La literatura en español le debe a una noche de insomnio el poder disfrutar de uno de sus mejores narradores contemporáneos. Escritor de vocación temprana y desarrollo tardío, estaba el ingeniero Mendoza en su casa sin poder dormir, en el clásico desvelo que odia todo buen madrugador. Harto, cogió un cuaderno que había comprado esa misma tarde y lo llenó. En una noche, sin parar. De aquella borrachera de letras sufrida a los 28 años y precedida antes de la lectura de cientos de libros, nace una carrera que ha llevado a Elmer Mendoza (Culiacán, 1949) a ser el reflejo de una maravillosa paradoja: un mundo, el del narco, podrido en esencia, altanero, hortera y cruel tiene en este señor grandote, amable y elegante a su mejor retratista, ese que lo hace sin maniqueísmos ni trucos, con un tono poderoso y único, con una sutil trama de grises.
“La base está en que desde que decidí ser escritor decidí hacerme un estilo y eso implica la elección de cómo vas a trabajar con el lenguaje. Y todo ese trabajo que haces corrigiendo y escuchando el texto tiene que ver con conseguir eso: ser fiel a la idea del tipo de escritor que quieres ser”, comenta Mendoza, con un brillo especial en los ojos.
La conversación con Zenda tiene lugar en un hotel de Madrid, ciudad que adora y donde ha presentado Besar al detective (Random), la cuarta entrega protagonizada por Edgar, El Zurdo, Mendieta, “un policía de moral acomodaticia” como le define su creador, un tipo peculiar, original, corrupto y a la vez buena persona, amante apasionado, trabajador incansable, amigo de la capisa del narco Samantha Valdés. “La relación entre Valdés y el Zurdo no quiero que se explique, no quiero terminar de definirla, quiero que esté flotando, porque eso me deja libertad para ciertos movimientos entre ellos”, explica tranquilo, didáctico y divertido, como un niño que evoca ante los mayores una hazaña callejera. ¿Y de dónde sale un personaje femenino tan poderoso? Sencillo: “Hay una base que es fundamental: mi familia. Allí mandan las mujeres. Tienen la frialdad para saber qué hacer en situaciones complejas y en mi caso eso es lo que pasó: mi abuela, mi madre, mi hermana, mi esposa y mi hija son mujeres así, que tienen el control de lo que las rodea”.
Cuenta en broma Elmer Mendoza que abordó el tema del narco por primera vez en profundidad en El amante de Janis Joplin para dar la satisfacción a los periodistas, que le habían machacado a preguntas sobre el submundo de la droga en la promoción en 1999 de su debut como novelista, Un asesinato solitario. Desde entonces, cuatro novelas de la serie del Zurdo, y la quinta ya en proceso, le han servido para crear una obra que capta los ambientes, la viveza torrencial del lenguaje de Sinaloa y la normalidad con la que el narco se ha instalado en la vida de ciertas zonas de México. En este contexto, hay una pregunta inevitable:
–¿Cómo es escribir novela negra en un país donde reina la impunidad?
–La realidad me educa, me proporciona historias, lenguaje. Eso es esencial para escribir una novela. Pero luego tienes que partir e instalarte en que es ficción. La realidad, estéticamente, no tiene ningún valor. Un cadáver, por ejemplo. Cuando ves un cadáver, que desde luego lo he visto, pues es algo impresionante porque son amarillos, desmadejados, bah!, muy muy poco literarios. Es necesario procesar lo que ocurre”.
Sin embargo, durante la conversación, una cosa y otra se mezclan a menudo, dibujando unos límites difusos entre realidad y ficción. “Ahora todos estamos muy entretenidos con el asunto de El Chapo, pues se ha vuelto muy gracioso. Además, al menos a mí, me da la idea de lo que es el poder de la literatura, cómo ella se queda impresionada por un ambiente y él se enamora de Teresa Mendoza reflejada, claro, en ella. Y se me hace lindo”, cuenta, con los ojos entrecerrados y una amable sonrisa.
Precisamente, la detención del narco más famoso del mundo torció los planes de Mendoza para rematar la quinta entrega del Zurdo. “Empecé a escribirla con la idea de que fuera la última. Y elegí la ciudad de los Mochis que es donde atraparon al Chapo la última vez. Y me paralicé. Tenía todo un plan, la elección del delito básico y los secundarios para poder empezar, y hasta había elegido espacios en la ciudad. Pero me paralicé porque me dije: no quiero dejarlo fuera, tengo que meter algo de la presencia del capo allí y tardé un par de meses en encontrarlo”, narra con su voz tranquila, de escritor “metódico pero libre”, de hombre con un proyecto al que se aferra hasta que está en el lugar que cree que le corresponde.
Pero si hay algo que demuestra cómo la realidad se cuela por las fisuras de la ficción, por muy férrea que sea la construcción de ésta, es el lenguaje. Armado con ese estilo propio por el que apostó desde el primer momento, el autor de La prueba del ácido (Tusquets) mezcla con acierto y musicalidad el español más correcto con el slang sinaloense más radical para crear textos originales y vivos, un reflejo de ese lenguaje que Arturo Pérez-Reverte define con acierto como el español más potente y creativo del mundo. “Un día descubrí, no sé cómo, que mezclar la norma estándar con la callejera me salía del corazón. Podía volcar mis sentimientos más puros utilizando esa mezcla estilística. Además me produce ese placer profundo de ser escritor, de crear una atmósfera que tiene vida y que puedes ligar con otras para crear una novela. Yo intento hacer textos normales, pero siempre pasa algo que me lleva a decir: aquí falta algo y termino por caer en la tentación”, afirma con el deje de un acento lejano y las pausas adecuadas para que el interlocutor asimile.
Muy activo siempre en la búsqueda de una solución al caos de México, Mendoza no rehúye el asunto de la guerra contra el narcotráfico. De nuevo, la realidad invasora. “La matazón de los seis años de Gobierno de Calderón no sirvió de nada. Lo dijimos y lo avisamos. No sé en Europa, pero con EE UU sé, por lo que dicen todos los que estudian el tema, que hay acuerdos convenientes. Por ejemplo, conseguir un mundo sin adictos cuesta muchos miles de millones que ningún país puede asumir. Así que optan mejor por el control, por las políticas prohibicionistas que tienen ya cerca de 100 años y que son muy espectaculares y a los Gobiernos les dan un aura de honorabilidad”, resume con el colmillo afilado. “La pax narcótica funciona, creo que sí. Después de un montón de cadáveres, creemos que es mejor tener una paz negociada. Es decir, si las bandas realmente son un poder y son capaces de debilitar un gobierno al grado de que se llegue a decir que México es un estado fallido, entonces sí, las negociaciones valen la pena”, remata.
Pero el poder de la literatura es imparable y vuelve continuamente a la conversación con este devoto de la fuerza narrativa de Fernando del Paso y la suavidad de Juan Rulfo, sus dos grandes influencias mexicanas, sus “maestros más allegados”.
Empujado por el legendario editor inglés Christopher MacLehose, que publica sus obras en Reino Unido, Mendoza confiesa que quiere escribir la sexta entrega del Zurdo, incombustible y con más vidas que un gato. Desde que se estrenase con Balas de plata, Mendoza, y con él Mendieta, se han ido volviendo más oscuros, más profundos, más reales. “Creo que Besar al detective es la más oscura y en la que los personajes tienen problemas más agudos, y si los problemas son más agudos la unidad entre ellos tiene que ser más notable. La quinta espero que sea aún más oscura. He tenido que trabajar muchísimo y la parte que tengo la tuve que reescribir entera y quiero hacerla más oscura, no sé todavía si lo conseguiré”, cuenta intrigado con sus posibilidades, entregado a la causa de la escritura.
La cita termina de pie, en una mesa donde el hotel ha tenido a bien poner unas gominolas y regaliz y la conversación se llena de recuerdos, de su paso por Segovia o Newcastle, de aventuras vividas por este sinaloense amante de su tierra pero que disfruta con el show business en el que se ha convertido la literatura contemporánea. “Cuando termine en Madrid me vuelvo a Culiacán” suelta contento. A lo que para algunos sería el infierno, pero para Mendoza es solo su casa. A vivir con su mujer y con El Zurdo, a seguir contándonos la vida y miserias del narco.
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