Dicen que no hay que fiarse nunca de un animal herido. La periodista, escritora y directora teatral Elisenda Roca (Barcelona, 1963) añade que lo dicen porque un animal herido para sobrevivir —supone— muerde por instinto de supervivencia: «Pero estos animales heridos están tan heridos que el problema es que no saben defenderse ni ellos mismos. Así que ellos son los primeros que no se fían ni de los otros, ni de sí mismos». Es decir, estos animales heridos, están heridos al límite, todos ellos.
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—¿Pero es una una ficción en la que cualquiera puede sentirse identificado?
—Sin duda, sin duda. Es una ficción muy real.
—Te leí en una entrevista decir que confías demasiado la gente…
—Sí. No puedo evitarlo.
—¿Es un defecto?
—Es como soy. No sé si calificarlo de defecto o de virtud, pero soy como soy y sigo creyendo en el ser humano. Creo en la gente como refugio, como red de personas que están a tu lado y que te ayudan. Me gusta más regalar, dar, y me gusta poder confiar en la gente. ¿Que me he llevado más de un chasco? Sí, pero que sigo confiando, también.
—No es autobiográfico el libro.
—¡No!
—A Ricardo Moya le contaste que, como actriz, te daba reparo interpretar a alguien que no fueras tú. Pero ¿aquí «interpretas» un papel?
—No interpreto un papel. Nora es parte de mí y parte de otras mujeres de las que he conocido un poco sus vidas. Y quería colocar a esa bestia terrible, peluda y de pesadilla que existe y de la que se habla poco. Se habla mucho de las heridas visibles, de los individuos que maltratan a base de golpes físicos, pero se habla mucho menos de esas heridas que son profundas y que —en ese tipo de maltrato que ahora se llama psicológico— se van produciendo gota a gota y lentamente. Primero, sutilmente. Después, se van envalentonando y ya se atreven. Al principio pasa en la intimidad y después ya se hace público. Te puedes encontrar en un comentario sarcástico el menosprecio, la broma que nadie ríe —solo él—. Entonces, a partir de ahí, ya vas viendo cómo esos golpes escondidos, esos esos golpes bajos, van calando. El problema es que ni la víctima se siente víctima ni el agresor se reconoce como agresor. Por tanto, es imposible cambiar. Todo se maquilla con: «tiene mal carácter», «perdona, es mi tono»…
—«Es que tengo mal pronto…»
—Sí, tienen un pronto que no veas… Pero no se detecta fácilmente. Y ese es el problema. Y cuando lo detectas ya es tarde.
—En el libro, Antón es una persona que quiere vivir sola, pero uno, cuando lee libro, no sabe quién es el «atacante», porque tiene cada uno una característica. Igual que las mujeres son todas las mujeres, ¿los hombres también son todos los hombres en Animales heridos?
—No. Antón es un tipo de hombre de otra época, que ha existido y que es el hombre rural, de campo, viajado al máximo porque había sido marino y que ha recogido todos los arbolitos de los lugares donde ha ido. Los ha plantado en esa casa, en ese refugio, en esa Arcadia que resulta para los otros personajes. Antón es ese hombre del pasado con el que no te casabas por amor. No todo era así, pero, en general, cuando había dinero de por medio, a la niña de la casa no la dejaban casarse con un labriego. Ni mucho menos. Por más que tuviera para ellos un terruño. Esa niña se casaría con quien dijeran los padres. La herida que tiene Antón es una herida de hace un siglo porque es un nombre mayor. No sabemos ni la edad que tiene ni quiero especificarla, pero se supone que es un nombre mayor, muy mayor, que básicamente ha vivido para sus árboles. No es sociable. Se ha acostumbrado a vivir solo. En el fondo, tiene una historia muy bonita. Me interesaba mucho que en esta obra también hubiera espíritus y fantasmas. Y a través de los árboles el fantasma de Antón aparece.
—Pero le expropian los árboles…
—Es algo típico. El caciquismo sigue vigente, no ha desaparecido. De pronto, Antón ve que en sus terrenos habrá una línea de muy alta tensión y que nadie le ha pedido permiso. Entonces se derrumba y dice: «¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué vivo?» Y decide morir.
—¿Antón es una persona que desconfía de la raza humana o es misántropo?
—No es misántropo, es un hombre desencantado de la vida, de la relación con los demás. Ha decidido desconfiar plenamente de todos. Absolutamente. Vive para ir creando ese oficio que ya ha muerto, que es el de horquero, y vive austeramente con sus recuerdos y con ese amor que nunca lo abandonó y que está ahí. Es un hombre huraño, de pueblo huraño, del que nadie sabe nada de su vida. No es un monje, no es un cartujo, no es un hombre encerrado. Solo es un hombre que ha decidido hablar lo justo y relacionarse lo mínimo.
—Anna, la madre de Nora, padece Alzheimer. Supongo que está el olvido como mecanismo de defensa, y el olvido que no puede evitarse.
—Eso es durísimo. Creo que hay dos enfermedades que son, para mí, terribles: una es la demencia senil, y en este caso diagnosticada como Alzheimer, pero hay otras demencias que no son Alzheimer con las que también vas perdiendo la memoria y tu identidad. La otra es la esclerosis lateral amiotrófica (E.L.A.). Las encuentro muy crueles. Nos hacemos mayores, tenemos achaques, tenemos artritis, tenemos artrosis, tenemos un montón de enfermedades… pero olvidarte de quién eres y, al final, olvidarte de respirar es muy cruel. La madre de una amiga, por ejemplo, sabe que tiene Alzheimer. Está en una fase inicial. Hace ejercicios, pero sabe que esto es progresivo. Es decir: es degenerativa y, por tanto, no se para y ni se ha conseguido parar. Es muy duro saber que no te vas a acordar de la gente que amas y vas a olvidar lo que es amar. Vas a olvidar todo. Entonces, Anna es consciente de ello, pero es un personaje muy peculiar que intentó convertir en un juego el maltrato del padre: «vamos a jugar a ver de qué humor llegará papá» para proteger a sus tres hijas.
—¿Qué relación, por sus nombres, tiene Nora con la Eleonora de Mujeres desnudas?
—Son dos nombres que me gustan mucho. Nora es una mujer encerrada, así que intenta golpear y salir. Nora es un nombre que me ha gustado siempre. Si hubiera tenido una niña, seguramente se hubiera llamado Clara, como mi hermana, o Nora. Pero he encontrado que Nora era un nombre siempre muy bonito, muy gustoso de decir. Pero no tienen nada común. Lo que pasa es que en Mujeres desnudas también había una base. A mí me sorprendían mucho las historias de María Ripoll, pero yo escribía y en todas había también pequeñas pinceladas que apuntaban hacia Animales heridos.
—Eleonora es una mujer jubilada que le ha alquilado la planta de abajo de su casa a una joven fotógrafa. Eleonora describe que en la tele está viendo cómo humillan a una colaboradora, la más profesional y la más educada: «¿Qué hace esta periodista tan veterana entre esa pandilla de gritones agresivos que no tienen oficio y sí mucho beneficio? Debe de necesitar dinero. Te compadezco, pobrecita. Tener que aguantar tantos insultos, tantos desprecios de esos cenutrios y mentecatos… […] Deberías estar jubilada como yo».
—Eso es lo que hace mi madre: hablar a la tele. Ella gana todo en Saber y ganar. Yo le digo: «Sí, claro, mamá. Desde el sofá, cariño». Desde el sofá se gana todo. La escucho desde el estudio tener sus diálogos con aquella gente, como esa periodista veterana, y siento que está sufriendo, como Eleonora sufre viendo la televisión. Esta historia sale en realidad de una anécdota que me cuenta mi amiga, la doctora Carlota Basil. Un día le viene una señora que le dice que tiene unos temblores y que tiene unas angustias y que nota una cosa «ahí abajo» que no puede evitar. Carlota le pregunta si eso lo nota tocándose. «Bueno, le diré que me da placer, pero me entran unas convulsiones…», le contesta la señora de 74 años. Resulta que lo que estaba teniendo eran orgasmos. Carlota le empezó a contar lo que era un orgasmo. Esta señora era viuda y había tenido hijos, pero no había tenido nunca un orgasmo. Pensé en hablar de ello en forma de cuento.
—Hablando de cuentos, ¿qué tiene en común el Camilo de ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! con Nora? En este cuento para niños protagonizado por Camilo tratas la violencia…
—Ese libro me costó mucho escribirlo. En todos esos cuentos intentamos no dar lecciones de moral, sino que el niño vea a través del entretenimiento, a través de la risa, a través del humor, una situación que es un tanto disfuncional para la convivencia. Damos por sentado que el niño va a entender que vivimos en una sociedad, que no estamos en el monte encerrados una cueva. Cuando convives, tienes que mantener un tono, hay que respetar un poco el espacio, unas normas básicas de amor al prójimo, de educación, etc. Entonces intentamos que no haya moralina fácil, sino que se lo pase bien con el libro. En ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! queríamos hablar de los niños que pegan, de los niños y niñas que tiran del pelo… Este libro está pensado para primeros lectores. Por eso usé al hijo de una actriz y de un director de teatro que son vecinos míos que se llama Nil, que se aprendió los cuentos de memoria. Yo hablaba de la agresividad infantil y mi problema era cómo cuentas que los niños imitan, porque un niño no sale pegando, tiene su propio carácter, pero tiene una base genética también, de unos y de otros. Entonces el niño se va moldeando a través de lo que ve, de la convivencia. A mí me costó mucho, pero lo conseguí a través del teatro, y como los padres de Nil son actores, montaron una obra de teatro para que el niño y la niña —son dos que pegan, que arañan y que muerden— vieran delante suya un poco su vida. Y ahí se dieron cuenta de cómo se comportaban. Convertí a los niños en animalitos, en cocodrilos. Nil estaba muy preocupado. Tanto, que me preguntó si él era el que pegaba. Yo le dije: «no, tú serás el que lo solucione».
—Hubo un productor que se adjudicó la co–dirección de un programa tuyo…
—Para su currículum, me dijo.
—Porque nunca había dirigido. ¿Qué tipo de animal es esa persona?
—Yo lo definiría como el depredador común: irrespetuoso y ególatra. Es la imagen más fea del género masculino y hasta entonces no había intervenido, casi. Me acuerdo que salíamos de la primera reunión y me dijo que me acompañaba a casa, pero, muy afectado, dijo que no sabía dónde había dejado el coche. Yo le pregunté qué coche tenía y me contestó que no sabía cuál había cogido hoy, porque —dijo— que tenía diez o doce. Alguien que te dice eso es un fanfarrón, pero de libro. Era el típico nuevo rico fanfarrón. En fin, no tengo palabras. Después me subí a su coche y pensé: «Madre mía de mi vida… Y hay alguien que está conviviendo con él». Bueno, espero que le compense.
—Fuiste de las primeras periodistas que pasó de la privada a la pública…
—Yo empecé en Antena 3 Televisión. Entramos nosotros y salían los albañiles.
—Pero dices que donde mejor te encuentras es en la sombra.
—Siempre. Desde hace muchos años. Es que no me gusta nada exponerme. Hace ya bastante que me lo paso mejor dirigiendo. Me lo pasé muy bien haciendo la tarde en la televisión de Barcelona. Ahí jugamos e hice lo que quise. Fue un magazín del que me siento muy orgullosa y muy feliz. Era muy teatral, muy televisivo y muy loco en el que jugamos e hicimos televisión. No televisión de tresillo, porque ahora se hace radio en colores: se pone tresillo, gente charlando y ya está. Allí experimentamos de manera audiovisual a lo loco y nos lo pasamos muy bien. Después, lo que me interesa más es estar detrás, dirigiendo teatro, dirigiendo programas, creando, escribiendo, etc. Mi labor es estar ahora en la sombra. Cuando Juanjo Cardenal se jubiló y me llamaron para preguntarme si quería ser la voz de Saber y ganar no dudé ni un nanosegundo.
—¡Eres la radio dentro de la tele!
—Y es una fantasía. Era la de Cifras y letras pasando a Saber y ganar. O sea, de un concurso mítico de La 2 a otro mítico del mismo canal. Era volver a casa y lo hacía en un programa consolidado al que, por cierto, le acaban de dar el Ondas hace dos días. Es un equipo fantástico. Pero sí, prefiero no exponerme. Ya me expongo con mis amigos, me expongo sobre seguro. Ahí es donde sale la Elisenda de stand-up comedy, porque el oficio de actriz y actor, yo que he dirigido teatro, requiere un talento especial y una técnica. No todo el mundo tiene verdad dentro del cuerpo. Ser actor o ser actriz no es subirse a un escenario: es mostrar verdad. Transformarte, convertirte… Hay muy pocos así. Teatro puede hacer todo el mundo, pero buen teatro, de aquel que te toca porque estás creyendo lo que ocurre allí, no.
—«Alicia ve subrayado el nombre del ex de Nora y decide parar aquí. Coge las dos carpetas y las mete dentro de la bolsa. Claramente, su amiga está ordenando el pasado antes de poder entender el ahora». Cito esta parte de Animales heridos para preguntarte por las políticas actuales hacia las mujeres: ¿se habla más de lo que va a cambiar que de lo que ha cambiado?
—Hay una ignorancia supina y lo que deberían hacer es, justamente, revisar las carpetas del pasado para ver cómo hemos llegado hasta aquí. Y, a partir de ahí, revisar este ahora. Sinceramente, creo que no están a la altura de lo que el ciudadano necesita y requiere. Es una guerra de partidos, de gente que está muy bien instalada y que no va a moverse un ápice porque vive de ello. O sea, se ha profesionalizado esa política. Y es una política que no baja a la calle, no sabe qué ocurre en la calle, solo sabe lo que ocurre en los corrillos y esos sí son buenos actores. Hacen teatro, pero del malo, no del bueno.
—¿Eres más de cifras o de letras?
—Pues te diré que siempre he sido muy de letras, pero si hubiera tenido una profe como mi amiga Clara Grima hubiera adorado las matemáticas.
—¿Saber te asegura ganar?
—En todo caso, saber te asegura vivir más informado y saber te asegura poder protegerte mejor. Igual lo importante no es ganar, igual lo importante es disfrutar de la carrera. En todo caso, saber te asegura vivir más informado y te asegura protegerte mejor.
Las mejores historias de amor no se han escrito. Ni siquiera creo que deban escribirse, porque toda escritura implica interpretación y distorsión. Esas historias son para verlas desde dentro. Gracias a que mis padres se amaban, he mamado qué es el amor en el matrimonio. Gracias a ellos, no he aceptado rebajas ni me la han colado con productos defectuosos. Gracias a ellos, tantas cosas hermosas que no venderé, que deben permanecer en la intimidad del corazón y morir conmigo.