Según el nuevo calendario revolucionario francés el 9 de termidor del año II correspondiente al 27 de julio de 1794, se produce el derrocamiento de Máximilien Robespierre, uno de los políticos más carismáticos y sobresalientes de la Revolución Francesa que, con su ejecución en la guillotina, marcó el principio del fin del tipo de gobierno impulsado por el Terror, en el que el propio Robespierre había representado el papel de arquitecto principal del mismo.
En el otoño de 1792, el resto de los franceses empezaron a protestar por el papel que asumían los habitantes de París en el proceso político; esto llevó a que los diputados radicales —jacobinos— de la Convención expulsasen a los diputados moderados —girondinos— de la misma, acusados de fomentar una revuelta y una posterior guerra en contra de la Revolución. Esto provocó la declaración, por parte de la Convención, de un estado de emergencia, la suspensión de una serie de derechos fundamentales y la elección de doce diputados que ostentarían el poder a través del denominado Comité de Salvación Pública (CSP) y de otros doce que formarían el Comité de Seguridad General (CSG); el CSP era un comité político dotado de amplios poderes que incluían poderes militares, mientras que al CSG se le encargó vigilar los asuntos policiales y de seguridad. Ambos comités colaboraron estrechamente. En el Comité de Salvación Pública, Robespierre de manera veloz, gracias a su personalidad y demoledora oratoria, se hace con el poder. Gran logro para un modesto abogado de provincias, que fue capaz de convencer a todo el mundo de la imperiosa necesidad de eliminar de manera rápida, suspendiendo todo tipo de garantías jurídicas, a todos aquellos que podían representar una amenaza como contrarrevolucionarios o enemigos políticos. Tal fue el miedo e histerismo implantado por el terrorífico régimen que llegaron a perder la perspectiva y empezaron a masacrar a desfavorecidos del régimen, incluyendo a miembros de las clases obreras. Robespierre pretendió alejarse del poder, pero continuó acusando, esta vez, a sus propios correligionarios, con discursos incendiarios en los que pedía que los partidarios, supuestamente corruptos de su propia facción jacobina, fuesen purgados y se les aplicase el régimen de Terror imperante. Estas soflamas incendiarias provocaron que sus correligionarios temiesen, vistas las consecuencias que habían tenido para sus enemigos, por sus vidas, y desencadenaron una purga de Robespierre y sus partidarios.
La temible jornada que se desencadenó el 9 de termidor fue una sucesión de conjuras, contraconjuras, traiciones, miedos y represión que acabó con la vida del político que inspiró el régimen del Terror y murió víctima del mismo Terror que sin piedad había impulsado. Robespierre fue ajusticiado solo con una acusación: la de ser un tirano que no había tenido piedad. Para él, cómo para muchos otros antes, no fue necesario juicio; sus captores le condenaron de manera inapelable a morir por la misma herramienta que había utilizado para eliminar a los que supuestamente estaban en contra de la Revolución. Robespierre subió al cadalso, herido de bala, y se vio obligado a sentir lo mismo que los miles de hombres y mujeres que habían sido maltratados y ajusticiados bajo sus órdenes como miembro del CSP. No importó que Robespierre fuese un defensor a ultranza de la causa del pueblo, que al perderlo se vio desvalido. El golpe de estado contra el arquitecto del Terror fue también un golpe contra el pueblo y la Comuna (ayuntamiento de París), la cual al conocer la detención de Robespierre se había declarado insurrecta.
Los diputados de la Convención, que habían callado durante meses ante los hechos ocurridos, fueron los primeros interesados en desmontar la teoría de que había conspiradores dentro de su seno. Les interesó cambiar la idea y el concepto imperante de que “Robespierre era incorruptible” por la de un “tirano” de la misma magnitud que el rey ajusticiado.
La guillotina convirtió a Robespierre en un mártir que murió en defensa de la democracia, olvidando el tremendo legado que dejó al mundo con la implantación del régimen del Terror.
El ensayo de Colin Jones desnuda y explica de manera exhaustiva como fueron esas 24 horas en las que “se destruyó buena parte de la promesa democrática y de las medidas socioeconómicas que habían caracterizado el periodo de gobierno revolucionario anterior al 9 de termidor”.
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Autor: Colin Jones. Título: La caída de Robespierre. Traductor: David León Gómez. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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