La civilización es memoria. Desde los extensos cantos de los aedos en la tarea de forjar a sus héroes hasta las nanas innatas susurradas en la noche para aliviar el miedo, recordar para uno mismo y para los demás es todo cuanto el ser humano puede hacer para seguir siendo.
Tal vez de todos ellos el contenedor más hermoso que el hombre ha sido capaz de idear para conservar esa valiosa memoria sea la escuela, ese lugar que ha ido mudando de nombres en las distintas épocas y lugares, pero cuyo objetivo se ha mantenido inamovible desde sus orígenes: mantener vivo el conocimiento de los viejos, transmitiéndolo con rigor y diversidad a los jóvenes que irrumpen con fuerza, curiosidad y vida en aquellos espacios que durante mucho tiempo fueron lugares casi sagrados de sabiduría.
Esa infinita cadena de pensamiento transmitido de hombre a hombre, ampliado y complejizado a través de los siglos, se está oxidando. Los eslabones se debilitan cada vez con mayor velocidad, y los contenedores del aprendizaje que siguen siendo las escuelas se tambalean hoy, sacudidos por un terremoto de fuerza constante e imparable.
Los maestros, antaño bases de civilización y cultura, son hoy unos cuantos peones que avanzan a duras penas en el entramado de una batalla que algunos intuyen perdida, lo que tal vez los convierte en una especie de vieja tropa desarmada pero todavía en pie. La delgada línea roja de nuestra civilización occidental.
Uno de esos profesores es Miguel Díez R., autor de un bello libro que ahora publica Reino de Cordelia: Cómo enseñar a leer en clase.
Luchador de las aulas durante cuarenta años, jubilado de la escuela pero no del amor a la enseñanza de la literatura, mira desde su trinchera de mar al presente y, como el maestro de memoria que fue, no puede evitar recordar un pasado no tan lejano, en el que “el ambiente escolar era sosegado, con raros sobresaltos; las relaciones entre los alumnos y con los profesores, salvo normales excepciones, eran respetuosas, agradables y fluidas. Había “buen rollo”. Si a todo eso unimos las horas lectivas dedicadas a Lengua y Literatura, se puede comprender que se dispusiese de tiempo y dedicación para muchos trabajos, lecturas y ejercicios que hoy pueden parecer excesivos o imposibles”.
Con la voluntad y el cariño forjados en la esperanza que siempre depositó en sus chicos, en sus alumnos, el profesor Miguel Díez ha elaborado este libro, que más que un tejido de memoria nostálgica viene a ser un manual práctico de pasión por la literatura.
Partiendo de un planteamiento esperanzador, “¿qué se puede hacer?”, el profesor ofrece un viaje breve (para no cansar nunca) muy bien seleccionado, muy cuidado, de lecturas propuestas para los alumnos de cualquier edad; en realidad para todos los lectores: poesía relatos, cuentos… un repertorio de muy diversos textos que componen, en conjunto, una especie de cofre útil para amar la lectura.
Creo que sería un error que los padres y docentes, o cualquiera que quiera seguir transmitiendo el magnífico legado de la memoria a las jóvenes generaciones, no tengan en su mesilla de noche, junto al smartphone, este valioso libro.
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Autor: Miguel Díez R. Título: Cómo enseñar a leer en clase. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todostuslibros y Amazon
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