El viaje de Shackleton, de William Grill: la aventura aleccionadora

Todos ellos comparten una pauta estética (el didactismo aventurero) y unas constantes artísticas y afectivas: el dibujo con lápices de colores, el gusto por la miniatura y el paisaje, la querencia por la colaboración entre humanos y animales, la inteligencia a la hora de conjugar exposición amena (minuciosa pero no recargada, desenfadada pero no banal) y monumentalidad plástica, el dominio del ritmo y de la conjunción de texto e ilustraciones, de escenas pequeñas y de vibrantes dobles páginas…

Con respecto a la condición estética de El viaje de Shackleton, cierta moda académica un tanto perezosa tiende a adoptar los criterios de ordenación de las librerías y, sin pararse a considerar las raíces imaginativas, los denomina “libros de no ficción”, sin más. No es falso que estos libros partan de acontecimientos reales, pero quedarse en ello es limitarse a recordar algo tan obvio como que la aventura del Endurance aconteció, sin considerar lo más mínimo de dónde parte y a dónde se dirige la imaginación de Grill cuando creó su libro.

Esta imaginación persigue un afán didáctico, una enseñanza derivada del relato de una aventura. Para ello conjuga dos géneros, el biografismo y la crónica. Con ello se consigue un retrato individual y colectivo (el de Ernest Shackleton y su tripulación, formada por 28 hombres y 69 perros), así como un itinerario de viaje que permite la exposición histórica (con sus consecuentes saberes geográficos, semánticos y psicológicos, vitales). El didactismo aparece anunciado y sellado con las citas que encabezan la obra, una del explorador Roald Amundsen: “No puede fracasar jamás un hombre que dé muestras de gran valor, de constante determinación y de impávida resistencia” y otra del propio Shackleton, que ejerce de colofón: “Elegí la vida por encima de la muerte para mí mismo y para mis amigos… Creo que está en nuestra naturaleza el deseo de explorar, de adentrarnos en lo desconocido. La única derrota verdadera sería la de no salir a explorar jamás”.

Ésa es la enseñanza que condensa la peripecia. El viaje adquiere  una condición simbólica, la encarnadura de una lección ejemplar. Y ése es el signo distintivo de los libros de Grill: obras que, adoptando las posibilidades narrativas del álbum (una vertebración expositiva y cinematográfica del texto) muestran una aventura de la que se deriva una lección moral. Su objetivo último es enseñar a partir de la narración de una acción extraordinaria. La aventura se convierte en historia ejemplarizante (el éxito moral de un aparente fracaso, la supervivencia merced a un espíritu colectivo). A partir de ahí, el talento artístico de Grill posibilita una obra capaz de concitar la atención de todo tipo de público, desde el niño al adulto.

Su audacia gráfica (una optimización elegante de todo tipo de recursos: planos detalle, mapas, retratos esquemáticos pero vivaces, escenas cotidianas y paisajismo sublime) unida a una prosa clara, muy limpia, con traducción acendrada en la edición española a cargo de Pilar Adón, consiguen despertar el interés por la fábula y predisponer el ánimo a la comprensión. El relato de la peripecia de los hombres y perros de Shackleton, unidos a los de la propia embarcación, el Endurance, muestra capítulos breves y emotivos, fija topónimos imborrables (la Ciudad de los Perros, el Campamento Océano, el Campamento Paciencia…), gestas que se siguen con expectación (el viaje hasta la Isla Elefante, la llegada milagrosa a la estación ballenera de Stromness…), imágenes cotidianas (el bautizo de los animales, los juegos para elevar el ánimo, los pequeños placeres de la comida en medio de la desolación). Seguir la peripecia de estos hombres “helados como estatuas”, dibujados con los lápices de colores de Grill, despierta el juego de la imaginación y alecciona.

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Autor: William Grill. Título: El viaje de Shackleton. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros.