El escritor y dramaturgo Luis Zapata, autor de la novela de culto El vampiro de la colonia Roma (1979), ha emprendido su último vuelo a la zona del Mictlán donde habitan las grandes figuras del panteón literario mexicano. Nacido en 1951 en Chilpancingo, Guerrero, deja un legado de cuentos, novelas, crónicas y textos para cine y teatro que dan cuenta de un tiempo y una sociedad en la que México se abría a la modernidad del siglo XX, tratando de apartarse de una atmósfera asfixiante cargada de prejuicios, universo que queda perfectamente reflejado en obras como Hasta en las mejores familias, La hermana secreta de Angélica María o Melodrama. Sin embargo, la fuerza de El vampiro de la colonia Roma, que publicó en 1979, provocando un gran escándalo entre acusaciones de “inmoral y pornográfica”, es tal que, como recordaba el editor y periodista Braulio Peralta, no ha dejado de tener lectores y, lo más importante, trascendió el concepto de “literatura gay” para consolidarse como un libro clásico e indispensable en el universo de las letras mexicanas y un referente de esos tiempos en los cuales toda actitud “distinta” aprisionaba a la gente en una cárcel de conceptos donde el prejuicio era condición para ubicarla en un compartimento sociológico del que ya no podía salir. Paradójicamente, esa novela distrajo la atención del resto de su trabajo literario, un trabajo muy versátil en el que lo mismo cabía la faceta periodística en medios como El Nuevo Mal del Siglo, El Nacional Dominical o Tinta Seca, que la de traductor de obras medievales o la de dramaturgo en piezas teatrales como La fuerza del amor o La generosidad de los extraños (en colaboración con José Joaquín Blanco y publicada como folletón en el suplemento Sábado del diario unomásuno. El destino de Zapata, no obstante, impone una reflexión sobre el desamparo en el que se encuentran los escritores y la mayoría de creadores en México, donde no cuentan para nada a la hora de establecerse estrategias y políticas públicas que permitan dotarles de una seguridad social digna. El 5 de octubre, a consecuencia de un paro cardíaco, Luis fue atendido en un hospital privado, al que optó como optan miles y miles de mexicanos que no tienen otra salida al no contar con Seguro Social y a quienes la sanidad pública mexicana les aterroriza por su paupérrima situación. Pero a medida que su situación iba empeorando, la factura de su hospitalización creció, al punto de que llegó un momento en el que le fue imposible saldarla (ascendía a un millón de pesos, o 41 mil euros), motivo por el cual el gremio cultural lanzó una alerta para solidarizarse con él. Así que no le quedó más remedio que echarse la deuda a la espalda y trasladarse a un hospital público, donde finalmente, un mes después de su primer ingreso, su corazón dejó de latir. A partir de ahora, ajeno ya a las cosas más vulgares de este mundo, el vampiro Zapata crecerá sin duda como mito. Y a pesar del desprecio institucional, los lectores seguirán ofreciéndole su sangre.
LOS ORÍGENES DE LA VIOLENCIA EN MÉXICO
¿Cuál ha sido, durante el siglo XX, la relación que han tenido el crimen, la verdad y la justicia en México?, ¿cuándo se rompió la confianza de los mexicanos en el Estado y su policía?, ¿cuándo nació la imagen de México como un país violento y corrupto y qué importancia ha tenido la literatura para conocer esta realidad? Estas son algunas interrogantes que aborda el libro Historia nacional de la infamia, del historiador Pablo Piccato, una obra publicada en coedición por el sello Grano de Sal y el Centro de Investigación y Docencia del Conacyt, donde el autor analiza, a través de obras literarias y periodísticas, cómo se consolidó en México el descrédito de un país donde los crímenes no son castigados, donde la violencia es parte de la vida cotidiana y donde muchas veces los criminales son personas influyentes, aunque exista también otra faceta en la que hay una larga trayectoria de la sociedad civil luchando contra esa infamia, tratando de encontrar la verdad contra los crímenes, buscando justicia y alternativas ante la ausencia de un sistema judicial y una policía fidedignos. Autor de otra obra de referencia en estos temas, titulada Ciudad de sospechosos: Crimen en la Ciudad de México, 1900-1931, Piccato ubica el origen y la formación del futuro país violento que es México hoy entre la década de los años 20 y hasta los años 50 del siglo pasado, cuando la tolerancia que mostraron los mexicanos ante la incapacidad del Estado y su policía de resolver los crímenes influyó de forma negativa en la manera en que se tejió la actual infamia mexicana. Esa tolerancia, dice Piccato, era muy valorada por los extranjeros, no sólo porque pudieran consumir drogas en un mercado que no conocía límites y ofrecía productos de todo tipo sin restricción, sino por la libertad individual de que gozaban y que permitía que, entre otros, escritores como los de la generación Beat difundieran la idea de que la policía mexicana no se metía en ciertos delitos y que a nadie le importaba lo que dijeran, lo que fue creando la imagen de México como un lugar sin ley. Por otra parte, Piccato argumenta que en ese momento tuvo lugar una ruptura de la relación entre crimen, verdad y justicia que tiene que ver con el hecho de que la policía dejó de ser la fuente de la verdad, pues se mostró incapaz de resolver los misterios que envolvían cualquier crimen. Y como todo el mundo sabe, para hacer justicia, es necesario llegar a la verdad. Por esa razón, Piccato recurrió a la literatura, donde asegura haber encontrado mayor verdad que en los documentos oficiales, teñidos de mentiras y corrupción, porque la literatura, dice, “permite conocer el significado del asesinato y puede procesar los delitos desde una trinchera especial y llegar a la verdad de una forma que el Estado mexicano no ha podido”. En esa búsqueda literaria, Piccato encontró una mina de oro en una literatura policial que se hizo muy popular en México en los años 40, cuando eclosionó todo un fenómeno de autores y lectores de novelas de detectives. “Antes de Paco Ignacio Taibo II o Élmer Mendoza hubo una camada de escritores que nunca se volvieron famosos, que el Estado ignoró y nunca subsidió ni publicó; pero que fueron muy importantes, porque ayudaban a entender la realidad”, señala. Incluso publicaban en periódicos tan populares como La Prensa, donde cada domingo aparecía una novelita protagonizada por un detective llamado Cucho Cárdenas, que llegó a contar doscientos títulos escritos bajo el seudónimo de Leo D’Olmo. Para Piccato, la maravilla del género policial ha sido la de permitir a muchos escritores decir cosas importantes sobre la ausencia de la verdad, sobre lo difícil que es llegar a la justicia en México y sobre los efectos de la violencia, aunque a día de hoy siga infravalorándose en el canon de la literatura mexicana el género negro, donde cada caso y cada víctima cuentan como no cuentan para el Estado mexicano, que tiene sobre sus espaldas un récord de impunidad del 99 por ciento de los delitos y crímenes que se cometen en México. Esa es la gran infamia.
VIVIR Y MORIR EN MÉXICO
Editor, traductor y apasionado del libro, Juan Guillermo López (1953) encontró la muerte en una calle de la Ciudad de México, donde apareció sin vida hace pocos días con golpes en el abdomen y el cráneo. Muchos lo conocían por su magnífico trabajo en sellos como Plaza & Janés, Planeta México, Debate, el Fondo de Cultura Económica o Malpaso Ediciones. Comparado con Arnaldo Orfila o Joaquín Díez-Canedo, Juan Guillermo trabajaba en un proyecto descomunal que abarcaba todas las crónicas de Carlos Monsiváis, que serían editadas bajo el sello de la revista Proceso, donde también tenía en mente sacar a la luz la gran obra recopilada de un reportero mítico llamado Julio Scherer García, titulada Periodismo para la historia. Precisamente quien fuera director de la revista, su amigo Rafael Rodríguez Castañeda, se preguntaba tras la fatal noticia: “¿Por qué, para qué esa muerte?” Como recuerda David Toscana, hace tiempo unos criminales asesinaron en Toluca al poeta Guillermo Fernández; luego mataron en Culiacán al queridísimo Álvaro Rendón Moreno, y la misma miasma de homicidas acabó con el pacífico y sabio Enrique Servín. Ahora Juan Guillermo López. Parece que México no es un país de paz.
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