo tipo de leyendas, y el mero hecho de cruzar su verja nos emocionaba hasta el punto de hacernos sentir asustadizos e invencibles. Audaces y recelosos. Y dicha andanza, para mayor orgullo nuestro, no la hacíamos solos. No, porque nos acompañaban nuestros amigos, nuestros camaradas, e íbamos todos a una. Si uno se quedaba atrás, rezagado, aguardábamos y luego seguíamos. Si uno caía, se le levantaba. Nunca se dejaba a nadie tirado. Como hacía Tom con Huck y Huck con Tom. Cómplices hasta la muerte. Cómplices como hermanos, como familia elegida. Al igual que Chris Chambers, Gordie Lachance, Teddy Duchamp y Vern Tessio en  la novela corta de Stephen King titulada El cuerpo (The body) y adaptada al cine en la nostálgica Stand by me (Cuenta conmigo) dirigida por Rob Reiner, cuyo tema principal, con el que se abre y cierra la película, es la canción homónima de Ben E. King:

Just as long as you stand,
stand by me…

“Sólo el tiempo que aguantes –o te quedes–, quédate conmigo”. Cuenta conmigo. Precisamente lo que le decíamos a nuestros amigos. “No quiero un futuro: lo que yo quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo tenemos futuro cuando no tenemos presente y, cuando tenemos presente, nos olvidamos por completo de pensar en el futuro”, nos dice Robert Walser en Los hermanos Tanner. ¿Quién pensaba en el futuro cuando era niño y el presente, por ende, lo era todo para uno?

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