Lo que más estimo en un texto —en toda la creación artística y literaria— es la exaltación de la subjetividad de su autor que pueda percibir en él. Si partiendo de ella se llega a cierta objetividad —por así llamar a lo común, a lo que puede ser concernido por todos— me descubro ante ese trabajo con el entusiasmo con que saludo las obras maestras. A finales de los años 90 lo hice ante un brillante artículo de una novelista española. La lucidez con la que hablaba de su asunto me ganó sin ambages. Y eso que aquel tema, particularmente, ya se me quedaba tan lejano como el misterio, y la sublime belleza, que guardan las noches blancas de San Petersburgo.
Casado desde el año 91, esas efusiones, ya digo, se me habían quedado tan lejanas como el resto de los procedimientos del galanteo. Reservaba los besos para mi Santa. Pero ello no quitaba para que, en el fin de siglo, aún frecuentase los bares de copas y me descubriese —con el mismo entusiasmo que ante el artículo de aquella novelista— ante el éxito que, cantando a lo nunca cantado del costumbrismo de aquellos establecimientos, conoció el dúo Ella Baila Sola (EBS). Casi treinta años después, Marta Botía Alonso y Marilia Andrés Casares, sus integrantes, aunque han proseguido con sus carreras de forma independiente, son tan representativas de las noches de los años 90 que también merecen el mejor de los recuerdos entre las chicas de ayer.
En mis locales favoritos del crepúsculo del segundo milenio se escuchaba aquello que mi amigo el hippie de Carabanchel llamaba “músicas con sentimiento”: rock & roll, rhythm & blues, jazz… Pero en la primavera de 1997, «Amores de barra», el segundo de los grandes éxitos de EBS, formaba parte de la banda sonora de nuestro país y, al parecer, también de algunos otros, hispanoparlantes, del extranjero. Dicho de otra manera: se escuchaba en todas partes.
Como a todo el mundo, de aquella canción me impresionó la subjetividad femenina en el retrato veraz, acertadísimo, de los procedimientos galantes en los bares de copas. Marta, con el correr de los años recordaría que el tema tiene su origen en un tipo que, en cierta ocasión, la abordó preguntándola si quería ser su “amor de barra” aquella noche. Aunque ella lo mandó por donde había venido, aquel hallazgo del galán frustrado dio origen a la canción con que la subjetividad femenina entró en el pop patrio entre aplausos y exclamaciones de admiración.
Fue tanta gente al concierto de presentación de EBS, en la madrileña sala Caracol, y gustó tanto a todo el mundo, que tuvieron que hacer una segunda sesión. El relato del hecho ocurrido a una de ellas —subjetivo— se exaltaba en la canción hasta alcanzar la objetividad: todas las chicas que frecuentaban los bares de copas se vieron retratadas en el coqueteo referido. Tanto fue así que hoy, que se condenan por sus letras temas escritos hace 40 años, se tiene esta canción como un ejemplo de feminismo.
Antes de «Amores de barra», las piezas focalizadas desde la perspectiva de la chica hablaban de amores apasionados, perdidos, fingidos en las distancias cortas o despechados: aún habrá quien recuerde la impresionante «Ayúdame a pasar la noche» (1976), uno de los últimos éxitos de Marisol. Pero esa crónica del protocolo femenino frente al galanteo —la comparación del que le gusta con el resto del “ganado”, los retoques en el baño, la manera de controlar al tipo ante el sobeteo—, el procedimiento hasta llegar a esas distancias cortas, en definitiva, era un asunto que aquí no se había escuchado en una canción antes de EBS. Por eso las asocio a aquella escritora.
Y luego estaban ellas. En el escenario, en sus primeras actuaciones televisivas, aún mostraban una leve timidez. Aunque no mayor que la de las chicas que protagonizaban sus canciones, en las noches de los viernes, y las vísperas de festivos, a ambos lados de la barra de cualquier bar de copas.
El renacer de la canción de autor de aquellos años las tocaba tangencialmente, pero EBS no parecía tener más compromiso que con su propia sensibilidad. Como la misma Marta comentaría con el correr de los años, no sabían de otro modelo que su propia inspiración. Y ésta, en «Amores de barra», aludía a cosas conocidas por cuantos vivían las noches del fin de siglo. Todos nos rendimos fascinados ante la evidencia: Marta y Marilia eran dos chicas de verdad, con deseos y cautelas ante los desconocidos que podían satisfacerlos sin complicaciones. Aquel éxito suyo no obedecía a ninguna operación de márquetin, como sí fue el caso de tantos otros protagonistas de la historia del pop español.
Ya avanzados los años 90, habían quedado muy atrás aquellas que te preguntaban si las querías antes de entregarse a las efusiones. Las últimas se vieron a finales de los años 70. Si en el fin de siglo quedaba alguna, no iba a bares de copas. Las chicas finiseculares practicaban el sexo con la misma desenvoltura que los hombres. Pero, como tantas cosas, aún no se decía. “Estábamos acostumbrados a escuchar, en voces de mujer, canciones de amor y de pérdida”, comentaría Marilia ya en épocas más recientes. “Yo creo que en nuestros discos había una mirada a la que no estaban acostumbrados, porque esas canciones de amor y pérdida las escribían hombres. Como en todos los sectores, en la música también todo estaba muy masculinizado. Nos faltaba la referencia de la mujer».
Y eso fue, precisamente, lo que aportó EBS al pop español: la subjetividad femenina en los usos amorosos del fin de siglo. Seguro que hay alguien que las ha comparado con las Vainica Doble, el dúo nacido cuando Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen se conocieron —al coincidir silbando Tannhäuser mientras esperaban el autobús que habría de llevarlas a la Complutense— y acabaron aportando una de las primeras visiones femeninas —y de las más cultas— al pop patrio.
Un cuarto de siglo después, Marta Botía y Marilia Andrés se conocieron estudiando COU en un colegio madrileño, y ahondaron en esa misma sensibilidad desde una perspectiva inusitada —el sexo sin amor, frente al costumbrismo de la cocina y el envejecimiento de la pareja, que con frecuencia inspiraba a las Vainica— en «Amores de barra». Antes y después, sin salir de aquel primer álbum del 96 titulado como el dúo, hubo éxitos de inspiración más clásica: «Lo echamos a suertes», «Cuando los sapos bailen flamenco».
Volvieron a ganarnos, a las feministas y a los que nos gustaban las chicas de los bares, que también recelábamos de las chicas meramente decorativas, con «Mujer florero». Después, como todo toca a su fin, llegó la separación de EBS. Cada una siguió su camino. Yo las recuerdo como a aquellas chicas de los bares de mi época que, de repente, se subían a la barra y se ponían a bailar solas, acaparando todas las miradas.
Qué tiempos: los gloriosos noventa, las chicas finiseculares, los últimos años de la carrera, los pisos de estudiantes, los bares de copas… La canción de marras nunca me dijo gran cosa, pero tras leer el artículo me he visto obligado a volver a ver el vídeo correspondiente con una inesperada sonrisa nostálgica. A Marta y Marilia hay que reconocerles que formaron uno de los dos mejores grupos mierdosos de la década de los noventa (el otro fue, obviamente, La Oreja de Van Gogh).