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El último viaje inaudito del Capitán Mihalis

El último viaje inaudito del Capitán Mihalis

El apuesto Sir Patrick Leigh Fermor pertenecía a ese privilegiado club de hombres de acción entre los que se encontraban Melville, Conrad, Hemingway, Malraux y Orwell, que no fueron a la universidad y aprendieron sus lecciones (viajes, guerra, literatura) directamente de la vida en su versión más violenta. Desde su muerte en 2011, tal vez se haya hablado de Leigh Fermor destacando su faceta fascinante de aventurero solitario; aquel muchacho joven, salvaje y apuesto que, cansado de la vida de Londres, se retó a sí mismo, emulando a Byron, a recorrer el Viejo Continente, entre los bosques y el agua, hasta alcanzar un final más conceptual que geográfico: Constantinopla. Así, del año 33 al 34, coincidiendo con el final inquieto de su adolescencia y el comienzo terrible de los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, el muchacho pasó un año caminando por el sudeste de Europa, pasando por nueve países, desde Holanda hasta Turquía. En su paseo de 1.700 millas, duro, solitario y pobre, hedonista en ocasiones, cuando el azar o las cartas de recomendación de los amigos lo convertían en huésped y amante eventual, se movía sin esfuerzo a los dos lados de la colina: junto al fuego nocturno y hambriento de los campesinos, y en las bibliotecas y los castillos de los viejos aristócratas. Aunque su caminata entusiasta tal vez nunca igualó a los agonizantes viajes de Henry Morton Stanley o los de Wilfred Thesiger, fue una hazaña considerable de exploración social y cultural. Y ahí habría quedado de no ser porque la guerra, precisamente, le brindó una oportunidad que Paddy, transformado por los griegos en “Capitán Mihalis”, convirtió en leyenda: su inaudito viaje a Creta para secuestrar a un general nazi.

"Los dos enemigos se miraron en mitad de la noche y por unos instantes la barbarie quedó sepultada bajo la luz de la memoria"

En abril de 1942, Leigh Fermor aterrizó en Creta en paracaídas y emprendió, con ingenio y coraje, su segunda y más famosa aventura byroniana. Hablaba latín (luego veremos la importancia de este detalle), alemán y griego moderno, por lo que, siguiendo órdenes, se unió a un puñado de comandos de operaciones especiales británicos enviados a las montañas de la isla, ocupada por los nazis, para organizar la resistencia y desatar un levantamiento guerrillero. Sus hombres atacaron aeródromos y volaron una base de combustible. También tuvo que observar impotente cómo los nazis se vengaban de aquellas acciones destruyendo pueblos enteros y masacrando a miles de civiles. Esos fantasmas que venían a visitarle de madrugada fueron el alto precio a pagar. ¿Pero qué héroe no lo tiene? Aquella Creta en llamas supuso su gloria y su maldición, que tuvo su continuación en un desgraciado accidente: Mihalis disparó un rifle que pensó que estaba descargado y mató a un camarada griego, lo que desató una disputa sangrienta que no se resolvió durante muchas décadas. Pero esa es otra historia.

 

Arrastrando aquellas sombras, volvamos a los hechos que hoy nos ocupan, que son los que iluminan al héroe. El mayor logro de Leigh Fermor en aquellos tiempos de guerra fue la audaz captura de un general alemán, Heinrich Kreipe, un 26 de abril de hace ahora exactamente ochenta años. Vestidos con uniformes alemanes, Leigh Fermor y sus hombres establecieron un control de carretera. Cuando el automóvil oficial redujo la velocidad en una curva cerrada, salieron de la oscuridad y sujetaron al general, quien gritó, maldijo y golpeó hasta que lo esposaron y lo empujaron contra el suelo del vehículo. Luego pasaron clandestinamente a su prisionero a través de la ciudad principal, Heraklion, hacia el oeste a lo largo de la costa y hacia las montañas. El general resultó ser un cautivo culto, muy versado en los clásicos y tuvo muchas conversaciones afines, extrañas en aquellas circunstancias, con Paddy antes de que lo llevaran a Egipto y luego a un campo de prisioneros de guerra en Calgary (Canadá). El instante singular de este viaje inaudito se produjo cuando Kreipe, contemplando las colinas blancas, citó unos versos de la Oda de Horacio (1.9): “Vides ut alta stet nive candidum Soracte” (Mira, las nieves del monte Soracte brillan contra el cielo). Y el capitán Mihalis, alumbrado por la brasa de su cigarrillo en el último cuarto de guardia, con su revólver con mango de marfil y su inseparable daga de plata brillando a la luz de la luna, citó a su vez el resto del poema latino. Los dos enemigos se miraron en mitad de la noche y por unos instantes la barbarie quedó sepultada bajo la luz de la memoria y la cultura.

"Ocasionalmente intercambiaron, para asombro del resto del rudo comando, versos griegos de Sófocles"

El plan inicial era el de capturar al general Friedrich-Wilhelm Müller, un cruel tirano, odiado y muy temido por los isleños, que más tarde sería ahorcado como criminal de guerra. Sin embargo, poco antes del secuestro, éste fue reemplazado inesperadamente por Kreipe. La captura tuvo lugar en el camino entre el cuartel general alemán y la residencia del general en la Villa Ariadna, construida por Sir Arthur Evans durante sus excavaciones en el antiguo palacio minoico de Knossos. Parecía una locura, y lo era, tratar de secuestrar en mitad de una isla infestada de nazis a un general, ya fuese Müller o Kreipe. Pero la Inteligencia Británica sabía que sólo un hombre podría intentarlo: ese hombre era, naturalmente, Paddy.

Así que, después de conducir a través de Heraklion en un Opel con Leigh Fermor haciéndose pasar por el alemán con su gorra de general encasquetada hasta las cejas, el comando cretense, con Kreipe maniatado y silenciado en el maletero, se abrió camino a través de veintidós puntos de control alemanes. De manera inverosímil, los centinelas no hicieron el alto y fueron abriendo el paso al coche que circulaba, con Mihalis al volante, a toda velocidad. En la terrible venganza alemana que vendría después, algunos de estos centinelas, acusados de sospechosa complicidad, fueron arrestados y enviados al frente ruso, donde les esperaba una muerte segura. Capitaneado por Mihalis, el comando evadió aquel amanecer, una vez dada la voz de alarma, todas y cada una de las patrullas alemanas que buscaban a Kreipe y, con muchas dificultades, lograron caminar a través de las laderas del monte Ida, el viejo refugio de Zeus, hasta el valle. El objetivo era llegar hasta el barco británico que los esperaba en la costa sur de la isla.

Kreipe, “un hombre corpulento con labios finos, cuello de toro, ojos azules y expresión fija”, había venido a descansar a Creta después de dos años duros en el frente ruso. Aparentemente impasible ante su destino incierto, se mostraba más preocupado por los símbolos perdidos de su rango y valor, su sombrero de general y la Cruz de Caballero de su Cruz de Hierro, que por la suerte que pudiera correr su vida. Aunque bastante estoico y cooperativo, se quejaba de sus heridas leves, su mala alimentación y su falta de sueño. Él y Leigh Fermor, después de las nieves de Soracte, ocasionalmente intercambiaron, para asombro del resto del rudo comando, versos griegos de Sófocles, aunque manteniendo las distancias impuestas por la situación.

"Al capitán Mihalis le excitaba el peligro constante y la posibilidad de sortearlo en compañía de sus valientes"

Antes de todo aquello, el capitán Mihalis había reunido información de inteligencia, llevado a cabo sabotajes y preparado a los cretenses para ayudar a los británicos a recuperar la isla. Hizo frente a numerosas dificultades: los transmisores de radio defectuosos, la falta de transporte, la lluvia y el frío, las detenciones, la falta de dinero en efectivo, los vuelos enemigos de rastreo, las falsas alarmas, la crudeza de la vida en las montañas cargados como mulas, el miedo entre los colaboradores, la traición y los amigos fusilados… Pero lo cierto es que al capitán Mihalis le excitaba el peligro constante y la posibilidad de sortearlo en compañía de sus valientes, leales y sacrificados camaradas cretenses, cuyo idioma hablaba y a quienes idealizó posteriormente en sus textos: “No podríamos haber durado ni un día sin el apasionado apoyo de los isleños: un sentimiento que las terribles penurias de la ocupación, la ejecución de los rehenes, el arrasamiento y la masacre de las aldeas sólo intensificaron”. Aunque, eso sí, en ninguno de sus textos mencionó los conflictos entre los comunistas griegos y los partisanos probritánicos que dieron lugar a una guerra civil después de la liberación de Grecia. Sus tributos hiperbólicos y homéricos a los cretenses, “su capacidad de cruzar varias cadenas montañosas a la misma velocidad del rayo con el estómago vacío después de tragar suficiente raki y vino como para dejar cojos a otros mortales durante una semana”, eran absolutos, pero coherentes con su manera literaria (tan “fermoriana”) de recordar y de escribir.

Paddy y Heinrich Kreipe

Después de dieciocho días en las montañas, todos abordaron el barco con destino a El Cairo. A salvo de las desastrosas derrotas alemanas en Rusia y Grecia, Kreipe permaneció bajo custodia británica hasta 1947. La cuestión militar y moral crucial, que Leigh Fermor arrastró como una pesada sombra de Peter Pan adulto, fue la de si realmente valió la pena aquel viaje inaudito y aquel secuestro que trajo tan brutales represalias: pueblos enteros destruidos y la matanza masiva de hombres, mujeres y niños durante el mes de agosto del 44, con los nazis rabiosos y acorralados, sabiéndose en clara derrota y a punto del armisticio. Podemos creer, y tal vez el capitán Mihalis en las noches de insomnio también lo creyera así, que aquella hazaña heroica famosa en toda Grecia elevó la moral durante los días oscuros de la ocupación alemana y dio un rayo de esperanza para la victoria final. Sea como fuere, y como ha ocurrido siempre, desde Troya a nuestros días, “los supervivientes se regocijaron y los muertos guardaron silencio”.

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Ricarrob
Ricarrob
3 meses hace

Excepcional relato!!!

Hermes Barrios
Hermes Barrios
3 meses hace

Bello y brillante relato

Pablo
Pablo
3 meses hace

Da gusto leerte, María José. Hermoso e intenso.