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El virguero

Cuando el fútbol era el deporte de nuestra infancia, porque lo podíamos practicar indistintamente en el patio del colegio y en la plaza de nuestro barrio, solíamos nombrar al más hábil de nuestros futbolistas como “el virguero”. Era el que más corría, el que mejores goles metía, el más hábil golpeando el balón, en definitiva el número uno entre los chusmillas que éramos los demás.

Ocurre con las palabras lo que con las personas. Que tienen buenas y malas épocas. En ocasiones las palabras llegan a un grado vital muy preocupante. Esta palabra —“virguero”— es un ejemplo de que el lenguaje hemos de ir mejorándolo y puliéndolo hasta desechar palabras moribundas que se quedan inanes.

La Real Academia Española, en su Diccionario de la Lengua Española acepta la palabra “virguería” aplicada a varias circunstancias, algunas no hacen al caso, a este caso, pero sí nos atañe la tercera acepción: en el castellano coloquial se denomina con dicha palabra una “cosa realizada con gran habilidad y perfección. El examen que hice fue una virguería. 4. f. coloq. Cosa excelente, extraordinaria. Este coche es una virguería”. Es decir, algo excelente, excepcional, extraordinario, nada común, nada vulgar.

"Para que el balón, que va a ser chutado, tenga sustancia, es preciso que desde el punto de salida hasta el punto de destino haga una parábola"

Dado que en nuestra infancia íbamos aprendiendo muy despacio, recuerdo que mi padre me reprendió moderadamente el día que vi en el campo de El Calvario meter un gol a Urre desde el punto de lanzamiento del córner. Insisto, desde el córner. Calificar al extremo izquierdo de La Unión de “futbolista virguero” no fue muy correcto y mi padre me lo hizo ver.

Por aquéllos días de mis diez años aprendí además que este tipo de goles suelen llamarse “goles olímpicos” y “goles de rosca”. Quién entonces solía meterlos con cierta frecuencia era “Emilín” (Emilio García), un delantero del Real Oviedo que fue dos veces internacional y se retiró de la profesión en aquellos años de mi infancia.

De la reprimenda de antaño extraigo la siguiente lección hogaño: hay que recuperar el nombre de las cosas, procurando que sea un buen nombre.

Camilo José Cela en su Enciclopedia del erotismo. Volumen 4.  Ediciones Destino, 1986, dice de virguero que viene de virgo y significa “Bonito, primoroso, hábil. Se usa también como sustantivo. // “Es una camisa virguera.” “El Manolo es un virguero en lo del ligue, chico.” // 2 Mujeriego. // Luis Besse, Diccionario de argot español: “Aficionado a las mujeres”.

Por su parte, el Diccionario de expresiones malsonantes del español, de Jaime Martín, colección Fundamentos 44, 1974, tiene otra visión semejante pero desigual: “Virguero, (vulg.). 1.a) Bonito, primoroso; magnífico, estupendo. Se compró en el Japón un tomavistas virguero.» «Ese señor siempre le hace unos regalos virgueros». «Diseñando es un tío virguero, te lo prometo.» 2.a) Elegante, bien vestido. «Va virguero a todos la(d)os, aunque sea más feo que Picio». «Hoy día lo que cuenta es ir virguero, desengáñate».

"Es darle al balón una vida nueva que no adquiriría si el futbolista habilidoso no estuviera en el terreno de juego"

La palabra pasó del ser al estar. Y se fue muriendo. Lo provechoso del caso es lo que paso a relatar a continuación. Puede que hoy resulte una bobada que por sabida, se calla; pero la voy a trasladar al papel porque conviene no olvidarla, ya que es la clave del buen futbolista, lo que diferencia al “bueno” del “excepcional”.

Para que el balón, que va a ser chutado, tenga sustancia, es preciso que desde el punto de salida hasta el punto de destino haga una parábola. He oído decir a algunos entrenadores que jugar al fútbol no es únicamente darle patadas a un balón. La vulgaridad de la patada tiene que convertirse en una demostración de inteligencia, y por consiguiente es preciso que se le golpee con cierta técnica. El balón puede trazar una parábola, según el lugar donde se le golpee, siempre y cuando esté en reposo y se pueda elegir el punto del golpeo. No olvidemos que es un cuerpo esférico que puede ir recto o trazar una curva hacia arriba o hacia abajo, a la izquierda o a la derecha; y despistar de tal modo al portero, que no consigue pararlo porque el balón parece tener vida propia y se ha desplazado inexplicablemente unos centímetros a impulsos de su propia trayectoria. Saber hacerlo es “la virguería” de un futbolista habilidoso que sabe tirar una falta superando la altura de la barrera de contrarios, y sabe darle al balón un movimiento descendente para que ataque la portería tras golpear en el césped o directamente, sin hacerlo. Es darle al balón una vida nueva que no adquiriría si el futbolista habilidoso no estuviera en el terreno de juego. Eso, y otras virtudes relacionadas con la inteligencia, y poco con la fuerza, es lo que se paga espléndidamente. Para mí, demasiado.

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