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‘Ella, él y sus millones’: Una comedia española

‘Ella, él y sus millones’: Una comedia española

Personalmente creo que si hay un género cinematográfico para el que estamos dotados los españoles, como a otro nivel los italianos, es el de la comedia, desde tiempos inmemoriales. Baste citar Lope de Rueda, Cervantes, los maestros de los corrales de comedia del Siglo de Oro, toda la novela picaresca, pero también Moratín, la propia zarzuela y luego la larga tradición del pasado siglo desde el astracán, con genios como Muñoz Seca, que cultivaba además la comedia, más Arniches y la genial generación, la otra generación del 27, en afortunada descripción de López Rubio en su discurso de ingreso en la RAE, de Jardiel, Mihura, Neville, Tono, Llopis, Herreros y el propio López Vazquez, y sus herederos como Álvaro de la Iglesia, Miguel Martín, Alfonso Paso, Alonso Millán y en cine Saénz de Heredia, Berlanga, buena parte del landismo como heredero del astracán, la tercera vía del productor Dibildos, cierto cine de la Transición como el primer Trueba o Colomo, García Sánchez y Azcona hasta Santiago Segura y su Torrente.

Leer las comedias de Lope de Vega, La dama duende, La villana de Vallecas, de Calderón, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, es descubrir —lo de verlas representar ahora mismo ya es otra historia, en muchos casos penosa por pedante y pretenciosa— un venero extraordinario en el que la magistral construcción dramática, la denominada carpintería teatral, el diseño de personajes y situaciones, la brillantez de versos cumpliendo la función de diálogos extraordinarios, nos llevan desde la screwball comedy hasta la comedia sofisticada pasando por la farsa, de tal manera que enredos, equívocos, amores y desamores planeados como intrigas ajedrecísticas entre sensuales y románticas no envidian en absoluto a lo mejor del Hollywood clásico de los años 30-50. Por qué el cine español —con contadas excepciones como El perro del hortelano, dirigida de manera excelente por Pilar Miró— ha eludido ese maravilloso material, dice mucho de quienes se han dedicado y se dedican a ello.

Otro tanto cabe decir de toda la rica tradición del teatro patrio agrupado alrededor del mundo de Arniches, Jardiel y la gente de La Codorniz, aunque debe reconocerse que al menos en los años 40 y 50 podemos reconocer algunas películas muy estimables. Incluso buena parte del cine de Berlanga debe, y no poco, a esa otra generación del 27, sin olvidar que Mihura colaboró en ¡Bienvenido, Mr Marshall! y Neville está tras Novio a la vista.

"Ver cualquier película de esa década o de la siguiente es darse el festín de presenciar gloriosas actuaciones de legiones de actores y actrices de enorme talento"

Mucho más olvidado, y en general sepultado por los prejuicios, pese a los esfuerzos magníficos de gente como Fernando Méndez-Leite, que nos abrió los ojos a toda una generación proyectando en TVE, en La 2, buena parte de ese cine español que se despachaba, y aún se hace, entre críticas feroces y bromas jocosas, está el cine de comedia español de los 40, en el que, cuando se logra verlo, en buenas copias, muestra una inesperada vitalidad y originalidad. Aprovecho para elogiar lo admirable que está resultando la labor de Enrique Cerezo recuperando impecablemente buena parte del cine español, muy desasistido en esa tarea por un Ministerio de Cultura dedicado a otras cosas que nunca se sabe, a parte del lío con las subvenciones y sus alrededores, ítem permanente de ese negociado.

En ese período uno puede encontrar trabajos muy correctos como la Eloísa está debajo de un almendro del maestro Jardiel Poncela, en una dirección plena de buen oficio de Rafael Gil, junto con joyas de un cine del absurdo, pura Codorniz en plena forma por completo desopilante, lleno de talento y provocación, como La muralla feliz, del gran Enrique Herreros, que es lástima que no se prodigara más en el celuloide. Amén de ello, ver cualquier película de esa década o de la siguiente es darse el festín de presenciar gloriosas actuaciones de legiones de actores y actrices de enorme talento capaces de, con un personaje marginal, una actuación de carácter, arramblar con toda la película. Con citar a Antonio Riquelme, José Isbert o Guadalupe Muñoz Sampedro ya está dicho solo un poco de eso.

"Hoy saco del cofre del pirata Ella, él y sus millones, una muy inteligente mezcla de comedia romántica y screwball comedy con anotaciones muy Lubitsch"

Juan de Orduña, famoso en los 40 por su cine de combate franquista, con películas como ¡A mí, la legión!, y del que cabe recuperar una película muy especial, El frente de los suspiros, que me descubrió, como tantas otras cosas, Miguel Marías hace ya unos años, dirigió tres comedias muy interesantes, en parte comedias sofisticadas y románticas, en parte herederas del absurdo humor codornicesco, de la concepción del mundo como una elegante extravagancia de Jardiel Poncela y finalmente muy atentas al cine clásico norteamericano de Lubitsch, Hawks, McCarey, Capra, Sturges… más que a las comedias italianas del fascismo, conocidas como «comedias de teléfonos blancos», como se las ha querido despachar. Ella, él y sus millones, Tuvo la culpa Adán y Deliciosamente tontos son las tres comedias de Orduña a las que me refiero.

Hoy saco del cofre del pirata Ella, él y sus millones (1944), una muy inteligente mezcla de comedia romántica y screwball comedy con anotaciones muy Lubitsch. Orduña, al parecer, contó con un presupuesto mucho más generoso que para sus otras comedias y dispuso de una pareja de protagonistas muy en boga en la época: el galán Rafael Durán, famoso por su juego de cejas, y Josita Hernán, que luego haría una gran carrera en el teatro; añadan un reparto glorioso con una pareja de aristócratas financieramente tronados y fuera de época, nada menos que José Isbert y Guadalupe Muñoz Sampedro, por no hablar de Juan Calvo, Antonio Riquelme y Xan das Bolas, amén de jóvenes cachorros como Luis Peña, Ana María Campoy y Luchy Soto, en algunos casos en personajes aristocráticos tan descacharrados que preceden a los Leguineche berlanguianos.

"Uno y otro se acaban enamorando pero no quieren confesarlo, lo que provoca líos y equívocos"

La situación argumental de base, que parte de una comedia, Cuento de hadas, escrita por Honorio Maura y que Orduña había estrenado en sus tiempos de galán en el Infanta Isabel en 1928, es clásica, tipo Lubitsch. Un tipo joven, Arturo Salazar (Durán), un self-made man que ha hecho mucho dinero saliendo de la nada, quiere adquirir pedigrí social, por lo que busca esposa que se lo ofrezca, y da con los Hinojares, tronados financieramente, derrochadores y sin cabeza en las nuevas generaciones, de manera que concierta matrimonio con una de las chicas, Diana (Hernán), pero con la condición de que el matrimonio sea puramente formal y nada más. Uno y otro se acaban enamorando pero no quieren confesarlo, lo que provoca líos y equívocos, incluido un juego de celos urdido por la joven esposa con su amigo Julio (Peña), que acaba como el rosario de la aurora.

Orduña filma impecablemente una acción trepidante, salpicada por diálogos en los que abundan los disparates y absurdos, y que incluye un viaje de novios por lugares exóticos en cada uno de los cuales, al estilo de Hitchcock, algo pasa que complica la situación, manejando, con las limitaciones de la época, un subtexto en el que late la tensión sexual creciente entre esposos que no ejercen de tales, con planos lubitschianos como la mirada del esposo a la cama sin deshacer de la novia en la noche de bodas o el uso de las puertas cerradas para concluir escenas similares. El suspense narrativo que Orduña maneja con gran sutileza es el deseo de ambos esposos para consumar un matrimonio al que se han negado contractualmente, de igual manera que el disparatado y trasnochado mundo de la sociedad de los Hinojares sirve de contrapunto disparatado del nuevo orden social, el nuevo capitalismo que representa el personaje de Durán. Al ritmo le ayudan unos diálogos muy ingeniosos y brillantes, uno de los elementos claves, junto con el excelente y proteico reparto para asegurar la eficacia de una comedia muy divertida e impecablemente construida y dirigida.

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Ella, él y sus millones (1944). Producida por Cifesa. Dirigida por Juan de Orduña. Guion de Alfredo Echegaray y Manuel Tamayo, basado en la comedia Cuento de hadas, de Honorio Maura. Fotografía de Guillermo Goldberger, en blanco y negro. Música de Juan Quintero. Montaje de Juan Serra. Decorados, Enrique Alarcón. Vestuario, Pedro Rodríguez. Interpretada por Rafael Durán, Josita Hernán, Luchy Soto, Luis Peña, José Isbert, Guadalupe Muñoz Sampedro, Fernando Freyre de Andrade, Ana María Campoy, Antonio Riquelme, Xan das Bolas, Manuel Requena, Raúl Cancio, María Isbert. Duración: 120 minutos.

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