Circles in a Circle, por Wassily Kandinski.
Ensucio tu cuerpo lavado por el sol con estas manos de
trabajar y manosear cenizas,
ensucio tu piel de alondras dormidas,
resaca de olas dulces.
Con el dedo índice. Con la yema del dedo índice arrastro el polvo de la superficie del piano. Hay muchísimo polvo en mi dedo índice.
El dedo índice, el dedo corazón y el dedo anular. Los tres se alzan y se desploman sobre el blanco. Do. Do. Do. Pulsan el silencio. Do. Do. Do.
Ahora lo blanco es gris.
Hay polvo por todas partes.
I. En la noche nos enroscamos y cantamos canciones en silencio
Vale, escucha.
Esta es una carta escrita al filo del amanecer. Siento en el estómago la presencia inerte del sol que rompe las hebras de la oscuridad. Te observo tendida sobre la cama. Tienes una apariencia ridícula. Has abierto la boca inconscientemente, y un hilo de baba se desliza por tu mentón. Tu brazo izquierdo cuelga más allá de los dominios de las sábanas. Tus piernas abrazan la manta, exhalando mientras tanto magmáticas ondas caloríficas. Qué caos más absurdo ha generado tu sueño. Qué desastre. Voy a guardar este segundo mortal en un lugar privilegiado de mi memoria: posiblemente sea lo más bello que he visto en toda mi vida.
[el cuerpo masculino se yergue de la silla, alza los brazos, se acerca al cuarto de baño]
Mantengo una discusión conmigo mismo. La parte derrotista asegura que esas dos líneas precisas, dibujadas con rigurosa horizontalidad en el centro de mi frente, nunca habían estado allí. El lado luminoso está convencido de que mi versión en pañales ya estaba servida. Mirarse al espejo es un ejercicio de pura hipnosis. La percepción de la realidad se desdobla y el mundo se dibuja a sí mismo, por un instante, como una gomita elástica sostenida entre los dedos de un niño muy gamberro, que la empuña con un ojo cerrado, apuntando con el otro. El niño dispara su goma y nuestro cuerpo se separa del espejo. Cae el agua. La lluvia cálida de interior.
Mi cuerpo, cubierto por una lámina acuática en pleno proceso de evaporación, recuerda las entrañas de la noche insomne. El contacto físico con tu cuerpo, el sudor, la frialdad de la venida del nuevo día; más que una novedad, un abandonado anticipo diario de la muerte: nada dura para siempre, ni siquiera las noches en que te beso desesperadamente, deseando con cada átomo flotante de mi cuerpo que el tiempo se detenga y nos encapsule a los dos, enamorados.
Me enrosco la toalla. Preparo mi desayuno. Me siento, agarro un libro.
Agarro El despertador de Sísifo, de Jorge García Torrego (Lastura).
Leo:
Pero dime, ¿cómo se ama con el cuerpo del trabajo?
II. En la mañana dibujo sombras en el vapor del cristal del autobús
¿Por qué tengo que olvidarme de tu música? ¿Qué es ese sonido que llega como una procesión multitudinaria, siempre extendida en el horizonte? Tocan siempre la misma nota. Dedo índice, dedo corazón, dedo anular. Do. Do. Do. Qué niebla.
la cartera bolsillo derecho
las llaves de casa bolsillo derecho
móvil bolsillo izquierdo
tarjeta de transporte bolsillo izquierdo.
Camino al trabajo, dibujo círculos en el cristal del autobús. Llevo años de práctica. Ahora son círculos perfectos. Coloco el pulgar en un punto y muevo el dedo índice a su alrededor. Soy un compás humano [un 4/4: Do, Do, Do, Do]. Algunos niños me miran, camino al colegio, fascinados ante la destreza ejecutora de mis dedos. Y a mí me sigue obsesionando la azarosa posición del pulgar, la extraña marca que deja tras de sí. Lo peor, de todos modos, son los veranos. En verano no se puede dibujar nada en el cristal del autobús.
¿Pintará cosas en superficies transparentes Jorge García Torrego, de camino a su trabajo? ¿Serán fríos sus veranos? A Jorge García Torrego le suena el despertador y él piensa en Sísifo, que se veía obligado a subir una y otra vez una enorme roca hasta la cima de una montaña, castigado a eternidad por la ira de los dioses. ¿Seguirá Sísifo subiendo su roca? ¿Cuándo termina la supuesta eternidad de la mitología que referenciamos en lejanísimo pasado? Lo digo, más que nada, por una cuestión pragmática: cabe la ligerísima posibilidad de que la mitología griega no sea, en multitud de casos, más que una pura crónica sociopolítica de actualidad.
El trazo de mi círculo es el instante preciso de mi desapego: yo soy uno antes de acompasar mi pulgar y mi dedo índice; soy dos cuando la circunferencia se cierra. Me quedo en el cristal, como un pálido reflejo matinal, recordando el sabor a sal de tu cuerpo nocturno. Mientras, en el mundo físico —¿mundo real? ¿realidad? ¿iglesias gigantes con enormes campanarios?—, me ajusto el cuello de la camisa, hago nudo, lazada y nudo con lazada a los cordones de los zapatos. No pienso en nada, porque mi pensamiento está en el cristal. Y no sé nada más sobre ese cuerpo vacío de vida que se desplaza por las baldosas, caracoleando el universo, grapando los días en enormes calendarios desordenados. Lunes y miércoles suman sábado y si le restamos martes obtenemos un jueves. Hago matemáticas con los días de la semana. Me los como para desayunar. Los mezclo con el pienso de mi gata. La gata ronronea: adora el sabor a viernes.
III. El día y la noche se mezclan en un futuro colgante: nos iremos de paseo al río
—Cariño mío: quiero besarte los ojos.
—Déjame leer.
Las palabras se apilan en torno a Sísifo. Jorge García Torrego abre las cortinas y huele la luz que vuelve blancas las paredes.
Imagino sinfonías: todos los dedos bailando enajenados sobre la superficie pulcra, blanquísima de las teclas del piano.
Mirarse dentro los recuerdos para saberse uno y no otro,
cualquiera,
de los que te acompañan en la fila.
Hubo un día, ahora que lo pienso. Hubo un día feliz.
Íbamos juntos por el césped. Nos tendimos en el suelo. Hizo sol toda la tarde, como si el cielo estuviese inmóvil. Los peces esquivaban con éxito las rocas del río. El agua se desprendía calmada, ligera, como una brisa primaveral que acaricia la tierra de los hombres. Te pusiste encima de mí, y tu pelo cayó como una catarata perpetua, en el dibujo de las paredes del mundo conocido. Me sorprende hallar en mi memoria el recuerdo de mis manos sosteniendo tu cintura. Cuán inasible la encuentro ahora, en la distancia, en el tiempo, en la fragua diaria de las teclas, en el Do que percute esta rutina gris.
El cascabeleo fluvial y la lírica música vegetal nos embriagaron durante horas, quería yo morirme en ese justo momento. Y volví a partirme en dos. Me abofeteé: ¿cómo vas a querer morir, estúpido, ante la promesa futura de más días como este?
Y la promesa futura se dispone.
Y habita ese futuro para siempre.
nuestro pasado al sol como radiografías de la felicidad
IV. Yo busco los vértices del círculo para decirte que te quiero
Suena el despertador. Me lavo los dientes. Viajo en autobús. Magdalena de camino al trabajo. Tropezones de chocolate. Se me ensucia la camisa blanca. Qué frío en el trabajo. El aire acondicionado. La camisa en el maletín. La magdalena. El aire acondicionado. Microsoft Office 2019. Últimas actualizaciones disponibles. Tal día como hoy hace 6 años. Facebook. Sucio cabrón.
Suena el despertador. Rompo la vajilla que nos regalaron en nuestra boda. Me subo al tejado. Empiezo a volar, hablo con las palomas. Tomamos café y comemos pastas. Fumamos. El día está precioso. Quemamos ordenadores. Voy a clase de baile de salón. Bebo cerveza. Miro al cielo. Flotan motas de polvo por la estancia. No quiero cogerlas. Quiero que vuelen.
En la mitad, en la marca del pulgar: ahí late mi amor por ti.
Desde el centro hasta los vértices del círculo, miro a mi alrededor, la cámara gira y gira, esto no es una película de autor francés.
aquí nadie tiene cara
V. El despertador de Sísifo es un libro, Jorge García Torrego es una persona
—¿Cómo hablan las personas y los libros?
—No pueden, porque las personas están todas muertas.
Jorge García Torrego es la pluma desposeída del ave a primera hora de la mañana.
Todo el día por delante para flotar en libertad.
Figúrate.
¿Que qué haría yo si tuviese todo un día para ser libre?
¿Que qué haría yo?
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Autor: Jorge García Torrego. Título: El despertador de Sísifo. Editorial: Lastura. Venta: Lastura.
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