La infancia puede ser muy larga y sus efectos pueden ser eternos. Contra esa infancia infinita, contra el dolor de la agresión y el dolor de no ser creída, pelea la narradora de La herencia. Una pelea tan cansada, tan imposible, que la hermana de la autora de este libro que se insiste de ficción contestó con otra novela, llamándola mentirosa y otras lindezas. Pero eso da igual: aquí solo nos importan la literatura y las víctimas.
Es la segunda de cuatro hermanos noruegos con vivencias distintas y recuerdos diferentes, unos padres mayores y unos dolores antiguos. Pasados ya los cincuenta años, abuela de dos nietos, madre de tres hijos, la protagonista de esta novela empieza a escribir en el último intento de suicidio de su madre. Ella, que hace veintitrés años que se alejó de su familia para sobrevivir, es llamada de nuevo a intervenir por una cuestión puramente económica: a pesar de la promesa de repartir la herencia en cuatro partes iguales, sus padres han donado ya dos casas de verano a las hermanas pequeñas, las cariñosas, las que nunca vivieron los abusos del padre.
La autora se esconde en el insomnio, el alcohol y un refugio en el bosque, pero no se puede huir del pasado que llevas dentro, de esos padres a los que conoce bien, de esa sinceridad con que admite que respeta más al padre autor que a la madre que no quiso saber para no tener que actuar en consecuencia. They cannot stand me because of what they have done to me. Así hablaba la artista Marina Abramovic después de ser agredida en una instalación, así se siente la autora con su madre y sus dos hermanas pequeñas. “No me aguantan por lo que me han hecho”.
“¿No deberías dejarlo estar? Ya pasó…”. Ese es el subtexto de todas las conversaciones con su hermana mediana, la única con la que ha mantenido relación. “No hasta que me escuchéis”, es la respuesta.
“Solo cuando estoy tranquila, cuando estoy sola, cuando trabajo intensa y profundamente, la tristeza es menos dolorosa. Por eso estoy tranquila, por eso trabajo intensamente, por eso estoy sola”.
El dolor es siempre solitario. El dolor aísla. El dolor lastra.
“El filósofo Arne Johan Vetlesen dice que la debilidad de las Comisiones de la Verdad, de los procesos de reconciliación después de las guerras, es que suelen exigir lo mismo de las víctimas que de los verdugos, y eso es injusto. (…) Y, además, en las Comisiones de la Verdad creadas después de las guerras había al menos un alto grado de acuerdo sobre quiénes eran las víctimas y quiénes los verdugos. ¿Cómo puede haber reconciliación si ni siquiera hay acuerdo sobre eso?”.
Con una hermana que insiste en la normalidad, una madre que es a la vez anciana y niña y un psicoanálisis abandonado al llegar al origen, la autora escribe y escribe entre la fiebre y la genialidad, mientras habla con sus hijos y amigos, mientras se comunica con sus hermanos por correo electrónico.
Ha muerto el padre, tiene ya casi sesenta años, pero mira atrás y todo sigue siendo dolor.
“Sybille Bedford escribe en alguna parte que cuando eres joven no te sientes parte de la totalidad, de la condición humana básica. Cuando eres joven haces un montón de cosas porque lo vives como si se tratara de un ensayo general, un ensayo que se puede repetir cuando el telón se levanta de verdad. Y luego te das cuenta de que el telón ha estado siempre levantado. Eso era el espectáculo”.
El espectáculo es también esta novela extraordinaria.
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Autora: Vigdis Hjorth. Traductoras: Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo. Título: La herencia. Editoriales: Nórdica y Mármara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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