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Élmer Mendoza

Conocí a Élmer Mendoza hace quince años en Culiacán, Sinaloa, cuando preparaba mi novela La reina del Sur. Acudí a él, recomendado por nuestro común amigo el Batman Güemes –los dos acabaron convertidos en personajes de aquella narconovela–, para que me ayudase a establecer el habla de algunos de mis protagonistas: ese español mexicano, norteño y fronterizo, que en contacto con el gringo se ha convertido, posiblemente, en el habla más potente y creativa de toda la lengua española.

"Me hice hermano de sangre, de letras y de libros de ese tipazo grande y tranquilo..."

Desde el primer momento, Élmer se mostró como es: generoso y hospitalario. A los diez minutos ya éramos amigos para toda la vida. Pisteamos por cantinas y teibols culichis, bebimos tequila, comimos en la taquería Durango y escuchamos corridos narcos en el mercadito Buelna y en el Don Quijote, rodeados de tipos bigotudos y peligrosos que olían a dólares frescos y a mota de la sierra. Me hice hermano de sangre, de letras y de libros de ese tipazo grande y tranquilo, y esa amistad se ha ido reforzando de modo entrañable hasta el día de hoy. Y si uno vale, dicen, lo que valen sus amigos, debo asegurar que uno de mis mayores orgullos es que alguien como Élmer me llame algo más que amigo. Nos llamamos el uno al otro carnal, que en habla de allá significa hermano. Y ésa no es una simple fórmula social ni una metáfora. No entre nosotros.

Aquel Élmer al que conocí hace una década y media, que empezaba a dar entonces sus primeros pasos en el territorio de la novela, se ha convertido hoy en el patriarca de la literatura norteña mexicana: el más leído, el más respetado y el más querido. Hasta los lectores jóvenes lo siguen con veneración. Él fue el primero en fijar por escrito, de un modo prodigioso, el habla de la franja fronteriza, la atrevida y fértil mezcla de español, inglés y jerga local, el conversar de los campesinos de la sierra, de los narcos, de los humildes y los cultos, todo revuelto, que produce un caudal lingüístico de una osadía creativa y de una riqueza incomparables; hasta el punto de que las novelas de Élmer pueden leerse, si uno se lo propone, de dos maneras distintas y no por eso incompatibles: disfrutando con la trama, o zambulléndose con gozo lector en el caudaloso río de palabras, de increíbles recursos, de brillantes hallazgos que las recorre de principio a fin, con una audacia narrativa y un desprecio al peligro literario que estremecen a cualquier lector –y más si también es escritor y conoce los mecanismos– consciente de lo complicado que es poner en pie semejante estructura, semejante sintaxis, semejante novela.

"Acción, narcos, balazos, problemas personales, familia conflictiva y un montón de cosas más que se ensamblan en una narración milagrosamente bien orquestada..."

Ahora sale otra, por suerte para quienes leemos a Élmer con devoción. Se trata de una nueva entrega, tan deslumbrante como las anteriores, de la serie policial del zurdo Edgar Mendieta –que el propio Élmer retrató en Zenda–: un detective sinaloense al que presentó en Balas de plata, volvió a recurrir a él en La prueba del ácido y Nombre de perro, y que ahora regresa con Besar al detective. Acción, narcos, balazos, problemas personales, familia conflictiva y un montón de cosas más que se ensamblan en una narración milagrosamente bien orquestada, quizá dura de leer para el lector no mexicano, pero que gratifica de modo extraordinario a quien conoce las claves o logra, cosa nada difícil, adaptarse a ellas:

“Es una emboscada, exclamó Samantha Valdés adrenalizada al cien. Pásenme un fierro, plebes. El Chóper le acercó un Cuerno, a su vez bajó el cristal blindado y disparó el suyo, ella procedió igual. Señora, espere, sugirió el Diablo. Hay que salir de aquí antes de que nos llegue la lumbre”.

(…)“Le metió seis tiros en el pecho. La mujer que lo acompañaba alzó las manos y bajó los ojos indicando que no era de su incumbencia y él la respetó”.

(…)“Mendieta interrogó a una mujer de mirada glauca que no lloraba ni alteraba la voz; pensaba que si hubiera sido delincuente le habría gustado una madre así: fría y definitiva”.

(…)“Es absurdo morir de estrés cuando se podría morir tranquilamente de un balazo”.

(…)“¿Realmente debo pagar por el delito que cometí? ¿Hay algún mexicano que no deba algo a la justicia? Levanten la mano”.

(…)“Las calles de la ciudad se hallaban inquietas; policías y delincuentes circulaban esperando que algo ocurriera. No sabían quién, pero alguien debía dar la orden y entonces sí, a matarse como Dios manda. Mientras tanto, intercambiaban miradas y saludos, seguros de que nunca habían estado tan cerca del infierno”.

Portada de Besar al detectiveAsí es Besar al detective. O de esa manera está escrita. Ésos son fragmentos de la última novela de mi amigo Élmer Mendoza. Intensos y duros como un narcocorrido. Como su literatura. Una fiesta mexicana de acción y palabras. Si después de cuanto acabo de contarles se la pierden, será bajo su exclusiva responsabilidad. Como dicen por allá, el que avisa no es culebra.

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Título: Besar al detective. Autor: Élmer Mendoza. Editorial: Literatura Random House. Páginas: 254. Ediciones: Papel y ebook

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