“Me pregunto si nuestra bonanza puede hacernos enfermar”, confiesa el líder Dorv a Elecs, el anciano, en una de las pausas del viaje que debe conducirles hasta más allá del paso de Luuv. “No enfermaremos si recordamos la ley de la montaña”, le advierte el viejo: “cuando llega uno, otro debe irse.” Y, con esa admonición retumbándole en su cabeza de neandertal, continúa Dorv guiando a su gente a pesar de sus dudas, de los interrogantes acerca del sentido último de ese trayecto en pos de tierras mejores que no sabe si al final será al cabo como otros, preguntándose si se respetará la ley de la montaña cuando se encuentren con los hombres gacela, esa otra tribu que, como ellos, pertenece al reino de los humanos, pero que es distinta, más avanzada y, por lo que saben, más despiadada. ¿Sobrevivirá la ley de la montaña o será sustituida por otra, ahora ignota? ¿Se retirarán los hombres gacela o todo terminará en una atroz batalla que provocará la extinción de los recién llegados?
Dorv, de momento, procura mantener el ritual de las leyes viejas en todo lo que respecta a los suyos. Y así, a lo largo de esta epopeya asistimos a iluminadoras descripciones, tan precisas y evocadoras, de un mundo que solo remotamente se parece al nuestro, de tan familiar y, al tiempo, nunca conocido. Porque en estas páginas habita el hombre cuando no era hombre, pero sí estaba a punto de serlo. Nos asomamos, pues, a la reconstrucción, con magistral pulso narrativo, de una encrucijada, al encuentro primigenio del “uno” con el “otro”, de dos comunidades de una misma especie pero en distintos estadios de evolución, y todo ello narrado a la manera de los relatos de la Grecia clásica, con inconfundible aliento homérico, trascendental y, a la vez, esencial y primitivo; y, también, totalizador, a la manera en este caso de las novelas del XIX y su pretensión de iluminarlo todo, de atraparlo todo.
Es algo que ya hemos visto en otros textos del autor, como los que conforman su ambiciosa trilogía del Largo Ahora, pero que aquí Nicolás Boullosa consigue afianzar, ofreciéndonos de paso páginas que, además de lanzar lo que serían las grandes preguntas acerca del sentido de lo humano que aún hoy nos hacemos, recrean un entorno que no puede ser sino salvaje, pero de un salvaje que el autor lleva hasta el punto de lo que nunca hemos visto y que remiten, en todo caso, a lo mejor del nature writing, tal es el potencial envolvente de muchos de los pasajes de esta novela torrencial, armados con ambición de orfebre. Toda esa artesanía de la palabra está puesta al servicio, en todo caso, del interrogante principal de esta novela: averiguar qué va a pasar en el encuentro con el otro, con el otro igual pero distinto. Si sucederá como cuando los lobos se vieron obligados a enviar a algunos de los suyos para que, como perros, entrasen al servicio de los hombres y así restaurar el equilibrio roto de la montaña, o si, por el contrario, es posible otro entendimiento más allá del arreglo de los lobos, lejos de la muerte, pero, también, de la esclavitud y la renuncia.
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Autor: Nicolás Boullosa. Título: La memoria de los lobos. Editorial: Faircompanies. Venta: Amazon
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