Arthur Conan Doyle, destacado jugador de rugby en la facultad de Medicina, dedicó un relato a este deporte y convirtió a Watson en ala del renombrado Blackheath.
“Por favor, espéreme. Terrible desgracia. Desaparecido tres cuartos ala derecho. Indispensable mañana. OVERTON”
Con este inquietante telegrama dirigido a Sherlock Holmes arranca el relato El tres cuartos desaparecido, que fue publicado en el año 1904 en la revista The Strand Magazine. Posteriormente se incluyó en la colección El regreso de Sherlock Holmes, y se trata de una de las tres ocasiones en las que Arthur Conan Doyle mostró su pasión por el rugby, deporte que practicó en sus años de estudiante de medicina en Edimburgo.
El relato en cuestión se enmarca en la rivalidad tradicional de las universidades de Cambridge y Oxford. Concretamente, aborda la misteriosa desaparición, horas antes de la Varsity Cup, el choque anual que les mide en los campos de deporte, de un destacado ala de Cambridge. El tal Overton, firmante del telegrama, resulta ser el capitán de Cambridge y la persona que recurre a la sagacidad de Holmes para resolver el misterio de la desaparición de su amigo y compañero, Godfrey Staunton. Un médico y un perro de caza llamado Pompey ayudarán a resolver el caso de este enigmático relato de veinte páginas en el que el rugby es protagonista como escenario de la trama. No es la única vez que Conan Doyle ha recurrido al deporte oval en su obra.
En The Firm of Girdlestone, publicado en 1890, Tom Dimsdale, uno de los personajes principales, evoca un partido internacional de rugby en el que participó en 1877 entre Escocia e Inglaterra en Raeburn Place, referencia inequívoca al primer partido entre selecciones de la historia del rugby, que se jugó en marzo de 1871 en el mismo lugar. Se da la circunstancia de que Conan Doyle, que rozaba el 1,85 de altura y superaba los 100 kilos, en sus apariciones como primera línea en el XV de la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo compartió equipo con varios internacionales escoceses allá por la década de 1870.
Y por último, en La aventura del vampiro de Sussex, el alter ego de Sherlock Holmes, el elemental y querido Watson, revela que en su juventud llegó a jugar en una ocasión de ala con el Blackheath, equipo emblemático de la zona en aquella época. Llama poderosamente la atención que Conan Doyle, que era un poderoso delantero, decidiera conceder el protagonismo a los tres cuartos, y más concretamente a los alas.
Educado en el internado jesuita de Stonyhurst, Arthur lo pasó mal en aquellos años y decidió refugiarse en la práctica del deporte, para el que reunía aptitudes indudables. Jugó en el equipo de cricket del Marylebone, fue portero de fútbol en el mismísimo Portsmouth FC, practicó con notable solvencia el golf y se refugió en el boxeo para sacarse la tensión de encima en su juventud.
Precisamente respecto al boxeo hay una anécdota muy recordada sobre él. Antes de dedicarse en cuerpo y alma a escribir las aventuras de Sherlock Holmes, Conan Doyle ejerció la medicina. En 1880 se enroló como cirujano en un barco ballenero y una de las cosas que incluyó en su equipaje al subir al barco, en el que pasó meses embarcado, fueron unos guantes de boxeo. Un día, el gerente de la empresa dueña del barco, un tal Jack Lamb, los descubrió y retó con insistencia a Conan Doyle a cruzar guantes. Cuenta la leyenda que en mitad de la pelea Lamb se volvió hacia el improvisado público que asistía al combate en la cubierta del navío y gritó: «¡Ayúdenme! Es el mejor cirujano que hemos tenido. ¡Si no, vean mi ojo morado!».
Doyle era un tipo competitivo en el campo de juego, independientemente del deporte que fuese. Esquió, sobresalió en la mesa de billar y hasta jugó al hockey. Pero su amor por el rugby le llevó incluso a escaparse de conferencias, como la que tenía que dar en París en 1921, y que abandonó raudo para acudir a presenciar en directo un partido entre Inglaterra y Francia en el Stade Yves-du-Manoir. En sus propias palabras el rugby siempre fue el «mejor deporte colectivo». Elemental, querido Watson.
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