Tras el éxito de sus anteriores títulos, Las páginas del mar y La ciudad enfurecida, Sergio Martínez vuelve a la novela histórica para reconstruir las conversaciones mantenidas entre Carlos V, ahora retirado del mundanal ruido en el monasterio de Yuste, y un viejo explorador, Martín del Puerto, con una memoria prodigiosa.
En este making of Sergio Martínez cuenta las circunstancias que rodearon la escritura de Tardes con el emperador (Grijalbo).
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Hace ahora un siglo, los países americanos reunidos en Santiago de Chile concibieron la idea de una carretera que recorriese por completo América de sur a norte. El proyecto, aunque formidable, parecía también imprescindible para potenciar la comunicación dentro del continente. Sin embargo, hoy en día, existe un punto en el que ha sido inviable construir una carretera. Ese lugar impenetrable se conoce como «el tapón del Darién». Y precisamente allí, en medio de la selva más fragosa, húmeda, inhóspita e inaccesible que se pueda concebir, es donde los conquistadores españoles decidieron fundar la primera ciudad en tierra firme americana: Santa María de la Antigua del Darién.
Cuando leí por primera vez acerca de los viajes de Alonso de Ojeda y Diego Nicuesa al litoral panameño y colombiano me quedé completamente maravillado. Aquellas expediciones, cuyo objetivo inicial era establecer una serie de poblaciones en el litoral continental americano, desembocaron en algo mucho más extraordinario: el descubrimiento del Océano Pacífico en el año 1513 por parte de un advenedizo con el que nadie contaba: Vasco Núñez de Balboa.
Mi primera intención, por supuesto, fue utilizar a uno de los personajes reales para contar la historia. Sin embargo, mientras investigaba sobre el tema, me di cuenta de que sería mucho más interesante emplear un personaje inventado. Y para ello creé a un marinero santanderino, Martín del Puerto, que se embarca rumbo a América en busca de un futuro prometedor, al menos mejor que el que tenía en casa. Escogido el personaje, quedaba elegir el modo de narrar, y lo lógico era hacerlo como una suerte de memorias, con el personaje ya anciano relatando las experiencias que vivió en América. Sin embargo, me pareció más estimulante hacerlo de un modo distinto; no como unas memorias, sino como una conversación entre dos personas: ese marinero inventado y el dirigente a quien le tocó lidiar con aquella colosal empresa, el emperador Carlos V.
Con solo veinte años, el nieto de los Reyes Católicos se convirtió en el monarca más poderoso de Europa, y bajo su reinado España se convirtió en la potencia hegemónica mundial. Fue una figura con muchísimos matices, pero uno de los más interesantes es que con solo cincuenta y seis años decidió poner fin a su reinado, abdicar en favor de su hijo Felipe y retirarse a pasar sus últimos años de vida en uno de los lugares más apartados del reino de España: el monasterio de Yuste, a las faldas de la sierra de Gredos. Una persona que había tenido todo el poder se retiró del mundo con la sola intención de vivir en paz, rezar y expiar sus pecados antes de que la muerte lo alcanzase.
Es en ese momento especial, en que el viejo rey es más vulnerable, cuando hice que Martín del Puerto y el rey se encontrasen y que durante muchas tardes el primero le contase al segundo todas las peripecias de sus aventuras en las Indias. Poco a poco, según pasan las semanas y los meses, lo que había comenzado como un simple entretenimiento para aliviar las tardes del emperador pasará a convertirse en una serie de encuentros queridos por los dos, pues descubren en ellos el modo de recordar sus vidas y calibrar qué hicieron bien y qué hicieron mal.
Pero las confidencias no irán solo de Martín al emperador, sino que Carlos V también tendrá ocasión de reflexionar sobre su reinado, alegrarse de sus triunfos, lamentarse por las cosas que hizo mal y pedir perdón por todos los pecados cometidos.
¿Qué libertades me he tomado para escribir la novela? Muchas. El libro es preciso y fiel a los hechos históricos principales y a lo que sabemos de los personajes reales. Sin embargo, los personajes inventados incorporan todo aquello que se escapa del relato histórico y que nos sitúan ante lo que realmente es este libro: una novela. He disfrutado muchísimo al crear un Martín del Puerto enamoradizo y soñador y dispuesto siempre a sentarse con una copa de vino junto al emperador y hacerle partícipe de las aventuras de las Indias; también al dibujar a un Alonso de Ojeda gruñón, osado, malhablado y temeroso de Dios, un torbellino capaz de rezar con lágrimas en los ojos y empuñar la espada al instante siguiente; a un Vasco Núñez de Balboa inteligente y sagaz, capaz del diálogo y el acuerdo, pero también duro e implacable si lo consideraba necesario; a una Anayansi, la mujer india de Balboa, decidida y digna, capaz de adaptarse a lo que traían los conquistadores sin renunciar a su cultura indígena; y, sobre todo, a un Carlos V agotado y arrepentido, dispuesto ya a morir y que en sus últimos meses ve cómo un recién llegado es capaz de trasladarle al único lugar de sus reinos donde solo obtuvo victorias pero en el que nunca puso un pie: América.
Han sido cuatro años de trabajo desde que comencé a escribir este libro cuando lo imaginé, no como unas «Tardes con el emperador» sino como unas «Cartas al emperador», idea que luego rechacé, pues no me permitía la interacción entre los personajes. Y finalmente, para poder terminarlo, decidí retirarme durante cuatro días al monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos. Me encerré en una celda —con muchas más comodidades, eso sí, que lo que debía ser la celda de un monje en el siglo XVI— y allí encontré la calma y silencio para poder cerrar el círculo de la novela.
En el monasterio, puedo decir, me sentí como un verdadero emperador.
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Autor: Sergio Martínez. Título: Tardes con el emperador. Editorial: Grijalbo. Venta: Todos tus libros.
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