En 1920, solo unos meses después de la Ley Seca, H. L. Mencken y George Jean Nathan lanzan al mercado una revista llamada Black Mask. El primer número ni siquiera estuvo dedicado a la delincuencia o a investigaciones policiales, sino que fue una mezcla de historias de amor, de aventuras, de misterio, de ocultismo y de detectives. Hasta ese momento, predominaba la novela enigma, empapada de tintes victorianos, muy barroca y mezclada en muchas ocasiones con terror o ciencia ficción, pero también abundaban las historias bélicas o los westerns (tan importantes para lo que estaba por venir). Y lo que iba a venir estaba todavía por pasar. Black Mask y otras revistas similares fueron el canal para que algunos escritores pioneros publicaran sus historias, pero ambos (escritores y revistas) terminaron por realimentarse, surgiendo más escritores ante la demanda de historias y apareciendo más revistas para albergar a más escritores. La demanda tiene varios motivos: el aumento del ocio de los obreros debido a las revueltas sindicales, que consiguen reducciones nunca vistas en la jornada laboral; las nuevas técnicas de impresión, que permiten grandes tiradas de libros y revistas; los nuevos tipos de papel barato (sobre todo el llamado papel de pulpa [de ahí el término pulp]). Si tenemos en cuenta que Internet y los videojuegos tardarían décadas en aparecer, que la televisión y el cine estaban en sus comienzos, que los bares estaban cerrados (al menos públicamente) y que los gánsteres habían tomado el control de las calles, el caldo de cultivo estaba servido.
Hammett y Daly marcan la pauta, pero por habitar tiempo y terreno de transición mantienen todavía varias cosas en común con la novela enigma: el detective y un sentimiento de restablecer el orden roto en sus historias. Sus trayectorias comprenden una heterogeneidad que ya no existe en Chandler, ya que su recorrido literario con Marlowe es totalmente homogéneo. Entre medias aparece William Riley Burnett, que rompe definitivamente con el detective. Él es el inventor de la crook story, novelas en las que los protagonistas son los gánsteres. Burnett escribe novelas en las que los protagonistas son generalmente inmigrantes que no van a poder salir adelante por medios convencionales y que por tanto delinquen, llegando a rozar y a alcanzar, aunque solo temporalmente, el sueño americano. Si digo «temporalmente» es porque en la mayoría de los casos sus personajes terminan por emprender una huida hacia adelante o un descenso a los infiernos, acosados por bandas rivales, la policía o sus propios fantasmas. Si bien este tipo de novela es novedosa, aún guarda cierto conservadurismo en el sentido de transmitir que quien la hace la paga, que quien desafía al sistema termina muerto o entre rejas, algo que no es totalmente cierto y que literariamente se erradicaría mucho más tarde.
Este nuevo estilo de crear historias seguramente está influenciado por el naturalismo de Zola, que nace como contraposición al romanticismo (seguramente igual que la novela negra nace como contraposición a la novela enigma), aumentando la perspectiva de elementos sociales de la que adolecía el realismo. Y se puede asegurar que la estructura que sigue es la del western, sustituyendo bandidos por gánsteres, sheriffs por policías, caballos por coches y Colts por ametralladoras. Además, el escenario es la ciudad, que ofrece muchas más posibilidades (garitos ilegales, suburbios, comisarías, vagabundos, grandes corporaciones…) que los puebluchos del Oeste.
La novela negra tradicional tarda bastante en desapegarse de las teorías narrativas clásicas que ya resumió Aristóteles en el siglo IV a.C. Simple, pero acertadamente, vino a decir que «la narración de toda historia se compone de tres actos, el principio, el medio y el fin», que «todo relato se compone de unos elementos que deben actuar como un cuerpo único» y que «solo cuando la trama, los personajes o la estructura se funden en un solo ítem, la historia conecta de verdad con el público». Este es el origen de la teoría del «monomito» de Joseph Campbell y teorías similares como las de Phil Cousineau, David Adams Leeming o Christopher Vogler, muy sofisticadas, pero que en esencia son evoluciones muy trabajadas de la teoría de «planteamiento, nudo y desenlace» del griego.
Debemos esperar un tiempo aún para que la novela negra se independice de los clichés policiacos y detectivescos, así como de las teorías narrativas clásicas. Debemos esperar a escritores tan grandes como Himes, Goodis o Nelson Algren, que apuestan definitivamente por crear personajes perdedores y darles todo el protagonismo, anti héroes que sustituyen al héroe, crítica social que sustituye a la investigación policial-detectivesca clásica. En la novela negra se rompe el orden establecido, pero en muchos casos no vuelve a restablecerse. En la novela negra, el héroe (anti héroe) tiene unos objetivos, pero mientras que en las teorías narrativas clásicas esos objetivos terminan por alcanzarse, el héroe (anti héroe, insisto) en el género negro no los consigue, o solo consigue algunos y a un precio muy alto.
Pese a lo que se ha dicho, no es imprescindible que el policía o el detective desaparezcan de escena. Pero si aparece no es el mismo policía o detective de la novela enigma. Marlowe no es Holmes, como los policías del Distrito 87 de Ed McBain y Ataúd Johnson y Sepulturero Jones de Himes no son los policías que persiguen a Bonnie y Clyde o a John Dillinger, en absoluto. Todos ellos son tipos duros que se encuentran con circunstancias adversas a pie de calle sin otra defensa que sus puños o sus armas reglamentarias. No son duros caprichosamente, sino que han forjado su carácter al tener que enfrentarse a camellos, chulos, proxenetas, chalados y psicópatas de toda índole. El escritor de novela negra se sirve de sus tramas y sus personajes para mostrar lo que quiere, que generalmente es el reverso de una sociedad manejada a través de la violencia y la corrupción, y además lo hace generalmente bajo las pautas que impuso Chandler en sus novelas: la utilización de recursos literarios propios de la poesía como la comparación, el símil o la metáfora. Jim Thompson, Izzo o Donald Westlake son buena prueba de ello, como lo son posteriormente Lehane, Mosley, Block o Sallis. En este sentido podemos decir que la novela negra marida muy bien con el realismo sucio de Fante, Bukowski, Carver, Ford y Wolff y que actualmente hibridan tan bien autores como Pollock y Woodrell como anteriormente lo hicieron Hubert Selby Jr., Chris Offutt o James Fogle.
España, como en tantas otras cosas, es un anacronismo, una isla en el entorno de los países occidentales, que dista mucho de ellos en índices de lectura. No en vano ningún país europeo ha tenido una dictadura de cuarenta años como la franquista. Esto ha hecho mucho daño. Salvo Manuel de Pedrolo y González Ledesma, entre otros, ambos perseguidos y vetados, no hay escritores importantes antes de la Transición. Y después de esta y hasta nuestros días, la novela enigma ha terminado por imponerse en un ambiente de corrección política (también en lo literario) propicio para ello. Que hicieran novela negra de verdad solo había dos autores, que son los más conocidos de los menos conocidos: Carlos Pérez Merinero y Julián Ibáñez (que aún sigue escribiendo en plena forma y publicando), sin olvidar la serie de «Toni Romano» de Juan Madrid y algunas novelas de Andreu Martín (sobre todo Prótesis).
Hay un buen puñado de autores españoles actuales que escriben este tipo de novela del que venimos hablando poblada de perdedores, historias tristes y crítica social como son Diego Amexeiras, Manuel Barea, Esther García Llovet, David Llorente, Alexis Ravelo, Jordi Cussà, Jon Arretxe, Pablo Rivero (el gijonés, no el madrileño) o yo mismo (me incluyo humildemente, sin ninguna pretensión), entre otros. Pero hay más autores representantes de la otra vertiente que es, además, la que más triunfa en ventas.
Llegados a este punto y, para concluir, debo decir que la novela enigma no es mejor que la novela negra. Tampoco la novela negra es mejor que la novela enigma. Son distintas, aunque procedan de un tronco común ya muy lejano. Y que si una vende y gusta más no es una cuestión de calidad. Más bien es porque construye historias al modo de los postulados de Aristóteles (vuelvo a citarlo):
- La narración de toda historia se compone de tres actos, el principio, el medio y el fin.
- Todo relato se compone de unos elementos que deben actuar como un cuerpo único.
- Solo cuando la trama, los personajes o la estructura se funden en un solo ítem, la historia conecta de verdad con el público.
Más bien es porque el cerebro humano funciona así, está estructurado para seguir la pauta aristotélica. Puede ser que, por eso, a lo largo de la historia, los lectores y escritores de novela negra, pero también de realismo sucio, hayan sido los raritos, los distintos, los que pensaban de otra manera. ¿Será porque su cerebro se estructura de otra forma? El tiempo y la ciencia lo dirán.
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