Me dejó en herencia algunas noches memorables, la última en ese magnífico híbrido centro cultural-cantina La Pulquería de Insurgentes, que regentaba como un padrino generoso y alegre, donde en octubre del año pasado presentó el recital poético de mi poemario Los Amores Idiotas, musicalizado por el gran Benjamín Anaya. Ya no bebía, apenas fumaba y, a trasmano, esnifaba los polvos blasfemos que estoy seguro precipitaron sus últimas dolencias, hasta que su cuerpo no aguantó más y se cansó del ir y venir frenético en pos de noticias, libros, poesía, arte, alcohol, sustancias de ensoñación, amigos y mujeres, subiendo y bajando como un tractor sin freno. Su recorrido vital fue el de un hombre que se amarró al timón de un barco de excesos y, sin dudas ni complejos, cada vez que escuchaba la voz de Circe o el canto de una sirena, se desataba para entregarse al placer y la fiesta con la alegría de un ciego que no ve el precipicio, entonando canciones de protesta o recitando poemas de amor hasta vencer la noche. Muy joven quiso que nadie dirigiera su vocación de periodista y por eso fundó una revista, Generación, en la que durante poco más de 30 años remó a contracorriente de las modas culturales, eso que pomposamente se ha dado en llamar “contracultura”, y ahí sembró inconformismo, reflexión y libertad, dando voz a un montón de creadores, consumados e imberbes, a los que nadie más quería escuchar por miedo, mojigatería, desaprobación o corrección política. Gran bebedor en su primera juventud, después fumador de mariguana empedernido, desde los años 90 se enroló en las filas del batallón de mexicanos que han luchado por la despenalización de las drogas, siendo uno de sus más conspicuos adalides. Y cuando con el nuevo siglo la tolvanera blanca se extendió sobre el paisaje mexicano azotándolo como un remolino tóxico, cayó presa de su fantasía y la intensidad de su entrega lo despojó de casi todo, abandonándose al delirio para finalmente perder una batalla que se sabía derrota de antemano. De todo ello dan cuenta los innumerables textos periodísticos que escribió y los tres libros que publicó: Barbarie (Editorial Moho, 2011), De las mujeres y el no tiempo (Sindicato de Editores Independientes, 2013) y Polvos blasfemos (Amargord, Madrid, 2014), así como las antologías que coordinó: Cultura Contracultura (Plaza y Janés, 2000), La cresta de la ola: Reinvenciones y digresiones de la Contracultura en México (Generación 2009), Charles Bukowski Revisited, de Juchitán a Los Ángeles (Generación, 2010), Cultura de las drogas en México: La utopía posible y Periodismo por la despenalización de las drogas (Cáñamo, CUPIHD). Mi colega y tocayo, el escritor, editor, periodista y promotor cultural Carlos Martínez Rentería (uno de los personajes de mi novela Hijos perdidos), falleció la semana pasada a los 59 años de edad, debido, dijo el parte médico, a una serie de complicaciones derivadas de la diabetes que padecía. Era el último bohemio de una estirpe que, con él, se ha extinguido para siempre en México.
GUILLERMO ARRIAGA, EL NARRADOR
La Unidad Modelo de la Ciudad de México ha sido el motor de su narrativa, el mundo que le ha dado un motivo central de imaginación, realidad y sueños al narrador Guillermo Arriaga (1958), quien acaba de reeditar los cuentos de su libro seminal, Retorno 201 (Alfaguara), una obra que aglutina historias de amistad, lealtad, amor, hipocresía, solidaridad, misterio y violencia ocurridas en un barrio que, según él mismo ha confesado, le dieron lo que necesitaba para ser escritor: vivencias, buenos amigos y un conocimiento de la calle, con todo lo cual fue construyendo una voz propia hasta convertirse en el gran narrador que es hoy. Escritos entre 1981 y 1986, excepto El rostro borrado (1995) y Tarde (2021), cuento inédito que se incorpora ahora al volumen, estos relatos evidencian la pasión y el frenesí con que Arriaga arribó a la literatura, y son la piedra de toque que le ayudó a entender, dice, que cada historia tiene dentro de sí una estructura distinta y un lenguaje diferente, y que la creación de la perspectiva de un personaje debe venir no sólo del punto de vista del que se está narrando, sino del lenguaje que se está utilizando y de cómo se organiza la narración. Este libro ayudará a comprender el universo del autor de novelas como Escuadrón Guillotina, Un dulce olor a muerte, El búfalo de la noche, El salvaje y Salvar el fuego, y de guiones como Amores perros, 21 gramos, Babel o Los tres entierros de Melquiades Estrada, quien ha anunciado que trabaja en una nueva novela y filmará la cinta A cielo abierto, que dirigirán sus hijos Santiago y Mariana en Coahuila.
RETRATO DE LAS ARTISTAS ADOLESCENTES
Oda a la adolescencia, Tu lengua en mi boca, segunda novela de la escritora Luisa Reyes Retana (1979), cuenta la historia de una mujer que tiene como encomienda llevar las cenizas de su tía a la “zona del silencio”, en cuyo camino se encuentra con unas adolescentes que se han apropiado de la literatura, en especial de la poesía, como una herramienta para enfrentar su incierto destino. A partir de esta anécdota, la autora refleja ese momento de transformación radical de la vida y en lo colectivo, cuya función catalizadora para la sociedad puede ser muy importante, ya que muchas veces el establishment social y, en general, el mundo adulto, no tiene a la vista lo poderoso y transparente que puede resultar el pensamiento adolescente porque simplemente lo descarta sin considerarlo por su debilidad formal y, de algún modo, es condenado. Pero Tu lengua en mi boca (Literatura Random House) es también una exploración de personajes femeninos, una de las preocupaciones centrales de Reyes Retana, quien está convencida de que el 85 por ciento de las miradas literarias son masculinas, razón por la cual sigue siendo muy difícil ubicar personajes femeninos sofisticados y diversos. Para la autora de la novela Arde Josefina (2017), lo fundamental de su nueva novela es la representación del triunfo de la imaginación sobre la realidad, “porque bien mirada”, dice, “la realidad tiene muchos más matices de los que percibimos y es más colorida o a veces es parda por falta de capacidad de mirar”. En palabras de Juan Pablo Villalobos, es esta “una novela en la que la amistad y la poesía son las formas más radicales de resistencia y de transformación”.
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