The Wind and the Lion (El viento y el león, 1975) comienza violentamente, con un grupo de jinetes rifeños asaltando y destrozando todo en la elegante mansión del cónsul norteamericano en Tánger y raptando a Mrs. Eden Pedekaris (Candice Bergen) y a sus dos hijos pequeños. La película termina de tres formas, con la despedida, sutilmente sentimental, entre el jefe de esos rifeños, Al Raisuni (Sean Connery) y Mrs. Pedekaris; con la de Al Raisuni y el Jerife de Waizan (Nadim Sawahla) sin lamentar haberlo perdido todo, porque siempre hay algo por lo que valga la pena perderlo todo, y citándose cuando los dos cuelguen en las puertas de la muralla de Fez; y la última despedida es con Theodore Roosevelt (Brian Keith), Teddy para los amigos, e incluso para algunos de sus numerosos y encarnizados enemigos.
El Viento y el león nos lleva al norte de África, al Rif, el trágico escenario de desgracias y heroicidades españolas y rifeñas, nuestra última frontera colonial para un crepúsculo nacional que se teñirá de sangre en su epílogo de la Guerra Civil. El Rif, arriscado paisaje de bereberes indómitos habitado por clanes rebeldes a cualquier poder y con el legendario Al Raisuni. En la película de John Milius, la acción está situada en un conflicto internacional alrededor del reparto entre potencias dispuesto en la Conferencia de Algeciras, un statu quo, un impasse, prólogo de la 1ªGM. El rapto de Mrs. Eden Pedecaris y sus pequeños hijos es un desafío de Al Raisuni a los poderosos. La viuda Pedecaris es súbdita norteamericana y al Presidente Roosvelt, al que al sangre le hierve ante cualquier desafío —personal o político— le hace decir que quiere “a la Sra. Pedicaris viva o Al Raisuni muerto”. Su habitual política del palo y la zanahoria se reduce en este caso al palo. Lo malo del asunto es que Al Raisuni se ha perdido con sus huestes en lo más intrincado del Rif, y que los prusianos que manejan al corrupto Bajá se mueven como reptiles en ese escenario prebélico.
Un viaje que cambiará las vidas acomodadas de Eden y sus hijos, William y Jenny, cabalgando sin descanso, acampando al raso, comiendo con esos bárbaros y feroces bereberes, pero descubriendo a la vez ese mundo que conserva tradiciones, culturas, saberes y valores de siglos viviendo así, a caballo, en combates, en campamentos a la intemperie, valorando el caballo y el alfanje tanto como el honor y al libertad, la del Viento que sopla en las montañas y el desierto. Una conversación al calor de la hoguera, una partida de ajedrez, unas miradas que se adentran más allá de los turbantes y penetran en soledades íntimas y sentimientos reprimidos, van uniendo inextricablemente a Eden Pedicaris y Al Raisuni.
El Viento y el león apuesta, sin ambages ni cortocircuitos vergonzantes de periferias, por un vibrante cine de aventuras en el que el ritmo de la acción, la emoción de lo visual, los paisajes, el pudor de las emociones y sentimientos, cierta solemnidad poética de lo que se dice —porque es la medida de lo que se vive y piensa—, lo dominan todo. Por eso sabe tanto a Raoul Walsh, a Sam Peckinpah y al mejor John Huston, esa despedida, al borde del mar, de los dos amigos, Al Raisuni y el Jerife de Wazan cuando ya lo han perdido todo. Pero miran con desafío a un incierto futuro. Los tiempos están cambiando, pero ellos no. Se saludan con el respeto de la amistad, de los peligros compartidos como el combate feroz —alfanjes contra ametralladoras y armas automáticas prusianas, caballos de pura sangre árabe española contra apestosos vehículos de motor, sonrisa feroz en el rostro— que acaban de librar . Puede que acaben, como pronostica el leal Jerife de Wazan, de las puertas de la entrada de Fez, los dos rebeldes, los dos amigos, pero eso solo será, sentencia Al Raisuni, “cuando Alá lo quiera”. Ambos parten al frente de un exiguo escuadrón de fieles, irredentos como ellos. Cada uno en una dirección, y les perdemos de vista envueltos en brumas y polvo, como en cualquier buen relato remoto de hoguera de campamento, de cantar de gesta de frontera.
Y Teddy Roosevelt. Se queda a solas en uno de los salones de la Casa Blanca. A los pies de un enorme oso grizzly disecado que cazó personalmente, en la penumbra de la intimidad, lee, con la vista cansada de una existencia exhausta por vivirla a grandes tragos, la misiva que ha recibido del orgulloso rival rifeño, al que quería muerto si Eden Pedicaris no era devuelta vida. Teddy conservará esa carta toda la vida y la releerá con admiración una y otra vez: “A Theodore Roosevelt: Vos sois como el viento, y yo, como el león. Vos formáis la tempestad. A mí, la arena del desierto me hiere los ojos, y el suelo está requemado. Yo rujo en desafío pero vos no me oís. Mas existe entre nosotros una diferencia: yo como el león debo permanecer en mi puesto. Mientras vos, como el viento, nunca sabréis el vuestro. Mulay Hamid Al Raisuli, Señor del Rif, Sultán de los bereberes, último Pirata Berberisco».
El viento y el León la dirigió y la escribió John Milius, uno de eso cineastas norteamericanos que en los años 70 no había perdido la brújula de marear del cine clásico. Digno hermano, además, de Conrad o Stevenson. Ya les hablé de su película de surferos y desencantos El gran miércoles, y si se adentran en su no muy extensa filmografía, amén de Conan, que no me gusta mucho, disfrutarán de un sobrio biopic de Dillinger; una épica distopía, tachada de reaccionaria, sobre la conquista soviética de Estados Unidos, Amanecer rojo; y una conradiana mirada del Lejano Sudeste asiático, Adiós al Rey. Milius, un enamorado de España, se vino a rodarla al Sur, a la frontera del Mediterráneo, allí donde, entre brumas, se adivina el Rif.
Si no lo han visto, remedien el pecado con la compañía de una fría bebida espiritosa y cuando acaben, sin transición, abran las páginas de la vida del último cosaco, Taras Bulba, secundum Nicolái Gogol, que ha editado Zenda-Edhasa con prólogo del maestro Arturo Pérez-Reverte, y de postre lean o relean Esperando a los bárbaros. Salud y aventuras.
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The Wind and the Lion (El viento y el león, 1975). Producida por Herb Jaffe para MGM. Escrita y dirigida por John Milius. Fotografía de Billy Williams, en panavisión y technicolor. Montaje, Robert. E Wolfe. Música, Jerry Goldsmith. Dirección de Arte, Gil Parrondo. Interpretada por Sean Connery, Candice Bergen, Brian Keith, John Huston, Geoffrey Lewis, Steve Kanaly, Vladek Sheybal, Madim Sawalba. Duración: 119 minutos.
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