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El tiempo recobrado de Azúa

El tiempo recobrado de Azúa

Desde la primera página de su nuevo libro, Tercer acto, insiste Félix de Azúa en que la narración, como autobiografía, es completamente falsa, que poco tiene que ver con un relato de su vida y mucho con “dar cuenta del mundo tal y como lo he conocido”. “Si alguien cree reconocer en esta narración algo o alguien real, legal o científico, está completamente equivocado”. Ahora bien, asegura, “el mundo que yo he conocido está lealmente expuesto, sin adornos y sin la menor curiosidad por mi ombligo”. Tanta insistencia en dejar claro que estamos ante una novela (proustiana), y no ante unas memorias (literarias), se reafirma con los pintorescos nombres inventados para los protagonistas, pero a la vez contrasta con el hecho de que ese guiño se acompañe con tal cantidad de datos concretos (fechas, lugares, profesiones…) que desde el principio son evidentes los verdaderos referentes personales sobre los que se construye la ficción.

Este rotundo planteamiento permite (e impone) tomar al pie de la letra la declaración inicial sobre el carácter ficticio de la novela, planteamiento que está muy claro para cualquier novelista o profesor de literatura, pero es poco probable que lo entienda en su auténtico sentido la mayor parte de los lectores. En la construcción de una nueva realidad que realiza todo novelista, él es siempre consciente de que lo nuevo y construido es lo determinante, y eso cambia todo lo anterior al convertirlo en profundamente ficticio, pero los lectores no especializados (y en alguna medida incluso los especialistas) suelen sentir un enorme interés por los restos de la realidad originaria conservados en los cimientos del edificio.

"Azúa ha escrito, desde luego, una novela, una pura novela construida con técnicas claramente literarias"

Azúa ha escrito, desde luego, una novela, una pura novela construida con técnicas claramente literarias: ha partido de la realidad que él vivió, es consciente del abismo que la separa de la que en su momento percibió aquel que entonces era él, del segundo abismo que hay entre aquella percepción y el recuerdo que ahora conserva de sus vivencias y del tercero que ha abierto al ponerse a escribir y someter los sucesivos estratos de realidades distintas al complejo proceso de rememoración, reflexión, imaginación y narración que supone la escritura. El resultado, evidentemente, es una novela. Una novela que partió de hechos y personas reales, como todas (hasta Alicia en el país de las maravillas es en el fondo autobiográfica) pero que creció hasta convertirse en una narración que en cuanto autobiografía es completamente falsa, aunque refleja el mundo vivido por Azúa tal como él lo percibió para después reconstruirlo… transformado en ficción reflexiva sobre los múltiples niveles de la realidad. Quizá por eso un filósofo tan conceptualmente abstracto como Víctor Gómez Pin, tras varias décadas moviéndose entre Platón, Aristóteles y Hegel, llegó un momento en que para dar un paso más tuvo que apoyar su reflexión precisamente en la gran novela de Proust.

El breve capítulo que sigue a la citada pagina inicial, fechado en 2017, es puramente teórico y sirve solo de arranque, pues todo lo que se narra después ocurrió antes de 2007. El siguiente fragmento, que retrocede hasta 1971, mucho más narrativo, se centra ya en la relación del narrador con el personaje llamado “Josean” cuando ambos eran veinteañeros. Y así, con saltos temporales que oscilan entre los años setenta y el período de enfermedad y muerte de Josean (en 2007), se va desarrollando la historia, que es a la vez una reflexión personal sobre la visión del mundo en la que se movió un grupo muy concreto de intelectuales españoles nacidos en los años 40.

"Lo más notable de todo este mecanismo es que su carácter ficticio, novelesco, le permite al autor dotar a su narrador de una sinceridad crítica"

Pero aunque el libro se titule Tercer acto —y en cierto sentido lo es, por la perspectiva que adopta, como deja bien claro su arranque— es a la vez tan solo el primero de los tres que podría tener el relato que aquí se abre. La rememoración que desencadena la muerte de Josean se centra sobre todo en los años setenta y concluye cuando todo el grupo —junto a otros amigos que en el relato aún no aparecen— pone en marcha la Facultad de Filosofía en Zorroaga (San Sebastián). La sustanciosa historia de lo que ocurrió entre ellos en los diez años que duró aquella rocambolesca aventura y en los treinta que han pasado desde entonces queda intacta.

Lo más notable de todo este mecanismo es que su carácter ficticio, novelesco, le permite al autor dotar a su narrador de una sinceridad crítica con respecto a sí mismo y al resto de los personajes literarios que nunca hubiera tenido si el pacto con el lector hubiese sido autobiográfico. Y de ese modo puede profundizar en un análisis implacable de las ideas, las conductas y los afectos de todo el grupo de amigos que, si se hubiera planteado como recuerdo real y no como ficción literaria, habría generado heridas y conflictos muy peligrosos para la armonía de su amistad.

Este intento de utilizar la narración novelesca como un camino colateral para llegar a un ejercicio de sinceridad que sería intolerable si se plantease de forma directa acaba dando como fruto (espléndido fruto, en este caso) una interpretación personal del autor (a través de su narrador) que solo en parte puede coincidir con las que podrían dar, si se decidieran a hacerlo, constituyéndose a su vez en narradores, los demás personajes de este relato, fascinante introspección personal capaz de iluminar el sentido de una realidad vivida como solo puede hacerlo la auténtica literatura.

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Autor: Félix de Azúa. Título: Tercer acto. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon

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