Casi todos fantaseamos con un camino sin obstáculos, en el que nuestros sueños se cumplen y superan toda expectativa. Y cuando la realidad nos enseña que las cosas nunca suceden como las imaginamos, nos preguntamos qué hubiera ocurrido si no hubiéramos tropezado con la primera piedra del camino.
En la década de los ochenta, la arquitecta francesa Anne Fourcade soñaba con un parque temático bastante peculiar. Mucho antes de la apertura de Euro Disney, Anne visitó Disneyland en Estados Unidos e imaginó un parque inspirado en la cultura y literatura francesas. Quería anticiparse a la invasión del ratón americano con valores locales, tirando de orgullo patrio y desempolvando cuentos, leyendas y canciones populares. Gracias al apoyo del empresario y millonario saudí Ghaith Pharaon, la ambiciosa idea salió adelante. El curioso parque Mirapolis, situado en Courdimanche, cerca de París, abrió sus puertas en 1987, inaugurado por Jacques Chirac.
El recinto, de más de cincuenta hectáreas, se componía de ocho zonas temáticas distintas. Una, la de “los impresionistas”, ofrecía un paseo en barco por un canal hecho a la medida de los paisajes que inspiraron a los célebres pintores de finales del siglo XIX. En otra, el llamado “palacio de las maravillas” acogía un espectáculo sobre las fábulas de La Fontaine. En otro lado del parque, la llamada “ciudad de Ys” reproducía la legendaria ciudad submarina bretona. Para ver a los personajes de la leyenda que componían la atracción (sirenas y todo tipo de monstruos acuáticos, como una hidra de diez cabezas), había que descender 14 metros bajo tierra. Y entre todas las zonas destacaba la del “gigante Gargantúa”. En ella, una impresionante escultura del personaje de Rabelais observaba a los visitantes recostado y satisfecho, tras un gran festín, con una inmensa copa de vino en una mano y un tenedor en la otra. No en vano era la mascota del parque, que aparecía en entradas, anuncios, camisetas y demás recuerdos.
A pesar de que la idea era buena, el parque no tuvo la acogida esperada, como la que sí logró el contemporáneo parque Astérix, y no cuajó entre el público. Las familias francesas de aquel entonces no estaban acostumbradas a ese tipo de distracciones y el concepto no tardó en ser considerado como elitista por una sociedad que solo buscaba divertirse sin pretensiones. No todos los visitantes entendían las referencias culturales: ni habían leído a Rabelais, ni conocían la mayoría de las historias evocadas. Además, elegir como mascota a un gigante caracterizado por beber y comer con opulencia no fue nada acertado para atraer a un público infantil. Las expectativas habían sido sobrestimadas y todo en el parque era desmesurado (el gigante Gargantúa se convirtió en la mayor estatua de Europa y la segunda del mundo, solo superada por la estatua de la Libertad de Nueva York). Si a todo ello añadimos una gestión mediocre y pérdidas millonarias, encontramos la tormenta perfecta que provocó su cierre definitivo en 1991, unos meses antes de la apertura de Euro Disney. Siglos de cultura de todo un país vencidos por edulcoradas historias de final feliz y canciones pegadizas. Solo queda el nostálgico recuerdo de una curiosa utopía, como muestra el falso documental Un Courdimanche avec Houllebecq, en el que Mirapolis es el título de la última novela del conocido autor francés, publicada en 2026, que cuenta la malograda historia del parque.
A pesar del fracaso de Mirapolis, Anne Fourcade se embarcó en una nueva aventura y participó en la concepción de Puy du Fou, un nuevo parque temático imaginado por Philippe de Villiers, que gira en torno a representaciones históricas del pasado de Francia. Esta vez los suntuosos espectáculos obtuvieron un merecido éxito y hasta permitieron exportar el concepto, que acabó llegando a nuestro país, concretamente a Toledo, donde ofrece exhibiciones sobre la vida de Lope de Vega y del Cid, entre otros.
Como el célebre grabado de Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”, en este caso el sueño de la cultura produjo el inclasificable parque Mirapolis. Gracias a aquella aventura se pudo aprender de los errores, domesticar a los monstruos y adaptarlos a un nuevo entorno. Hasta que se cansen y se rebelen de nuevo contra sus creadores.
El concepto ‘parque temático’ es espantoso. No me extraña que sea el diablo quien inspira a estos fabricantes de ocio enlatado y comercializado con etiquetas de colores chillones.
Efectivamente, espantoso. Son como zoológicos de humanos. Y como no tienen bastante, van los políticos y convierten los centros históricos de las ciudades en parques temáticos. Y, para colmo, disfrazarlo de cultura. Claro, ademàs la cultura según interpretación sesgada e interesada, cuando no ideològica, del político de turno.