En El tiempo detenido (Cuadernos del Laberinto, 2021) nos adentramos en el museo personal del escritor e historiador Pedro Amorós, en el que se nos invita a detener la mirada sobre unas vitrinas en las que aflora su pensamiento desplegado en ensayos de diversa índole, reseñas de obras literarias y filosóficas, y reflexiones personales sobre el devenir de la historia, todos desgranados a lo largo de casi cien páginas, en un estilo de sencillez y claridad absolutas. El volumen recoge veinticuatro artículos e historias publicadas por Amorós, miembro del «Grupo 30», en el diario La Opinión de Murcia entre 2018 y 2019, textos que constituyen un recorrido heterogéneo por diversas obras literarias y por el terreno más íntimo de las reflexiones personales del autor. Amorós nos anima a que hagamos una pausa en nuestro frenético caminar y entablemos una conversación sobre la historia de la literatura y las ideas, la política internacional y la guerra, el vaciamiento de valores y la inconsistencia de nuestra sociedad, oculta bajo su barnizado de aparente normalidad.
A Amorós le preocupa que olvidemos la inextricable conexión entre lectura y libertad de pensamiento, entre historia y contemporaneidad, entre felicidad y sencillez. El tiempo detenido se erige así en colección de añoranzas pertenecientes a diversos momentos y espacios: la desesperanza de la España de los años 60, plasmada en la obra de Rafael Chirbes, o la desilusión experimentada por Keynes y el grupo de Bloomsbury frente a sus propias convicciones al estallar la Primera Guerra Mundial, la desazón de Gimferrer ante el agotamiento del «cine de la palabra», la impotencia ante la utopía de la caverna de Julio Verne imaginada en Viaje al centro de la Tierra (1864), el hastío de Mariano José de Larra por el Madrid donde se sepulta su esperanza de una España letrada. Si Amorós nos habla de todas estas preocupaciones es porque se identifica con ellas: con la melancolía de Larra por ciertos aspectos de la sociedad del siglo XVIII, con el lamento de Natalia Ginzburg ante la pérdida de los grandes valores como el amor a la verdad y al conocimiento, con la queja de Zweig ante la quimera de la fraternidad y la reconciliación. Amorós se suma a la búsqueda de la verdadera «senda de la verdad» —iluminada por la sabiduría, que defendía Francis Bacon en La nueva Atlántida (1627) — y del misterio, de lo puramente metafísico, que denuncia como ausente en la sociedad del siglo XXI. El misterio permea El tiempo detenido y se halla en lugares insospechados, como en la obra de Tiepolo, en las discusiones de dos académicos sobre el origen de la mitología griega, en la mirada que Proust posa en la naturaleza o en la espiritualidad de la obra de Gaudí.
A pesar de esta heterogeneidad, existe un orden que subyace al volumen, como sucede en un gabinete privado: un hilo conductor se atisba en textos aparentemente dispares y se concentra, sencilla pero contundentemente, en tres ensayos en particular. «Paisaje urbano» recoge el ansia de detener no ya el tiempo, como el título del volumen parece indicar, sino nuestra propia mirada, para dirigirla hacia aquello que permanece, a la esencia de lo nuestro. Frente a lo artificial e imparable del progreso en su ciudad natal de Murcia, la presencia del río, de la torre de la catedral y de la Plaza de la Cruz como emblemas de lo entrañable, de lo acogedor, del hogar que constituye el pasado, territorio de los melancólicos, pero también de los que aún velan por la libertad de pensamiento, el patrimonio inmaterial de los pueblos y la felicidad sencilla. El autor desea alejar nuestros ojos de lo que nos deshumaniza y nos produce una sensación de extrañamiento y encauzar nuestra mirada al recuerdo de aquello que nos hace libres. En cierto modo, Amorós defiende su propia libertad de elegir lo permanente frente a lo imparable del devenir del tiempo.
En «La sociedad secular», Amorós habla a propósito de La actualidad innombrable, de Roberto Calasso, y reflexiona sobre el concepto de inconsistencia referido a la sociedad moderna, sus logros y, sobre todo, sus fallas, entre las que destaca la pérdida de prestigio del saber, la desvinculación e inestabilidad, el «dataísmo» y la información, que «sofoca el pensamiento». Bajo todo ello, sin embargo, sigue palpitando una necesidad de lo desconocido frente al culto a lo lógico, un ansia de lo metafísico que se conecta con la preocupación de Amorós por el tiempo. En «El tiempo detenido», artículo que da título al volumen, Amorós rinde homenaje a Rafael Sánchez Ferlosio y se pregunta acerca de los motivos que pudieron haber llevado al autor a abandonar la narrativa de ficción durante varias décadas tras la publicación de El Jarama (1955); sospecha Amorós que algo no le cuadraba a Ferlosio, algo misterioso que no fue capaz de identificar. De nuevo aquí, como en otros momentos del libro, Amorós se identifica con aquel a quien lee, pues siente que algo no le convence del mundo en el que vivimos, quizás reflejando ese ansia de lo estable y lo eterno. Si coincidía con las premisas de Calasso, también ahora lo hace con las conclusiones que se derivan del análisis del tratamiento del tiempo en El Jarama. Argumenta Amorós que, bajo la alternancia de dos escenarios en la novela, el río y la fonda, semejante a un montaje cinematográfico, subyace una constante a la novela, el monótono pasar del tiempo metaforizado en el discurrir del Jarama, que fluye como nuestras vidas frente a la impasible eternidad de la naturaleza.
Para Amorós también «un libro es como un río, que tiene su curso hasta que llega al final. Y se acabó». La rotundidad de esta sentencia pone de manifiesto la claridad de su visión en su propia labor como escritor: concibe estructura y personajes intelectualmente, encuentra el tono de la historia y realiza únicamente pequeñas modificaciones lingüísticas, sin alterar la estructura general del texto, hasta que completa la historia. Este fluir de su escritura le lleva a explicar cómo sería incapaz, por ejemplo, de eliminar páginas del manuscrito de uno de sus libros, una vez acabado, una práctica que es muy usual entre autores —y una idea ante la que le «entra urticaria»—, o cómo sería también incapaz de acomodar el número total de las páginas de una novela a los convencionalismos actuales. Amorós detecta en todo esto el signo de los tiempos, el sino de autores literarios y directores de cine —Amorós estudió cinematografía además de historia—, autores que, a menudo, se ven obligados a alargar sus obras para adecuarlas a lo que espera el lector o el espectador convencional. No es así para Amorós, cuya escritura fluye «hasta que la historia acaba y el río llega a su desembocadura».
Visitado ya su museo del tiempo detenido, es hora de recorrer la trayectoria de Pedro Amorós hasta hoy. El historiador y escritor ha cultivado diversos géneros como novela, relato, teatro, ensayo, crítica literaria e historia, y ha recibido dos premios por su obra, el Rara Avis de Ensayo y Memorabilia, y el Oscar Wilde de Novela Breve. Amorós ha trabajado también como guionista, editor, prologuista y colaborador en varios periódicos, revistas y blogs literarios y, como doctor en Historia antigua ha ejercido asimismo labor de docencia e investigación.
En particular, su formación como historiador ha influido decisivamente en su preocupación por la cronología y el tiempo en su obra, y ha sido la causa de que el telón de fondo de sus novelas sea la historia del siglo XX y principios del XXI. No obstante, el autor afirma no tener ningún afán costumbrista, ni pretender escribir novela histórica, género que hoy por hoy no le interesa cultivar. Que Amorós es historiador se hace evidente en su producción como dramaturgo, que revela, por cierto, también un cierto afán de libertad respecto a las limitaciones. Las dos obras de teatro que ha publicado hasta la fecha se ambientan en el pasado histórico de Italia: Beatriz Cenci, una historia romana (Ediciones Irreverentes, 2009) está ambientada en la Roma de finales del Renacimiento, mientras que El exilio de Dante (Ediciones Irreverentes, 2016) nos presenta la Florencia de principios del siglo XIV. La historia es, en ambas, el telón de fondo sobre el que se dirimen conflictos morales y políticos, pero Amorós no intenta hacer descripciones de época, pues considera que una obra pierde universalidad cuando el escritor se centra en la descripción del momento histórico. Así, concibió Beatriz Cenci en principio como tragedia a la manera griega y, aunque finalmente decidió eliminar los coros de la escena, siempre fue consciente de querer evitar el teatro costumbrista al uso y el tipo de diálogos frecuentes en la escena teatral española. Este alejamiento consciente respecto a ciertas convenciones del género justifica su afirmación de que ambas obras de teatro podrían perfectamente haberse convertido en nouvelles, es decir, en novelas breves.
En su obra narrativa de ficción se detecta una preocupación central: la creación de lo que él denomina «un espacio de ensoñación». Mientras que su tercera novela, La extraña victoria (Ediciones Irreverentes, 2013), se aproxima a lo realista-costumbrista en su visión de la vida cotidiana de la posguerra a través del testimonio y avatares del protagonista, sus dos novelas anteriores, Bajo el arco en ruina (2007) y El recodo del río (2009) anunciaban ya su interés por la disociación entre la realidad y la ficción que viven los personajes, que los lleva a actuar bajo la influencia del azar en situaciones en las que la frontera entre realidad e irrealidad se desdibuja. No obstante, afirma el autor que donde la ensoñación se hace clave es en sus relatos, quizás porque le permiten mayor libertad creativa. Así, en Un aire de extrañeza (Cuadernos del Laberinto, 2020), colección de cuentos publicados entre 2009 y 2018, Amorós rechaza la organización cronológica de los textos con la intención de que el libro pueda leerse casi como una novela; en palabras de Ángel Luis Prieto de Paula, catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante y prologuista del volumen, el libro tiene «un sentido ascensional». Sus personajes caminan por una realidad evanescente, pareciendo no estar del todo vinculados a ella, sin hallar anclaje en la vida cotidiana: un hombre que sueña con la luna de forma reiterada por las noches, un profesor que resucita después de muerto y cuenta singulares historias, una mujer de fascinante belleza que visita todas las noches la tumba de su amado, un escritor que viaja por diferentes ciudades europeas en busca de historias y que parece estar siempre al borde del suicidio.
Es bien cierto, además, que la obra de Amorós, a excepción de sus libros de historia y de sus obras de teatro, está salpicada de elementos autobiográficos. Uno de sus nuevos proyectos es fruto también de su intención de romper barreras entre géneros: una autobiografía en forma de diario titulada Un fragmento de cielo azul, en la que el autor reconstruye su pasado y que habita un terreno limítrofe con la ficción, partiendo de la incapacidad de la memoria para situar con precisión los hechos y las historias acontecidas en el pasado. Si la memoria y el pasado juegan un papel decisivo en su obra, otra constante en su producción narrativa es la búsqueda de la continuidad, una vinculación entre todo lo que escribe, que conceptualiza como «obra en marcha». Ya en su primer ensayo, Jano ante el espejo, buscó una unidad organizativa que le permitiese seguir escribiendo ensayos bajo el mismo patrón. Ese fue el origen de El rojo y el gris, colección que trata de fusionar pequeñas historias con ensayos literarios y notas autobiográficas para «diluir los géneros literarios». Su primer volumen, Jano ante el espejo (Ediciones Irreverentes, 2011), toma la dualidad como elemento aglutinador, mientras que el segundo, La plegaria de Eos (Ediciones Irreverentes, 2018), se centra en los vínculos literarios entre autores. El tercer volumen, El tiempo detenido (Cuadernos del Laberinto, 2021), que acaba de editarse y que ha servido de punto de partida para este artículo, versa, como ya se ha comentado, sobre el tiempo y la mirada que se despliega sobre las cosas.
En cierto modo, la obra narrativa de Amorós puede concebirse como un gran rompecabezas que el autor va desplegando ante nuestros ojos y cuyas piezas ausentes va completando. Como historiador, además, rechaza la tendencia, muy actual, a clasificar los campos del conocimiento a modo de compartimentos estancos no relacionados entre sí. Propone el autor como ejemplo a Platón, filósofo en torno al cual gira su libro de historia La tradición en Platón (Ediciones Irreverentes, 2015), y a quien se suele identificar automáticamente con la palabra filosofía. Para Amorós, es importante recordar que Platón es mucho más que un gran filósofo, es posiblemente «uno de los mejores escritores de la historia». Además, ha creado una obra que Amorós considera una gran mitología en sí misma y que permite gran multiplicidad de perspectivas.
La visión del mundo que tiene Amorós no solamente está poblada de imágenes procedentes de sus estudios históricos. Pese a no haber tenido vinculación profesional con el cine, éste tiene una importancia central en su obra: ciertas imágenes o retazos de historias que proceden del cinematógrafo llenan su imaginario personal y se han convertido, con el paso de los años, en el germen de algunas de sus propias historias. Tal es el caso de Fueros humanos, de Frank Borzage (Man’s Castle, 1933), película en la que el protagonista practica un hueco en el techo de su cabaña a través del cual poder observar las estrellas, por una compulsiva necesidad de dormir siempre observando el cielo. Esta imagen impresionó a Amorós, quien la tradujo a una idea formalizada en su relato «El hombre de la luna». Y, sin embargo, el autor lleva aproximadamente quince años alejado del guion cinematográfico, pese a haber escrito cuatro guiones de largometraje desde los años noventa en colaboración con su hermano Manuel, guiones que no han tenido el beneplácito de las productoras. Por el momento, Amorós no se plantea retomar la escritura de guiones de cine, pero sí sigue completando su gabinete literario con nuevos proyectos. En teatro, prepara una obra de corte histórico sobre el juicio contra Giordano Bruno, y ha terminado ya una novela que tiene sus raíces en sus obsesiones cinematográficas, en particular con el personaje del doctor Mabuse, una especie de jefe de una organización criminal, que aparece en algunas de las películas de Fritz Lang. Mabuse es en realidad un personaje literario creado por un escritor luxemburgués, Norbert Jacques, vidente y especialista de la transformación, «un jugador en el sentido más amplio de la palabra, casi un mago moderno», como afirma el propio Amorós. Bajo esta fascinación ejercida por Lang, y a modo de guiño y homenaje a Marcel Schwob, el escritor ha creado un personaje que se identifica con Mabuse hasta el punto de creer que es realmente él, de nuevo evidenciando su interés por la disolución de la frontera entre realidad y ficción. Esta reinvención del personaje de Mabuse por parte de Amorós toma la forma de una nueva «biografía» titulada Vida imaginaria del doctor Mabuse. Hasta su publicación continuaremos a la espera de que Amorós nos vuelva a invitar a visitar su gabinete de curiosidades.
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Autor: Pedro Amorós. Título: El tiempo detenido. Editorial: Cuadernos del Laberinto. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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