Niña errante, de Rubén Mendoza.
una avispa vibra y vibra volviendo tembloroso el silencio
El aire se aplasta con la violencia de un golpe de calor, de un verano que sucede a toda velocidad, como si tuviese prisa por alcanzar su final. La escritura de Sara Gallardo densifica la atmósfera: las moscas atraviesan la estancia volviéndola pegajosa, sucia; el silencio se ve invadido por un sabor metálico, por una sensación de profunda angustia que invita a desear arrancarse la propia piel. La voz de Nefer, protagonista de Enero, parpadea como una luz castigada por el tiempo; aun en el centro de su adolescencia, una cosa quebrada corta su vida por la mitad, desangrándola de platonismos igual que sus familiares vacían a los animales. Se agarra, sin embargo, escondida en el curioso impulso de su imaginación: todavía falta mucho para enero, todavía queda tiempo para imaginar las cosas que podríamos haber sido si las personas no fuesen tan crueles.
primera parte: una urgencia
Nefer se queda embarazada, fruto de una violación. Habitante de un pueblo en el que todas las caras se conocen entre sí, guarda su silencio como quien acoge un luto en su interior. Su cuerpo, en cualquier caso, empieza a pegar gritos de transformación. Vive en medio de un verano aparentemente ordinario, ubicada en un espacio de charlas ajenas; este debería ser un verano de iniciación, sí, pero no en aquello que se le presenta delante. Apenas entrada en la adolescencia, siente cómo los fragmentos de su vida se amontonan. Calla, eso sí: hablar siempre podría ser peor.
Sara Gallardo escribió Enero en 1958. Fue su primera novela, contando ella con apenas 27 años de edad. El trasunto central de su narración, sin embargo, no podría ajustarse más a los términos contemporáneos del diálogo político-social: lo distanciada que Nefer se encuentra de la posibilidad de abortar; lo lejos que se encuentra una adolescente de la posibilidad de ser libre y asumir las riendas de su vida, todo ello entronca con dolorosa facilidad con nuestro presente. En Argentina, país de nacimiento de la escritora, todavía fue rechazado el pasado año por el Senado el último proyecto de ley para regular la interrupción voluntaria del embarazo. Desde su aparente ruralismo, Gallardo disparaba en dirección global, más de medio siglo antes de que el debate se pusiese realmente encima de la mesa.
No es Nefer, en cualquier caso, la dueña de la narración de Enero; pero la voz que nos cuenta la historia permanece incrustada en la cabeza de la protagonista. Sabemos desde el principio aquello que el entorno de la joven desconoce, guardamos con ella el secreto, sentimos pronto la vergüenza, el disparate, el desajuste sociocultural. Rara vez inicio el análisis de un libro agarrando su importancia discursiva, pero el caso de Enero es tan flagrante, lo que ocurre en sus páginas es tan importante que siento casi una obligación aplastándome el cuello: la primera novela de Sara Gallardo atraviesa muchos paneles, pero su núcleo golpea desde el realismo, desde lo político, desde lo militante.
segunda parte: un mundo distinto
Subrayada su importancia discursiva, me detengo ahora en las palabras de Enero. Dueña de una carrera breve pero poderosa, Sara Gallardo publicó a lo largo de su vida grandes novelas, véanse Los galgos, los galgos o La rosa en el viento. Pese a lo tapizada que ha estado su figura, especialmente fuera de Argentina, a lo largo de las últimas décadas —en favor quizá de otros escritores latinoamericanos, la mayor parte de ellos hombres, que fueron contemporáneos a ella y a los que no tiene nada que envidiar—; Sara Gallardo cuidó su prosa en busca de un universo particular, propio, desde su primera novela.
Enero respira con dificultad, asimilando en su forma el hermetismo emocional de su protagonista. La prosa de Gallardo se extiende sobre el papel alargándose a sí misma, armada en fraseos densos, alambicados, como un chorro de petróleo irrespirable. En medio de toda esa masa en la que las palabras juegan a confundirse las unas con las otras, sumidas en una musicalidad narcótica, la escritora argentina es capaz de soltar flechazos de luminosidad, imágenes de brillantísimo poder que iluminan el texto con una ilusión primeriza, como si los pensamientos de Nefer se aclarasen por un instante; como si Nefer pudiese, por un momento, regresar a su estado natural, a la juventud de la que ha sido vilmente desposeída.
El trabajo con los espacios de Sara Gallardo está íntimamente ligado a la disposición del ritmo de su libro: en Enero todo transcurre de forma pausada, como si el pueblo de Nefer estuviese invadido por una calma eterna que sabemos falsa, que sabemos corrupta. Poco a poco, en la descripción de los caballos, en el retrato de las manos que acarician, de los ritos que oprimen, Sara Gallardo va construyendo un universo de apariencia mágica, por momentos cerca del Pedro Páramo de Rulfo; otros cerquísima de la tierra, de lo sangriento, con una vocación casi lorquiana, casi de Bodas de sangre. Esa es la versatilidad de su escritura, capaz de ajustarse a una estética melodramática y, en medio de un sesteo que finge irrelevancia, golpear con su mencionado núcleo de sucio realismo.
tercera parte: al final, la representación
Ferocidad discursiva y conciencia estilística: Enero es una novela defendible desde todos los flancos, y yo no dejo de fascinarme por un detalle de su genética, por el que creo que es el motivo que la convierte no sólo en una estupenda novelette de iniciación y una potente novela política, sino también en un brillante artefacto que no deja nunca de pensar en sus posibilidades como mecanismo de representación. En las posibilidades de la literatura como mecanismo de escape.
Enero es un relato opresivo, encerrado en la cabeza de una niña que ha sido víctima de una violación y a la que se le siega por completo la posibilidad de ser joven. Pero es precisamente por eso, por vivir en la cabeza de una niña, por lo que Enero se convierte también en una puerta abierta a una nueva realidad, a aquella con la que Nefer se permite fantasear a lo largo de su último verano, del último verano antes de la llegada del mes de enero que podría cambiarlo todo, del mes de enero en el que, en teoría, se convertirá en madre. Mientras nadie es consciente de su estado, la joven quiebra su realidad fáctica e imagina, imagina un mundo de primeros amores, de frágiles miradas en la distancia, de ilusión y vientos ágiles.
La primera novela de Sara Gallardo es violenta con las cosas con las que debe serlo, pero no pierde nunca ese rastro de inocencia infantil que, en última instancia, celebra. Su decisión, como narradora, de articular su relato en torno a un amor posible —con todas esas cosas oscuras latiendo de fondo—, pone de manifiesto la luminosidad de su concepción de la literatura como conducto de aire limpio. Sobre Enero cae la belleza con tanta violencia que, por un momento, resulta posible imaginar que la violación de Nefer no haya existido nunca; que acaso el mundo puede ser un lugar hermoso.
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Autora: Sara Gallardo. Título: Enero. Editorial: Malas Tierras. Venta: Amazon y Casa del Libro.
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