“Los robots del futuro tendrán conciencia, crearán obras artísticas originales, poseerán emociones y hasta sentirán deseo sexual”, ha dicho el pensador, sociólogo y académico Roger Bartra (Ciudad de México, 1942), a propósito de su más reciente libro, Chamanes y robots (Anagrama), un ensayo con pretensiones provocadoras sobre el futuro, más que de los humanos, de la inteligencia artificial y nuestra relación con ella. No quiero ser ave de mal agüero, pero creo que Bartra se equivoca. La conciencia es algo más que matemática y tecnología, por muy acuosa y nano que ésta sea. Lo de crear obras artísticas originales… tal vez, pero ya se sabe que en los cánones de “obra artística” y “original” entran churros a tutiplén. En cuanto a poseer emociones, ¿es que sentirá lástima la metralleta o el cañón avant-garde cuando se cargue a un enemigo? Porque no es ingenuo recordar que buena parte de la tecnología se desarrolla, hoy por hoy, a empujones de la avanzadilla militar y sus empeños ingenieriles. Por último, respecto al deseo sexual, ¿qué podemos decir?: habrá que rezar para que lleven un buen aceite cuando el deseo los arrebate y, como humanos que parezcan ser, se vean en la tesitura de abordar a un congénere para hacerle el amor sin que la consumación de tal acto duela a su pareja y, literalmente, rechine de forma escandalosa como rechina el argumento del maestro Bartra. Hablando en serio, el sueño de los robots que tienen conciencia, crean obras artísticas, sienten y desean, es un mito; es decir, una metáfora. En esa tesitura, prefiero las novelas de Isaac Asimov, quien una vez dijo: “Quien se acostumbra a preocuparse por las necesidades de unas máquinas, se vuelve insensible respecto a las necesidades de los hombres”.
NUEVA LEY DE BIBLIOTECAS MEXICANAS
El Senado mexicano se ha puesto a trabajar en una nueva Ley General de Bibliotecas. Ya era hora. Entre los objetivos de esta legislación está impulsar las políticas públicas necesarias para que se destinen los tan necesarios presupuestos para que en lo que hoy en día en México se llaman bibliotecas (en muchos pueblos dejados de la mano de dios se puede uno encontrar pequeños cuchitriles donde se apilan libros de forma desordenada), se apliquen los recursos de manera adecuada. También se desea reivindicar la figura del “bibliotecario”, que no existe en la ley vigente, para que sea al fin una persona que reciba capacitación y no sólo un mero “acomodador de libros”, algo siempre llamativo porque desde hace decenios existe una licenciatura en biblioteconomía y entre sus egresados hay muchos taxistas jubilados (sin ofender el digno trabajo de los taxistas) que no pudieron optar a un trabajo en su ámbito profesional y que quizá ahora podrán hacerlo. La senadora Susana Harp, del partido gobernante, Morena, promete que se trata de una inmensa reforma a esta legislación que por años se ha mantenido inalterada, y que por ello la comisión que preside para tal efecto “trabaja para lograr un excelente producto, para lo cual se va de la mano con la autoridad en la materia”, ha dicho. Doña Susana asegura que “como es tradición (¿?), se consulta y escucha a la gente que ejecuta para no cometer errores y realmente saber qué hace falta”. Buen comienzo, que recomendaríamos se hiciera extensivo a toda medida que quiera ejecutar el Gobierno. Así pues, de progresar esta nueva ley, se llevarán a cabo adecuaciones de espacio físico acordes con las normas nacionales e internacionales de bibliotecas, lo que será digno de ver, ya que al haber una norma de cumplimiento obligado, la ciudadanía podrá exigir que se lleve a cabo, para que los libros tengan en México, al fin, hogares dignos donde puedan ser visitados.
RECUERDO DE JUAN TOVAR
Considerado uno de los dramaturgos mexicanos contemporáneos más destacados, con un vasto corpus dramatúrgico, el cual integra obras históricas, farsas de la actualidad política, metáforas sobre el arte y los sueños, así como comedias amorosas, el también narrador, traductor, guionista y docente Juan Tovar (Puebla, 1941) falleció hace pocos días a los 78 años. Sus restos han sido velados en su casa de Tepoztlán, Morelos, donde lo visité hace un titipuchal de años, cuando Juan era un escritor que se había querido apartar del mundanal ruido, un tanto asqueado de los usos y costumbres de la corte literaria del momento. Me recibió en una terraza de tierra suelta, donde tomamos cervezas y comimos observando moverse la enorme sombra del cerro del Tepozteco que se nos echó encima con la noche. Ya entrados en conversación, me reveló que sentía ánimos de venganza futura por algo que no quiso mencionar. “Se van a enterar. Se enterarán”, dijo en tono misterioso aquella tarde. Estaba muy dolido, y su rostro manifestaba que quería cobrarse una ofensa que le cortaba la sonrisa. Miraba al cielo y se quedaba en silencio largo rato, escudriñando las nubes y la vegetación que a lo lejos servía de vestido al cerro sagrado morelense. Era consciente de que su obra valía mucho más de lo que pagaban por ella; es decir, de lo que propios y extraños querían reconocer. Tovar había contribuido a replantear la dramaturgia mexicana moderna de la década de los años 70 y 80, revisando la historia de México sin condescendencia. La escena mexicana fue testigo de su portentosa creatividad, plasmada en obras como Las adoraciones, Manga de clavo, La madrugada, Manuscrito encontrado en Zaragoza, El destierro y Horas de gracia, entre otras. Pero a mí siempre me gustaron mucho sus cuentos, en especial los del volumen Los misterios del reino, y su novela La muchacha en el balcón o la presencia del coronel retirado. Se ha ido sin alharacas, de forma elegante y discreta. La posteridad tiene un sitio para él. Hasta luego, querido Juan.
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