Francisco Javier Díez de Revenga, conocido en el mundo del hispanismo por sus valiosas aportaciones sobre el grupo del 27, y, muy especialmente, sobre Gerardo Diego y García Lorca, a los que ha dedicado centenares de páginas, también ha empleado una buena parte de su tiempo al estudio de escritores como Gabriel Miró, cuya prosa no está demasiado alejada del más puro lirismo de muchos de sus contemporáneos. No en vano, como en estas páginas se reconoce, el escritor levantino, nacido en Alicante en 1879, es decir, en la misma década que los noventayochistas Baroja o Machado, fue un verdadero maestro en lo que se ha denominado “novela lírica” o “novela poemática”, que es una especie de peligroso y ameno jardín de las delicias por el que muy pocos autores han conseguido transitar con originalidad y éxito.
El volumen está compuesto por seis ensayos, además de la correspondiente introducción —en ella, Díez de Revenga insiste en dejar claro cuáles son las principales razones por las que Miró es un verdadero maestro de la modernidad— y una selecta bibliografía que pone colofón a esta obra que, además de portar el inequívoco sello de la erudición científica, de la investigación seria, original y firme, lleva consigo un componente humano, íntimo, personal, que es, sin lugar a dudas, el resultado de tratar con un autor con el que ha pasado largas horas, aunque no haya coincidido en el tiempo por la muerte temprana de Gabriel Miró. Por todos lados aparece esa admiración profunda y ese deseo firme de mantener viva la llama de su memoria, de demostrar que sus obras, en este mundo materialista y aséptico del siglo XXI, aún siguen vigentes, como una especie de música sacra que nos ayuda a escapar de tanto ruido.
En el primero de los ensayos, “Miró y tres textos olvidados de 1908”, Díez de Revenga se refiere, principalmente, a su primer éxito literario importante, que lleva el título de Nómada, con el que consiguió el premio del concurso que inauguró, por aquellos años, El Cuento Semanal, colección fundada por Eduardo Zamacois. Como detalle anecdótico, se cuenta aquí que la obra, subtitulada De la falta de amor, había sido presentada a este galardón con el “quijotesco” seudónimo de “El Bachiller Sansón Carrasco”. El jurado estaba formado por Pío Baroja, Valle-Inclán y Felipe Trigo, que no dudaron, ni un solo instante, de la extrema calidad del texto recibido. El discurso que pronunció Miró en el banquete de entrega del premio también es una verdadera joya literaria: Don Gabriel se despide, anunciando que, horas después, volverá a su “rincón provinciano”, y pronostica que, todos los allí presentes, “os olvidaréis, hidalgos magnánimos, del beneficio hecho al amigo humilde”. En resumidas cuentas, una verdadera joya de comunicación, a la altura del propio libro con el que había conseguido despertar el interés de un jurado tan selecto y diverso.
En “Universo literario y estructuras narrativas”, Díez de Revenga dirige sus esfuerzos, como cualificado filólogo, al estudio de Corpus y otros cuentos, que Miró realizó entre 1908 y 1915. Ahí ya aparecen sus escenarios predilectos, y muy especialmente el mundo rural levantino, que cristalizará posteriormente en novelas tan exquisitas como Años y leguas. El llamado “franciscanismo” de Miró no es, ni mucho menos, una simple leyenda. Es una realidad que queda patente en ese acusado amor a la naturaleza y también a los animales, hasta el punto de que uno de los personajes más destacados de sus cuentos y de sus novelas, alter ego del propio Miró, Sigüenza, llega a expresar que “no hay más que un heroísmo: ver el mundo según es, y amarle”. La obra, en la que se recogen cuentos inolvidables, escritos con una magia increíble, repletos de ternura, como “La niña del cuévano” o “Dos lágrimas”, destaca, según el autor de este ensayo, por la gran riqueza formal que demuestra que estamos ante un narrador “con capacidades sobresalientes”.
En “Suavidad y delectación: Las cerezas del cementerio”, Díez de Revenga es consciente de que está ante la obra maestra del Miró que culmina la primera época de su novelística. Sus personajes, de hecho, comienzan a ganar en complejidad e interés, y muy especialmente su protagonista, Félix Valdivia, al que Díez de Revenga califica, no sin razón, de “joven impulsivo, amante romántico y descreído nietzscheano”; un personaje, en definitiva —como lo será después Sigüenza—, de “tonalidad quijotesca”. Y tampoco es menos cierto, como aquí se nos dice, que, para los lectores de Las cerezas del cementerio, lo que en verdad resulta inolvidable, como una estampa que queda para siempre grabada en nuestra mente, es esa escena en la que se produce una feroz lucha de unos perros, lo que viene a mostrar la presencia de una naturaleza primaria en estado salvaje. La mano sensible y el espíritu sabio de Miró se deja notar aquí cuando, guiado por esa ansia de renovar la novela española, saca a relucir el arte de la insinuación, esa narración abierta a muchas sugerencias e interpretaciones, que es como una patente de corso de la novela más moderna y original.
“Los cuentos del Libro de Sigüenza: protagonistas y ambientes” es el siguiente ensayo de este volumen. Fue publicado en Barcelona en 1917, justo durante los años en los que los novelistas del 98 hacían gala de su arte con sus mejores y más representativas obras. El carácter autobiográfico del libro es indiscutible, con constantes referencias a su infancia, adolescencia y juventud. También se demuestra en estas páginas que Miró fue un pensador y humanista de primera magnitud que no mostró el menor disimulo a la hora de preocuparse por el destino de España.
En el penúltimo de estos ensayos, titulado “Unas cartas con Levante al fondo”, Díez de Revenga, como buen conocedor del terreno que pisa, nos hace una revelación que es preciso tener muy en cuenta: Miró, en contra de lo que generalmente se cree por el común de las gentes, fue un escritor “muy difundido, bien editado, y seguramente bastante atendido por la crítica”. Y, además, bastante leído; mucho más de lo que seríamos capaces de imaginar; al menos “en ciertos niveles intelectuales e incluso educativos”, precisa el autor de este ensayo, que es el más corto de todo el volumen, pero, acaso, el que mayor carga emocional y humana posee. En estas mismas páginas se recogen aquellas sabias palabras de un escritor como Jorge Guillén, que se erigió en uno de sus más firmes defensores y entusiastas de su literatura, quien llegó a afirmar que Miró fue “el único gran poeta que no quiere serlo”.
Y concluye este delicioso viaje por el mundo mironiano, bajo la mano diestra de Francisco Javier Díez de Revenga, con un trabajo que tiene como principales protagonistas a Miró y a su admiradora Carmen Conde, unos cuantos años menor que el escritor alicantino. Miró, hombre extremadamente sensible y generoso, tuvo muy en cuenta a las jóvenes generaciones, a los escritores que ya despuntaban en los años previos a la Guerra Civil española. Díez de Revenga recurre, con muy buen criterio, a ese interesante conjunto de cartas dirigidas por Gabriel Miró a una jovencísima Carmen Conde. Ahí se observa ese indudable tono de amistad y mutua admiración. En una de ellas, fechada el 26 de marzo de 1928, Miró hace un retrato breve y certero de sí mismo: “No tengo biografía gracias a Dios y a mí mismo. Nací en Alicante hace 48 años. Estuve interno en Santo Domingo de Orihuela. Sigo viviendo”. Pero por muy poco tiempo, porque el gran genio de la prosa poética, Gabriel Miró, murió sólo tres años después, un 27 de mayo de 1930 en Madrid. “Morir en mayo —escribiría Carmen Conde en las páginas de El Sol en el quinto aniversario de la muerte de Miró— es menos doloroso que morir en noviembre. Las flores aguardan el cuerpo muerto para ablandarle la tierra…”.
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Autor: Francisco Javier Díez de Revenga. Título: Gabriel Miró, maestro de la modernidad. Editorial: Alhulia. Venta: Todostuslibros.com
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